viernes, 31 de diciembre de 2021

DOS MIL VEINTIDÓS

 [Publicado en medios de Vocento el 28 de diciembre] 

Lo han conseguido. La vida se ha vuelto aún más insufrible de lo que ya era antes de la pandemia. ¿En beneficio de qué o de quién? Mejor no planteárselo. Es Navidad y nadie excepto la valiente Alina Chan se pregunta por el origen del virus y menos todavía por sus variantes. Esta pandemia ha inoculado en nuestros cuerpos y mentes un componente mucho más poderoso que las dichosas vacunas. Mucho más fuerte que la genética mutante del virus. Ahora somos más conscientes que nunca de lo que somos en realidad. Seres humanos que viven en todo el planeta con miedo a morir.

Somos lo que somos, frágiles y vulnerables, no se trata de creerse superhéroes, pero juntos podemos hacerlo. Acabar con la pandemia y con los que nos la echaron encima como una maldición para fastidiarnos. Somos muchos y estamos en la misma lucha, no cabe rendirse. Afrontemos lo peor sintiéndonos parte de una especie animal que tiene numerosos motivos para sentirse orgullosa. Acabemos con esto. No veo mejor propósito para el año nuevo. Reinventemos la vida, el amor, las relaciones, con todo lo que sabemos ahora. Con todo lo que hemos perdido, en nombre de los millones que han muerto, hagámoslo ya. Pongamos fin a la pesadilla.

No hay que ser un idealista para pensar que las cosas pueden mejorar. Tampoco un pelmazo para recordar que están muy mal. Y que debemos hacer algo para cambiarlas. Creer en otros valores tal vez. Afirmar lo que tenemos en común y apartar por un tiempo las diferencias. No usarlas para enfrentarnos, debilitando nuestras fuerzas. Necesitamos un cambio drástico y no es tan fácil. No perdamos el tiempo atacando a los políticos. Son nuestros empleados y no deberían olvidarlo. Vean la hilarante sátira “No mires arriba”, lo último de la factoría Netflix, y comprenderán qué está pasando en el mundo. La tarea es inmensa. Miremos al futuro sin miedo y sin esperanza. Es la única salida del siniestro laberinto en que nos han metido. Mantengamos los ojos abiertos y la inteligencia despierta.

Y podemos, a partir de ahora, formular en libertad una serie de dudas racionales. La ciencia es una aliada fiable, o no. El salvoconducto perfecto es haber superado la enfermedad, o no. El remedio infalible es vacunarse hasta la enésima dosis, o no. El ómicron representa el final de la pandemia, o solo el principio de la endemia, o ninguna de las dos. Nadie sabe nada. Qué alegría. Vivir en la incertidumbre de verdad. 2022 podría ser un buen año para empezar a imaginar otro mundo. O no. 

miércoles, 29 de diciembre de 2021

EL EVANGELIO SEGÚN PHILIP K. DICK (NUEVA VERSIÓN)

 

 [Philip K. Dick, La invasión divina, Minotauro, trad.: Albert Solé, 2021, págs. 320] 

La literatura no puede ser solo literatura. Si la literatura no va más allá de sí misma, si no excede sus medios y sus fines, no merece el tiempo que le consagramos. La literatura participa, en cierto modo, de una búsqueda espiritual y aspira a una forma genuina de conocimiento que no deben nada ni a la filosofía ni a las religiones oficiales ni a las creencias folclóricas. La iluminación profana de la literatura adopta múltiples rostros, perspectivas plurales, desde Dante y Rabelais hasta Borges, Lezama Lima, Hermann Broch o Raymond Abellio, ese gran novelista gnóstico y esotérico tan escasamente conocido hoy como imprescindible. Pero también formatos menos canónicos, como el terror (Lovecraft o Ligotti) y la ciencia ficción. En esta facción más popular de la gnosis literaria, uno de los líderes supremos es Philip K. Dick.

La invasión divina, reeditada ahora, es la segunda entrega de la “Trilogía Valis”, donde Dick se planteó revisar en clave de ficción científica las cuestiones trascendentales de la historia, la política y la espiritualidad humanas. Así como Nietzsche sucumbió a la locura para consumar el sino de su filosofía, Dick llevó al extremo la experiencia mental de la contracultura (paranoia política, videncia lisérgica, espiritualidad oriental) para poder alcanzar un nivel de comprensión de la realidad como el demostrado en esta trilogía decisiva escrita en sus años finales. Todo comienza del modo más trivial, después de una década de vida inestable y cierta fatiga respecto de las posibilidades de la ficción. La sensación de que escribir no sirve para nada y de que por más que el escritor se empeñe en atacarlos los poderes que mantienen este mundo bajo su control siguen intactos.

