viernes, 20 de marzo de 2020

LÁGRIMAS PROFÉTICAS


[Philip K. Dick, Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, Minotauro,  trad.: Domingo Santos, 2019, págs. 304]

Porque hoy vivimos en una sociedad donde los medios, los gobiernos, las grandes corporaciones, los grupos religiosos y los grupos políticos fabrican realidades espurias, y existe la tecnología electrónica mediante la cual infiltrar estos seudomundos directamente en la cabeza del lector, el espectador, el oyente...
Considero que la cuestión de definir lo que es real es un motivo importante, incluso vital. Y en alguna parte de eso está el otro motivo, la definición del humano auténtico. Porque el bombardeo de seudorrealidades comienza a producir humanos inauténticos muy rápidamente, humanos espurios, tan falsos como la información que los oprime por todas partes. Mis dos motivos son en realidad uno... Realidades falsas crearán humanos falsos. O humanos falsos generarán realidades falsas y entonces se las venderán a otros humanos, convirtiéndolos, al final, en falsificaciones de sí mismos…

-PHILIP K. DICK; “Cómo construir un universo que no se venga abajo dos días después (1978-1985)”-

John Dowland, compositor, laudista y cantante inglés, nunca habría adivinado que una de sus arias barrocas (“Fluyan mis lágrimas”) se convertiría cuatro siglos después en la obsesión de un escritor de tan prodigiosa imaginación y profética sensibilidad como Philip K. Dick. La obsesión musical llegó a tal punto que Dick no solo oía el aria cada vez que tenía ocasión sino que se la hacía escuchar a todo el que se prestara a sus misteriosos experimentos existenciales. Finalmente, el aria le sirvió para titular una de sus novelas más laureadas y, al mismo tiempo, más trascendentales para la vida y la creación de su autor. Con ella se inaugura, no por casualidad, esta nueva colección editorial Biblioteca de Autor dedicada a Philip K. Dick.
El 17 de noviembre de 1971 la casa de Dick fue asaltada. En aquel momento Dick vivía uno de sus períodos más paranoicos. Creyó que Nixon y sus secuaces de la CIA y el FBI iban tras él. El asalto también tenía una explicación esotérica: acabar con los documentos en que pudiera haberse plasmado la demostración fáctica de que Jesucristo era un traficante de drogas místicas, alguien que proporcionaba sustancias psicodélicas a sectas afines y las difundía como forma de conocimiento superior, y que fue crucificado por todo lo que sabía sobre la cuestión (cf. La transmigración de Timothy Archer y, en general, la trilogía Valis).
Gracias a esta conspiración del azar, Dick se decidió a concluir, por fin, una novela que había comenzado a escribir años atrás como respuesta a la soledad tras el abandono de una de sus mujeres. En la novela se aludía a un psicótropo experimental que destruía la continuidad espaciotemporal del cerebro y sumía al consumidor en una experiencia caótica de deslizamiento entre mundos diferentes. Tratar de definir qué es lo real y someter a la vez la realidad a la prueba de estrés de sus múltiples posibilidades y bifurcaciones paradójicas era el designio de la ficción narrativa para Dick y la causa del intenso placer que producen sus alucinantes invenciones.


Al acabar la lectura de esta espléndida novela, es fácil entender qué atraía tanto a Dick en la escalofriante belleza del aria de Dowland: su portentosa comprensión del dolor de estar vivo y la tristeza infinita del destino humano. Mediante la inclusión de la letra del aria encabezando cada parte de Fluyan mis lágrimas, Dick quiso hacer ver a sus lectores que, más allá de su apariencia de ficción científica y distopía futura, se ocultaba una especulación de raíz metafísica sobre la condena o la salvación de la especie humana, la fe en un mundo mejor, la aguda conciencia del fin y la entropía del tiempo y de toda empresa u obra humana por valiosa que sea.
Anticipándose a teorías políticas posteriores, Dick se mostraba preocupado por el régimen totalitario que la burocracia estatal y la tecnología de control policial serían capaces de implantar a poco que tuvieran la oportunidad, así como por el poder mental de las ficciones mediáticas y los efectos nocivos de la disolución de la contracultura de los sesenta en el tejido corrupto de la sociedad de consumo.
Con la historia del famoso cantante y presentador televisivo Jason Taverner, que un día despierta en una América dictatorial, una suerte de gulag capitalista donde nadie lo conoce como persona, ni lo reconoce como estrella, Dick se enfrenta a un mundo caracterizado por la confusión de fronteras entre la vida real y las realidades espurias del espectáculo.
Al final de la novela, Dick recurre a una abstrusa explicación racional para justificar las alteraciones cronológicas de una trama alocada y dislocada que, en el fondo, revela otra de sus maníacas obsesiones: el perverso poder de los otros para deformar la realidad y absorbernos en sus peligrosas fantasías.

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