[Publicado el martes 25 de agosto en medios de Vocento]
Las
vacaciones hacen mucho daño. Vacaciones que son una victoria de los pies sobre
la cabeza, como la Champions. Nadie quiere pensar. Pensar para qué. ¿Para darse
cuenta de lo que se nos viene encima cuando acaben? Mejor seguir de vacaciones mentales.
Ahora lo sabemos. Las mascarillas serán la prenda de moda en todas las
estaciones del año. Vivimos hospitalizados hasta en la calle y los médicos se
frotan las manos viendo en cada transeúnte un paciente potencial.
Deberíamos
pasar página. ¿Pasar página, cómo se hace eso?, pregunta el mal estudiante que
no sabe ni pasar de curso. Hay libros con páginas de plomo, imposibles de
pasar. Esto pasa con la pandemia. El coronavirus está metiendo el dedo en la
llaga de todas nuestras miserias. No hay modo de pasar página. Estamos atascados.
Qué marasmo. No se puede pensar que las decenas de miles de muertos no iban a pasar
factura, por más que los quiten de la vista como al emérito demérito. Solo
Sánchez parece empeñado en salvarse y mantener el poder a toda costa. Es astuta
su estrategia de ceder a las comunidades autónomas el control de una situación
ingobernable. El presidente ha dado la orden de que inventen ellas y así vamos.
Que reinventen, bajo la amenaza del covid, la educación, el turismo, los
servicios sociales y sanitarios, el ocio nocturno. Y lo gestione cada una a su
manera, a golpe de improvisación. No aprenden. Menudo desmadre. Después de lo
sufrido, suspenden otra vez y nos condenan a esto. Esta dejadez. Esta dejación.
Esta vacación permanente. Ya no sé si es por incompetencia o porque tienen un
plan. Es difícil hacer peor las cosas. La inercia y la imprevisión en que vive instalado
este gobierno, por interés de Sánchez, conducirán a un otoño de pesadilla
nacional. La ruina y el desprestigio de un país pueden hipotecar el futuro de
generaciones.
No sé
cómo nos las arreglamos, la mala educación siempre brilla por su ausencia en
los debates. Algunos gobernantes se llenan la boca hablando de la vuelta al
cole, pero muchos políticos tendrían que volver a la escuela para hacer los
deberes pendientes y aprender ciertas lecciones que han olvidado demasiado
pronto o nunca les enseñaron. No nos preguntemos por qué la educación no es un
problema para nadie en este país, basta con escuchar a la ministra cinco
minutos para tener la respuesta. Preguntémonos, más bien, por qué nadie cree
que sea una solución. Ya se sabe que los pueblos, como decía Marx, solo se
plantean los problemas que pueden resolver.