El 19 de febrero de 1974, tras la extracción de la muela del juicio, Dick padece una neuralgia aguda. Su mujer Tessa llama a una farmacia que sirve a domicilio solicitando un analgésico. Al abrir la puerta, Dick se encuentra con que la chica que le trae el fármaco lenitivo lleva al cuello el colgante de un pez metálico. Dick le pregunta por el motivo del accesorio y ella le contesta que es el símbolo de los primeros cristianos. En ese momento crucial, sus veintidós años de escritor de ficciones con mundos alternativos, tiempos dislocados, viajes entre distintos planos y dimensiones de la realidad, conspiraciones virtuales, juegos interplanetarios y demás temas de su literatura imaginativa cristalizan en una revelación privada. No está viviendo en la siniestra América de Nixon sino en la Roma de Nerón. La historia se detuvo alrededor del año 70 a. C. y persiste, desde entonces, la misma dictadura disimulada (el “Imperio”, como lo denomina Dick en las notas de la Exégesis) que impone su dominio totalitario sobre la realidad a través de artificiosos mecanismos de ilusión cognitiva que engañan a los humanos.

A partir de ese día, un ente llamado Tomás, como el doble gnóstico de Jesucristo, le habla desde el hemisferio derecho del cerebro y recibe por radio misteriosos mensajes personales. Uno de esos mensajes encriptados, por cierto, le permitirá salvar la vida de su hijo, adivinando el mal inguinal que la amenazaba. El 8 de agosto de ese mismo año, fecha en que Nixon dimite por el escándalo “Watergate”, todo cesa de repente. La voz de Tomás desaparece y los crípticos mensajes también. Dick entiende que es tiempo de ponerse a escribir ficciones que revelen la existencia de un vasto sistema de inteligencia viva (VALIS) que sirve, como generador de falsas realidades, espejismos y trampantojos, para preservar el engaño metafísico de que el mundo visible es real y no un holograma espectacular.

La invasión divina es, de todas las novelas del ciclo, la más filosófica y teológica. No en vano Dick estudió el judaísmo y la cábala judía a través de la ontología de Heidegger, paradoja ideológica, justo antes de ponerse a escribirla en marzo de 1980. En su trama, Dick escenifica la segunda venida del Mesías a una tierra tenebrosa y opresiva gobernada por un régimen policial producto de una confabulación política entre la iglesia cristiano-islámica y el partido comunista. Yahvé, exiliado en un planeta remoto, vuelve a encarnarse en una virgen enfermiza (Rybys) y a encomendarle su cuidado a un padre putativo (Herb) y a un avatar afroamericano del profeta Elías. Nada ocurre, sin embargo, conforme a los rigurosos planes de la Providencia y el Mesías extraterrestre recibirá, para vencer al mal, una educación mística de signo solar guiado por Zina, una heterodoxa María Magdalena (la Shekhina de los cabalistas, o el costado femenino de Dios). El nuevo evangelio del amor terrestre escrito por un visionario pop.

Como señala Adam Roberts, esta parábola especulativa “funciona mejor que VALIS porque es capaz de dramatizar lo ordinario de su premisa mesiánica, un sentido dramáticamente convincente de la precariedad y contingencia divinas” (The History of Science Fiction, p. 355). 

Posdata: A la trilogía inicial (ValisLa invasión divina y La transmigración de Timothy Archer) podrían sumarse otras novelas póstumas (en especial la sorprendente Radio Libre Albemut) para ampliar el ciclo fundamental de las “novelas religiosas”, como las denomina, con desprecio inexplicable, un fan de Dick de la talla intelectual de Fredric Jameson. Por ceguera ideológica, Jameson ha sido incapaz de comprender la coherencia temática del corpus dickiano hasta el final y cómo estas novelas tardías no lo degradan, como piensa Jameson, sino que lo consuman, llevándolo hasta la construcción de una nueva mitología cósmica para la era tecnológico-publicitaria del capitalismo triunfante. A fin de realizar este ambicioso proyecto de transvaloración moral era necesario, entre otras muchas cosas, tomar en préstamo paródico, como ya hiciera Nietzsche antes que Dick, el lenguaje, las ideas y las imágenes y metáforas de todas las ortodoxias y heterodoxias monoteístas de la historia. 

