[Saskia
Vogel, Soy una pornógrafa, Alpha
Decay, trad.: Núria Molines, 2019, págs. 206]
I’ve always preferred the company of people who navigate by the stars of
their desires, unafraid to identify and pursue what they want, willing to
question what they’ve inherited and are offered. Borrowing from Camille Paglia,
let’s call these people pornographers; to be alive to the sexual energy all
around us is a kind of pornographic vision. Seeing the world through this lens
makes clear just how fraught our society’s relationship to sex is. The
pornographic lens—and with it pornography—chronicles a society’s sexual dreams
and anxieties. Our relationship to pornographic material today speaks to how
little we value lust as a force for creativity, knowledge and insight. They say
we get the porn we deserve.
En esta provocativa novela se invierte, por una
vez, la relación de primacía entre texto original y texto traducido y se
revelan las dificultades culturales en un sentido opuesto al habitual. El
título inicial de la novela figura al frente de la portada de la traducción
española, invitando al lector a adentrarse con morbo en sus páginas como entre sábanas
húmedas en pos de experiencias sexuales alternativas y un sentido de la vida nada
convencional. Por el contrario, el título con que se conoce la novela de Vogel en
Estados Unidos es “Permiso”, como si la pudibundez puritana que achacamos a la cultura
americana impusiera la imposibilidad para una debutante de ser tomada en serio
si se atreve a rotular su libro con un concepto tan escandaloso.
No es una cuestión accesoria. Una escritora
audaz ve frenado su refrescante impulso en su lengua nativa mientras encuentra
en el disfraz español la descarnada verdad de su discurso. La desnudez de una
prosa sugerente que describe el sexo como un vestido de moda o una segunda piel
que una mujer puede ponerse o quitarse a voluntad, en presencia de lectores y
lectoras que entenderán su gesto libertino como un espectáculo escenificado para
la inteligencia de la realidad más oscura y escabrosa. El laberinto libidinal de
deseos y placeres de un personaje anfibio que, como canta Britney Spears, ídolo
pop de Echo, la protagonista y narradora, no es niña y tampoco mujer.
La narración es vista en su totalidad, desde la
muerte iniciática del padre, desaparecido en el océano tras caer por un
acantilado, hasta la unión final de la actriz angelina Echo con su amante Orly en
la playa rebosante de vida orgiástica, con una lente pornográfica: una lente
que elimina el maquillaje moral para exhibir la vitalidad y brutalidad del
arcaico vigor de la naturaleza, como la llama Camille Paglia. Una fuerza animal
asociada a las máscaras eróticas de lo divino femenino, del que la fascinante
dominatriz Orly es una potente encarnación, dueña absoluta de sus deseos,
maestra sexual y corporal, y manipuladora de los afectos y goces de los otros.
Paglia es, precisamente, la influencia intelectual más notoria de Vogel, lo que
garantiza una visión del sexo femenino tan exuberante como exenta de culpa o
resentimiento. Una afirmación solar del poderío otorgado al sexo de las mujeres
que estas pueden explotar contra la cultura patriarcal, con seducción y
coquetería, para sobrevivir a su voluntad de dominarlas y someterlas a sus
valores familiares y domésticos.
El pensamiento pagano de Paglia insemina toda la
novela, desde el epígrafe que inspira su título, extraído de un texto incluido
en “Vamps & Tramps” donde Paglia denuncia el regreso del puritanismo
disfrazado de corrección política, hasta la filosofía que impregna el viaje
existencial de Echo hacia la madurez y el amor. Un trance repleto de transfiguraciones y
metamorfosis carnales, como la vibrante escena del primer encuentro íntimo de
Echo con la hechicera sexual Orly, digna de David Lynch. Los presupuestos
fundamentales de tal filosofía los resume Paglia en estas contundentes
palabras: “La pornografía muestra la
oscura verdad sobre la naturaleza, disimulada por los artificios de la
civilización. La pornografía trata de la lujuria, nuestra realidad animal que
nunca será completamente domada por el amor…La pornografía nos permite explorar
nuestro yo más profundo y prohibido…La pornografía permite que el cuerpo viva
en gloria pagana, la lujuriosa y desordenada plenitud de la carne”.
Así
Orly, así Echo: las dos caras visibles de su pornógrafa autora.
Para encontrar una literatura sobre el Eros
femenino de esta valía ética y estética tendríamos que remontarnos, entre
otras, a la subversiva y precursora “Mesalina” de Alfred Jarry, las fábulas amorales de Elfriede Jelinek o las explosivas autoficciones punk de Kathy Acker y, en las últimas décadas, la autobiografía lúbrica de Catherine Millet, las novelas líquidas y viscosas de Charlotte Roche y los relatos irreverentes y crueles de A. M. Homes y April Ayers Lawson. Demostrando, una
vez más, por si hiciera falta, que el mejor arte, como dice Paglia, es siempre pornografía. Pornografía sensacional.
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