El pasado 5 de octubre se
celebró el primer centenario de Flann O´Brien, uno de los novelistas más
originales e inventivos del siglo XX y también de los menos conocidos. Un
verdadero genio del humor literario que ha influenciado a maestros de la novela
cómica y metanarrativa como Cabrera Infante, Gilbert Sorrentino, Julián
Ríos y William Gass, por citar sólo algunas cumbres del género. Aún
recuerdo el pasmo con que leí En Nadar-dos-pájaros, allá por 1989, cuando
Edhasa se atrevió a editar este libro genial por primera vez en español en
medio de un clima de opinión literario que no parecía muy propicio a estos
excesos narrativos, a pesar de la nota entusiasta de Borges, uno de sus
primeros lectores hispanos, reproducida en la contraportada ("He enumerado muchos
laberintos verbales: ninguno tan complejo como la novísima obra de Flann
O´Brien: At Swim-Two-Birds"). Desde entonces, lo he releído íntegro
al menos en dos ocasiones, para no olvidar lo que puede la literatura cuando no
se deja domesticar por los lugares comunes, y no pasa un año sin que relea
algún fragmento, comenzando por el principio, entre los más sorprendentes de
la historia de la literatura. Y no sólo porque incluya una reflexión tan
provocativa como ésta: “Que un libro tuviese un principio y un
final era una cosa con la que yo no estaba de acuerdo. Un buen libro puede
tener tres aperturas completamente distintas e interrelacionadas sólo por la
presciencia del autor, o en realidad cien veces otro tanto de finales”. Un mundo donde no
se lea ya a autores como O´Brien me parecería una pesadilla. Aún peor que una
cárcel. Espero que no sea ese el futuro que nos aguarda. Como conjuro y
homenaje a su figura, publico un artículo sobre su última novela, The Dalkey Archive, que como algunos
saben es también el nombre de la prestigiosa editorial norteamericana donde se
publican, no por azar, muchos de los libros más creativos de la literatura
mundial.
¿Quién es Flann O´Brien?, se
preguntará el lector inquieto. Si se le responde que es el seudónimo con que
Brian O´Nolan (1911-1966) firmó cinco novelas, parecerá insuficiente si no se
añade enseguida que O´Brien es el tercero en discordia, junto con James Joyce y
Samuel Beckett, de la nómina de grandes escritores irlandeses del siglo XX. Sin
olvidar que también utilizó el seudónimo gaélico Myles na gCopaleen para
publicar crónicas y artículos en diversos periódicos locales. Siendo funcionario
gubernamental, O´Nolan tuvo que recurrir a estas argucias nominales para
preservar su libertad creativa y no quedarse sin trabajo.
Si hay algo importante que el
lector deba saber sobre este extraordinario escritor no es sólo que tuviera un
gran sentido del humor, como suele decirse, una fina ironía o una incisiva
mordacidad. Eso no bastaría si no consideráramos a O´Brien como un destilador
excepcional del mejor whisky literario irlandés, el gran continuador de la
tradición narrativa de Jonathan Swift, Laurence Sterne y James Joyce. Como
prueba su exorbitante trilogía cómica: En Nadar-dos-pájaros (At Swim-Two-Birds,
1939; Edhasa, 1989, y Nórdica, 2010), su obra maestra absoluta; El tercer policía (1967;
Montesinos, 1987, y Nórdica, 2006), inventiva y fantástica; y Crónica de Dalkey (The Dalkey Archive,
1964; Nórdica, 2007), la última escrita y publicada por su autor y, junto con
la primera, la más hilarante, una suerte de recapitulación irónica de toda la
obra de O´Brien.
¿En qué consiste la
originalidad de esta novela cómica? Si sólo dijera que se trata de una sátira
ferozmente divertida de la identidad tradicional irlandesa, quizá me estaría
precipitando. La trama es aparentemente simple: Mick Shaughnessy, un atribulado
joven funcionario dublinés, apenas un trasunto biográfico del autor, se debate
entre el amor por su novia Mary (una joven moderna con la que mantiene unas
conflictivas relaciones), sus acendradas preocupaciones religiosas e intelectuales
y su desmedida afición al alcohol.
Por si fuera poco, dos
personalidades carismáticas influirán en la tortuosa progresión de Mick hacia
la solución de su ecuación vital. De un lado, el físico loco De Selby, y, del
otro, el supremo artífice James Joyce. De Selby fue inventado en El tercer policía,
donde ya obsesionaba al protagonista con sus experimentos patafísicos (la
influencia de Alfred Jarry es también notable en O´Brien). En Crónica de Dalkey,
De Selby se muestra como creador de un poderoso gas con el que logra anular el
tiempo. Gracias a esto, vive en una conversación permanente con algunos
patriarcas y santos de la iglesia debatiendo cuestiones bíblicas y teológicas
fundamentales. Para probar su método, De Selby consigue arrastrar a Mick y a su
amigo Hackett a una cueva submarina donde tienen oportunidad de mantener una
charla desternillante nada menos que con San Agustín. El único problema es que
De Selby planea destruir el mundo y, sobre todo, exterminar a sus inmundos
habitantes.
No obstante, los pasajes más
memorables, por el uso de la parodia y la broma burlona, corresponden a la
“resurrección” de James Joyce. La novela ocurre en los años sesenta así que es
comprensible el estupor que causa en Mick el descubrimiento casual de que Joyce
no está muerto sino que vive de incógnito en un pueblecito costero cerca de
Dublín, dedicado a la hostelería y las tareas parroquianas más pedestres. Este
anciano modesto y piadoso reniega ahora del Ulises,
atribuyendo su autoría a una conspiración de falsarios, ignora la existencia
misma del Finnegans
Wake y sólo muestra algún aprecio por el costumbrismo de Dublineses. En un
ingenioso giro final, Joyce consigue ser admitido en la
Compañía de Jesús con el fin de zurcir
la desgastada ropa interior de los jesuitas.
Esta apostasía y degradación
del gran patriarca de la literatura moderna, la derrota fáustica del científico
De Selby y la claudicación final del héroe de la novela ante las imposiciones
de una paternidad putativa y un matrimonio de conveniencia, con el dominio
incontestable de la estupidez policial y sacerdotal sobre la sociedad como
telón de fondo, son las notas más cáusticas de esta sátira de la regresiva
Irlanda de su tiempo. Una sátira menipea, como las de sus maestros Swift y
Sterne, dotada de la más extravagante vitalidad y carnavalesco sentido de la
comedia humana.