viernes, 8 de agosto de 2025

ANIMALADAS


  [Publicado en medios de Vocento el martes 5 de agosto] 

  El humano es el único animal que hace de la muerte una cultura y una política. 

          El humano es el único animal que mata a otros animales por placer. Llamarlo sadismo es simplificarlo. Pienso en esto mientras veo, impresionado, “Tardes de soledad”, la película de Albert Serra sobre la fiesta de los toros. Me había negado a verla por un rechazo visceral a la crueldad de su objeto, la tortura pública de un animal transfigurada en sacrificio primitivo. Ahora la estrena Movistar Plus, acompañada de una entrevista a su director en la que reivindica la inteligencia del cine frente a la brutalidad de la tauromaquia. Y me rindo a la idea y la comparto, pese a todo. La mirada impasible de la cámara no legitima filmar cualquier cosa. Un documental reciente sobre la cineasta nazi Leni Riefenstahl así lo muestra.

Al principio, las caras totémicas de dos toros de lidia, piel negra bañada por la luz de la luna, miran a la cámara fijamente, en primer plano, nos miran a nosotros, los espectadores, con gesto imponente. Qué sentido tiene esto, nos preguntan esos ojos negros y esos belfos babeantes. Para qué nos hacéis esto. Veo el resto de la película sobrecogido por la verdad culpable de esas imágenes. Y la coreografía escalofriante de sus secuencias de toreo se revela puramente cinematográfica. No detecto ahí la supuesta belleza de la corrida ni el heroísmo del matador de toros. Hace bien Serra en excluir al público taurino. La soledad del espectador ante la pantalla lo enfrenta al grosero papel del espectador en la plaza.

La cobardía atávica de quien asiste al linchamiento del animal sin correr peligro alguno es análoga a la impotencia que se siente al ver los coches de caballos recorriendo las calles turísticas de Málaga. El maltrato convierte a esos caballos en imágenes ambulantes del sufrimiento ciego y el dolor silencioso. Cada vez que veo esta atrocidad permitida por la ley me acuerdo del caballo herido del “Guernica” de Picasso, ese heraldo del terror y la destrucción. No me extraña que Swift, en “Los viajes de Gulliver”, imaginara un mundo más evolucionado regido por caballos inteligentes, donde los humanos eran tratados con desprecio como especie inferior.

El humano, por cierto, es el único animal que mata a sus semejantes en nombre de entelequias políticas o de pasiones mezquinas. Llamarlo sadismo, una vez más, es simplificarlo. La masacre en Gaza y en Ucrania no tiene nombre. Y permitimos esa infamia, como la carnicería de los toros y la mortificación de los caballos. La barbarie ancestral. El corazón de las tinieblas. El horror, el horror. 

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