miércoles, 22 de diciembre de 2021

LIBERTAD


  [Anthony Burgess, La naranja mecánica, Debolsillo, trad.: Aníbal Leal, 2021, págs. 201] 

        Anthony Burgess (1917-1993) es uno de los grandes fabuladores ingleses del siglo XX y un narrador inventivo e ingenioso. “La naranja mecánica” (1962), a pesar del menosprecio de su autor, es una de las obras que demuestra su originalidad y singular talento. Concebida de modo sinfónico como una narración que constaría de veintiún capítulos distribuidos en tres partes simétricas de siete capítulos cada una, “La naranja mecánica” es un paradigma de la inteligencia con que un novelista puede tramar sus historias a partir del simbolismo numérico.

Burgess escribió antes una novela corta en un idiolecto basado en el modo expresivo de los grupos adolescentes que idolatraban la música pop y rock de comienzos de los sesenta. Durante una visita a la URSS descubrió que los jóvenes allí eran tan insurgentes como los ingleses, vestían como dandis y hablaban un argot exclusivo. Entonces decidió reescribir esa primera versión en una lengua inventada (el “nadsat”) que fuera tan creativa como la del “Finnegans Wake” de Joyce, uno de sus modelos más admirados, pero que representara al mismo tiempo una síntesis verbal de la lengua literaria isabelina y las jergas juveniles habladas en los dos grandes imperios (soviético y anglo-americano) enfrentados durante la guerra fría.

En esa pretensión estética, además de una tendencia a los juegos de palabras y los retruécanos joycianos, Burgess expresaba también un cierto coeficiente de cobardía como novelista, como él mismo reconoció. De modo que el peculiar estilo narrativo de la novela actúa para Burgess como profiláctico eficaz contra la pornografía de la violencia y el sexo que abunda en sus páginas y que haría de “La naranja mecánica” una obra favorita entre los movimientos contraculturales y las subculturas musicales de los sesenta. No fue Kubrick, por cierto, el primero en adaptar la novela. Mucho más rápido se mostró el artista pop Andy Warhol, quien hizo suyos en 1965 los planteamientos de Burgess y los trasladó a las coordenadas de su factoría neoyorkina de productos underground en una versión vanguardista titulada “Vinyl”.

Todo el mundo conoce la truculenta historia de Álex, el adolescente proletario amante de la música clásica que dedica su ocio nocturno a las sesiones de ultraviolencia, en compañía de su pandilla de colegas, hasta que el Estado lo encarcela, lo somete a un experimento científico y lo transforma en una criatura inofensiva antes de que vuelva a las andadas y luego, en el último capítulo, decida madurar. No es tan conocida, sin embargo, la anécdota traumática que dio origen a este panfleto contra la animalidad juvenil. La primera mujer de Burgess (Lynne Jones) fue violada durante el apagón londinense de 1944, estando embarazada, por un grupo de cuatro soldados americanos. El fantasma de esa violación y el aborto posterior persuadieron a Burgess de que la malvada conducta de los jóvenes era un grave síntoma de decadencia cultural y degeneración moral.

La figura ficcional del escritor F. Alexander significa un guiño autobiográfico ya que este también escribe un libro titulado “La naranja mecánica”, donde defiende el libre albedrío y ataca los programas estatales que pretenden intervenir sobre la libertad individual. La casa de Alexander es asaltada una noche por Álex y su banda y su mujer violada y asesinada. Las coincidencias son absolutas, pero Burgess no es un escritor patético ni melodramático, sino uno de los grandes narradores cómicos del siglo XX. Por lo que la ironía con que afronta la historia de la novela la aplica hasta el final, cuando el lector aprende que el escritor subversivo que propugna la libre elección moral, como el católico Burgess, ha sido encerrado en un manicomio para proteger al enemigo público de su venganza.

domingo, 19 de diciembre de 2021

LA NARANJA MECÁNICA

 

 [Publicado en medios de Vocento el martes 14 de diciembre] 

La pandemia remite, los vacunados se infectan y la última variante, de nombre ominoso, mata menos que un resfriado, pero las restricciones aumentan como si el peligro fuera extremo.

Escucho a un portavoz de la derecha cultural atacar la Constitución acusándola de incongruente y me doy cuenta, por primera vez, de que la libertad depende de la preservación de la incongruencia como valor democrático. Según el orondo bocazas, la Constitución es mala o está viciada de origen porque incita al ciudadano a ser lo que se le antoje, pero la legislación vigente, al mismo tiempo, le prohíbe serlo plenamente. Si reflexiones de esta clase son las que cabe esperar de gente que presume de inteligente e instruida, qué podemos exigirle al podemita indocumentado o al okupa desahuciado.

