[Philip K. Dick, Fluyan
mis lágrimas, dijo el policía, Minotauro, trad.: Domingo Santos, 2019, págs. 304]
Porque hoy vivimos en
una sociedad donde los medios, los gobiernos, las grandes corporaciones, los
grupos religiosos y los grupos políticos fabrican realidades espurias, y existe
la tecnología electrónica mediante la cual infiltrar estos seudomundos
directamente en la cabeza del lector, el espectador, el oyente...
Considero que
la cuestión de definir lo que es real es un motivo importante, incluso vital. Y
en alguna parte de eso está el otro motivo, la definición del humano auténtico.
Porque el bombardeo de seudorrealidades comienza a producir humanos
inauténticos muy rápidamente, humanos espurios, tan falsos como la información
que los oprime por todas partes. Mis dos motivos son en realidad uno... Realidades falsas crearán humanos falsos. O humanos falsos
generarán realidades falsas y entonces se las venderán a otros humanos,
convirtiéndolos, al final, en falsificaciones de sí mismos…
-PHILIP K. DICK; “Cómo construir un universo que no se venga
abajo dos días después (1978-1985)”-
John Dowland, compositor, laudista y cantante
inglés, nunca habría adivinado que una de sus arias barrocas (“Fluyan mis
lágrimas”) se convertiría cuatro siglos después en la obsesión de un escritor
de tan prodigiosa imaginación y profética sensibilidad como Philip K. Dick. La
obsesión musical llegó a tal punto que Dick no solo oía el aria cada vez que
tenía ocasión sino que se la hacía escuchar a todo el que se prestara a sus
misteriosos experimentos existenciales. Finalmente, el aria le sirvió para
titular una de sus novelas más laureadas y, al mismo tiempo, más
trascendentales para la vida y la creación de su autor. Con ella se inaugura, no
por casualidad, esta nueva colección editorial Biblioteca de Autor dedicada a Philip K. Dick.
El 17 de noviembre de 1971 la casa de Dick fue
asaltada. En aquel momento Dick vivía uno de sus períodos más paranoicos. Creyó
que Nixon y sus secuaces de la CIA y el FBI iban tras él. El asalto también
tenía una explicación esotérica: acabar con los documentos en que pudiera
haberse plasmado la demostración fáctica de que Jesucristo era un traficante de
drogas místicas, alguien que proporcionaba sustancias psicodélicas a sectas
afines y las difundía como forma de conocimiento superior, y que fue
crucificado por todo lo que sabía sobre la cuestión (cf. La transmigración de Timothy Archer y, en general, la trilogía Valis).
Gracias a esta conspiración del azar, Dick se
decidió a concluir, por fin, una novela que había comenzado a escribir años
atrás como respuesta a la soledad tras el abandono de una de sus mujeres. En la
novela se aludía a un psicótropo experimental que destruía la continuidad
espaciotemporal del cerebro y sumía al consumidor en una experiencia caótica de
deslizamiento entre mundos diferentes. Tratar de definir qué es lo real y
someter a la vez la realidad a la prueba de estrés de sus múltiples
posibilidades y bifurcaciones paradójicas era el designio de la ficción
narrativa para Dick y la causa del intenso placer que producen sus alucinantes
invenciones.
Al acabar la lectura de esta espléndida novela,
es fácil entender qué atraía tanto a Dick en la escalofriante belleza del aria
de Dowland: su portentosa comprensión del dolor de estar vivo y la tristeza
infinita del destino humano. Mediante la inclusión de la letra del aria
encabezando cada parte de Fluyan mis lágrimas, Dick quiso hacer ver a sus
lectores que, más allá de su apariencia de ficción científica y distopía
futura, se ocultaba una especulación de raíz metafísica sobre la condena o la
salvación de la especie humana, la fe en un mundo mejor, la aguda conciencia
del fin y la entropía del tiempo y de toda empresa u obra humana por valiosa que sea.
Anticipándose a teorías políticas posteriores,
Dick se mostraba preocupado por el régimen totalitario que la burocracia
estatal y la tecnología de control policial serían capaces de implantar a poco
que tuvieran la oportunidad, así como por el poder mental de las ficciones
mediáticas y los efectos nocivos de la disolución de la contracultura de los
sesenta en el tejido corrupto de la sociedad de consumo.
Con la historia del famoso cantante y
presentador televisivo Jason Taverner, que un día despierta en una América
dictatorial, una suerte de gulag capitalista donde nadie lo conoce como persona, ni lo reconoce como estrella, Dick se
enfrenta a un mundo caracterizado por la confusión de fronteras entre la vida
real y las realidades espurias del espectáculo.
Al final de la novela, Dick recurre a una abstrusa
explicación racional para justificar las alteraciones cronológicas de una trama
alocada y dislocada que, en el fondo, revela otra de sus maníacas obsesiones:
el perverso poder de los otros para deformar la realidad y absorbernos en sus
peligrosas fantasías.
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