[Luis
Goytisolo, Coincidencias, Anagrama, 2017,
págs. 120]
Hace cuatro años, Luis Goytisolo se
empeñó en dilucidar las claves del género novelístico, su glorioso pasado,
dudoso presente e incierto futuro, en un ensayo fructífero (Naturaleza de la novela) que quizá le abrió
la puerta a este magistral regreso. Acertaba Goytisolo, en dicho ensayo, al definir
la “naturaleza de la novela” como un conjunto de artificios y convenciones
modificados con el paso de los siglos para adaptarse a las mutaciones históricas.
Una de las conclusiones más lúcidas del ensayo era que el formato de la novela,
nacido para poner en crisis, precisamente, el mundo de valores vigente en cada
sociedad, necesitaba recurrir a nuevos dispositivos de composición narrativa
más acordes con los tiempos.
En un acto de coherencia ejemplar, Goytisolo se
ha propuesto demostrar la validez de sus postulados concibiendo un artefacto literario
plagado de paradojas e inteligencia. En una situación actual de aparente crisis
del género, la mejor forma de resolver la ecuación de la novela contemporánea y
despejar las incógnitas creativas que la constituyen consiste en enfrentarse
sin tapujos a la representación de la realidad del presente.
Y así lo hace aquí, de manera sorprendente,
construyendo un calidoscopio de 63 piezas narrativas que funciona como una miniaturizada
“comedia humana” de nuestro tiempo. Una “comedia humana”, eso sí, sometida a la
ionización del cuadro social balzaquiano y de sus motivos y escenarios principales:
escenas de la vida privada, con un énfasis hilarante en las perversiones
sexuales, la promiscuidad equívoca y las nuevas parafilias, o escenas de la
vida pública, centradas en el costumbrismo urbano, el tránsito caótico, los
intercambios, los negocios y la riqueza. En el fondo, Goytisolo retrata un
mundo nuevo, donde lo privado y lo público apenas si se distinguen, un mundo estereotipado
donde todo es transparente y cualquier conducta o deseo aspira a transmitirse a
los otros a través de las redes sociales e internet.
La gran invención de “Coincidencias” reside en
haber sustraído la mayoría de los nombres propios y transformado el retrato
social en un paisaje anónimo de vidas minúsculas y personajes intercambiables. El
elenco de personajes es extenso, abarcando diversidad de clases, roles y
profesiones: padres y madres, hijas e hijos, lesbianas y amantes, taxistas y
conductores, maridos y mujeres, empresarios, galeristas, cocineros, hackers, periodistas,
financieros, prostitutas, secretarias, etc.
Rara vez sus destinos se cruzan o sus identidades
se definen sin inducir a la confusión, por lo que el acierto del ingenioso título
no guarda relación solo con el contacto que la realidad mantiene con la
ficción, siempre especulativo, sino también con la convergencia entre los múltiples
personajes que cuentan, con voz propia o en tercera persona, sus peripecias comunes
o las de sus allegados y los modelos reales en que podrían basarse. Este es el original
juego de coincidencias y reconocimientos que, como un puzle de viñetas cómicas,
esta novela panorámica plantea a su lector. Los personajes de la ficción pueden
tener sus correlatos, más o menos conocidos, en la realidad, pero lo importante
es la posibilidad de transferir la caricatura a otras personalidades contiguas,
sin concretar en exceso los parecidos y semejanzas.
Es irónico, si uno emplea el índice de capítulos
como mapa cognitivo, comprobar cómo los que más se repiten (“Transeúntes” y
“MasterChef”, cuatro veces cada uno) orientan la lectura hacia el desenlace trágico
del asesinato del cocinero famoso por un vengador desconocido y el tiroteo del
conductor colérico. El terrorismo y la violencia como subproductos de un modo
de vida que la parábola japonesa apócrifa que clausura el libro impugnaría sin
ambages.
Ya saben, cualquier parecido con la realidad es
pura coincidencia.
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