Es cierto que la incongruencia conduce a errores como los de la vicepresidenta Yolanda Díaz, estrella emergente del comunismo Dior. No me refiero a la estilización de su imagen de marca y la glamurización de su figura pública, no soy un anticuado. Me refiero a su escandalosa revelación de que ella contaba con un plan contra la pandemia que el gobierno de Sánchez rechazó para celebrar sin límites los fastos feministas del 8-M. Díaz fue más previsora que ninguno de sus colegas, pero no fue coherente con la información que manejaba sobre la amenaza vírica. Resignarse a la negativa presidencial y no acudir a la manifestación por precaución, en lugar de dimitir como protesta, es un grave acto de incongruencia. Como que haga pública ahora esa discrepancia y siga sin dimitir. Y que Sánchez no la cese por evitar el descrédito definitivo.

Estamos tan acostumbrados al simulacro de los discursos y la simulación de los actos que nada nos extraña. Que el ministro Garzón, avatar de la izquierda más insulsa, produzca una “toy story” panfletaria para denunciar el sexismo de los juguetes ya solo funciona como ridícula fantasía. El gesto retórico apesta a impotencia política. Igual sucede con la “memoria histórica” y la ley de género. Si no puedes construir una sociedad acorde con tus ideas y deseos, programa mentes, a través de la educación y la propaganda mediática, que perciban el mundo utópico como si fuera real.

Celebremos, pues, el cincuentenario de “La naranja mecánica” de Kubrick como se merece. Y no solo por su originalidad cinematográfica. Ese estrafalario mundo feliz se parece cada vez más al nuestro. Un mundo donde la incongruencia se ha vuelto sistémica y ya ni siquiera es noticia. 

martes, 14 de diciembre de 2021

CARNOVELA

  [Julián Ríos, Larva. Babel de una noche de San Juan, Jekyll & Jill, 2021, págs. 598] 

[La literatura de Julián Ríos es la más creativa e ingeniosa expresion del Eros joyciano en la literatura española. He escrito un extenso ensayo para probar este aserto, que puede leerse en la revista Tropelías en un impresionante número consagrado a la literatura de Ríos. El texto que publico a continuación es un compendio del primer apartado, referido a la grandiosa Larva y su impacto en el joven lector que yo era en los años ochenta. Quienes me reprochan no haber seguido la estela creativa de Ríos en mi literatura no han entendido nada: ni de la literatura de Ríos ni, por descontado, de la mía, por la que el autor de Larva, modestia aparte, siente el aprecio que demuestra, entre otras cosas, el prólogo que escribió para la edición francesa de Providence de 2011 y que aparecerá en su próxima colección de ensayos, como Ríos mismo me anunció hace unos meses.] 

Todos los nombres de la literatura, decía Borges, designan al mismo escritor de todos los libros de la historia. Esa lista infinita incluiría a Julián Ríos, escritor plurilingüe y cosmopolita como pocos. Si no fuera por Ríos, la literatura española sería un velatorio interminable. Un velatorio sin verdadera novela bufa. La vela fúnebre del velatorio se transformó en novela de novelas gracias a la gracia incomparable de Ríos. Y así se gestó Larva (1983), la novela gigante o giganovela. La primera novela cibernética e hipertextual de la literatura española, por la gran cantidad de información que almacena para el cerebro de sus usuarios, y también la primera novela activa e interactiva, por el alto nivel de participación y colaboración que exige de estos. Y adictiva, además, por el enganche verbal que causa su escritura, compuesta a partes iguales de puzles, enigmas y crucigramas promiscuos como de calambures políglotas.

Desde que descubrí las vibrantes y “culteróticas” aventuras de Babelle (la Bella Durmiente de Babel) y Milalias (avatar de Don Juan y de Fausto: Don Johannes Fucktotum), no he dejado de considerar el espacio textual de Larva como una utopía ilimitada de libertad imaginativa y felicidad carnal al alcance de todos los lectores. El espíritu festivo y las formas innovadoras de Larva representaron en el inconsciente político español, y representan todavía hoy para quien sepa leer la novela desde esta óptica algo diferente, además de un desafío literario, la alegoría más alegre y carnavalesca de lo que debió ser la superación del franquismo cultural. En todo caso, un libro único en el que la libertad de expresión se transformaba en expresión de libertad. Por eso también Larva es el libro más libre y liberador de la literatura española y uno de los más felices de la literatura universal. En el siglo pasado, solo encuentro otro libro que exprese de modo similar la felicidad libidinal de la vida y la literatura: Ada, o el ardor (1969), de Vladimir Nabokov.

