[Publicado ayer en
medios de Vocento]
Los
mercados se felicitan por la victoria de Boris Johnson, lo repiten todos los medios
con sorpresa, y yo me río a carcajadas. Cómo no iba a ser así. A nadie que
cotice en bolsa le importa demasiado el Brexit. Solo perjudica a los que no
tienen nada. En la economía global, la libre circulación de la pasta financiera,
burlando fronteras, está siempre garantizada. A día de hoy, si perteneces a la
UE es porque no puedes hacer otra cosa mejor. Es lo que le pasa a España. El
Brexit de Johnson y su aplastante plebiscito han metido el dedo gordo en la
llaga invisible de la UE. El proyecto europeo inventado en el siglo XX, respondiendo
a una geopolítica antigua, ya no funciona como proclaman sus líderes, con
Lagarde y compañía al mando de una maquinaria viciada.
Mientras
tanto, se monta en Madrid el paripé contra el cambio climático y los políticos
brindan con champán a la salud de sus partidos y sus puestos de poder. Pura
farsa para convencer a los votantes de que se están tomando decisiones eficaces
a la hora de frenar el reloj de la destrucción. No conviene escandalizarse
mucho. La gente se entrega al desenfreno de las rebajas del “Black Friday” sin
acordarse de los mensajes apocalípticos de Greta Thunberg, una santa visionaria
de la causa climática. Juntarla con Javier Bardem, el comunista de Hollywood,
esa especie amenazada de extinción, al menos demostró que para el mundo del espectáculo
ella es una actriz más. No olvidemos que la niña Greta tuvo su epifanía ecológica
delante de una pantalla. Después del efecto nocivo que esas imágenes causaron en
su cerebro no entiendo cómo a nadie se le ha ocurrido prohibir ese tipo de pornografía
científica para menores. O restringir su audiencia a los adultos que hayan
demostrado un cinismo a prueba de cualquier bombardeo ideológico. Un programa televisivo
presentado por Bardem sería el único medio realmente educativo sobre el tema para
niños ingenuos y niñas hipersensibles.
Seamos
realistas. En el espacio navideño, pletórico de luces publicitarias y
escaparates repletos de viandas y regalos, nadie puede escuchar los gritos
autistas de Greta Thunberg. Así va el mundo. Hasta Boris Johnson, tras el
clímax electoral, está empezando a cambiar de perspectiva. Es dudoso, sin
embargo, que la niña Greta y papá Boris encuentren un remedio milagroso contra la
catástrofe en curso. Todo depende de nosotros. La próxima vez que participes en
una orgía consumista no pienses en la cara de asco de Greta, ni en la sonrisa
complaciente de Trump o de Nadia Calviño, la ministra amiga de poderosos banqueros.
Piensa, más bien, en millones de animalitos agonizando entre desechos de
plástico. O, si no funciona, imagina a tus descendientes sobreviviendo a duras
penas en un planeta muerto como los de Star Wars. Hazle caso al Jedi. Hazle
caso a Greta.
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