Larva es una obra suma que aporta a la literatura española la comicidad que le había faltado desde hacía siglos, exactamente desde el Libro de Buen Amor de Juan Ruiz. Larva es otro Libro de Buen Amor escrito seis siglos después del originario por un Ovidio hispano versado en el Ars Amandi de la urbe más animada (Londres) y la movida de su tiempo y metamorfoseado en archilector de la modernidad y la posmodernidad narrativas. Larva es una obra original que lo canibaliza todo con desenfreno (metalibro que canibaliza otros libros, metatexto que ensambla fragmentos de otros textos) en su proyecto de generar y regenerar la cultura total del siglo XX en un crisol de lenguas y literaturas. Un libro ingenioso hecho casi enteramente de citas y excitación, de acoplamientos verbales tanto como carnales, donde lo culto y lo afrodisiaco se abrazan con ardor en el desmembramiento de cada vocablo como no se había vuelto a hacer desde Rabelais, Joyce, Arno Schmidt y Cabrera Infante.

En este sentido, Larva es una meganovela que se compone de infinitas micronovelas, de las ramificaciones interminables y las fricciones sin cuento a que da lugar el cruce polimorfo de una palabra con otra, el roce sensual de una lengua con otra, la perversión de un refrán, una frase hecha o un tópico gastado. Una novela que construye su ética sexual desde la fonética misma, desde las raíces en celo de las palabras hasta los encuentros o desencuentros amorosos de los personajes en los escenarios de un Londres reinventado y “carnovelesco”.

Vuelve Larva a las librerías, en una edición primorosa que le restituye la intempestiva novedad de la primera vez, y, con ella, la fiesta novelesca más explosiva de la literatura española del siglo XX. 

lunes, 6 de diciembre de 2021

CONTROL

[Publicado en medios de Vocento el martes 30 de noviembre] 

          La palabra fetiche es control. El efecto principal de la droga del poder en el nuevo orden mundial. El narcótico más poderoso inventado para consumo privado de los políticos. Lo absorben por todas las vías disponibles, en cuantas dosis sea necesario, para mantenerse en el privilegio del cargo el máximo tiempo posible. En una sociedad de verdad libre los poderes tienen un papel secundario. En una sociedad amordazada, dominada por el pánico a la infección mortal y el error ideológico, los poderes se creen entes omnipotentes frente a una colectividad medrosa y desarmada. Las medidas arbitrarias sirven para confirmarles el grado de popularidad alcanzado en la oscilante bolsa de los valores electorales.

Omnipotencia del gobernante, impotencia del ciudadano. Cualquier político mediocre se cree un titán cuando decreta medidas ilegales para frenar el impulso libertino de sus súbditos, su peligrosa tendencia a la promiscuidad de trato en casa o en la calle, su irresponsable deseo de cenar, beber o bailar en locales abarrotados. Estamos acostumbrados, por desgracia, a que gobernantes impunes nos amenacen con acortar los horarios del ocio nocturno, o decidan cuándo podemos liberarnos del asfixiante bozal que deshumaniza los rostros.

Cuánto tiempo vamos a pasarnos pronosticando lo peor, sin atrevernos a asumir la endemia con inteligencia en nuestras vidas, mientras las vacunas se debilitan y las dosis se multiplican, así como las variantes letales que el mundo global produce en masa como si fueran su mercancía estrella. Llegará el día de juzgar como se merece a esta indigna casta política que nos trata como a menores de edad, continuando la tradición despótica más antigua. Los mismos que no previeron la pandemia y luego la gestionaron con incompetencia se sienten autorizados a imponernos de nuevo restricciones inicuas, manipulando cifras científicas, con tal de salvar las apariencias.

La droga del poder es muy poderosa. La ebriedad del control total. Pienso ahora en el difunto Antonio Escohotado, filósofo de inteligencia insobornable y ética libertaria. Lo conocía todo de las drogas, de las mentiras e imposturas del poder sobre las drogas y del dinero y el poder como únicas drogas legales del sistema. Y supo disponer de su vida, gracias a ellas, cuando ya no valía la pena prolongarla más de lo razonable, como recomendaba Plinio el Viejo. Mucho menos en un mundo donde la libertad, guiada por el miedo del pueblo, estaba deslizándose progresivamente hacia la servidumbre.