El humano es el único animal que hace de la muerte una cultura y una política.
El
humano es el único animal que mata a otros animales por placer. Llamarlo
sadismo es simplificarlo. Pienso en esto mientras veo, impresionado, “Tardes de
soledad”, la película de Albert Serra sobre la fiesta de los toros. Me había negado
a verla por un rechazo visceral a la crueldad de su objeto, la tortura pública
de un animal transfigurada en sacrificio primitivo. Ahora la estrena Movistar
Plus, acompañada de una entrevista a su director en la que reivindica la
inteligencia del cine frente a la brutalidad de la tauromaquia. Y me rindo a la
idea y la comparto, pese a todo. La mirada impasible de la cámara no legitima
filmar cualquier cosa. Un documental reciente sobre la cineasta nazi Leni
Riefenstahl así lo muestra.
Al principio,
las caras totémicas de dos toros de lidia, piel negra bañada por la luz de la
luna, miran a la cámara fijamente, en primer plano, nos miran a nosotros, los
espectadores, con gesto imponente. Qué sentido tiene esto, nos preguntan esos
ojos negros y esos belfos babeantes. Para qué nos hacéis esto. Veo el resto de
la película sobrecogido por la verdad culpable de esas imágenes. Y la coreografía
escalofriante de sus secuencias de toreo se revela puramente cinematográfica.
No detecto ahí la supuesta belleza de la corrida ni el heroísmo del matador de
toros. Hace bien Serra en excluir al público taurino. La soledad del espectador
ante la pantalla lo enfrenta al grosero papel del espectador en la plaza.
La cobardía
atávica de quien asiste al linchamiento del animal sin correr peligro alguno es
análoga a la impotencia que se siente al ver los coches de caballos recorriendo
las calles turísticas de Málaga. El maltrato convierte a esos caballos en
imágenes ambulantes del sufrimiento ciego y el dolor silencioso. Cada vez que
veo esta atrocidad permitida por la ley me acuerdo del caballo herido del
“Guernica” de Picasso, ese heraldo del terror y la destrucción. No me extraña que
Swift, en “Los viajes de Gulliver”, imaginara un mundo más evolucionado regido
por caballos inteligentes, donde los humanos eran tratados con desprecio como especie
inferior.
El humano, por cierto, es el único animal que mata a sus semejantes en nombre de entelequias políticas o de pasiones mezquinas. Llamarlo sadismo, una vez más, es simplificarlo. La masacre en Gaza y en Ucrania no tiene nombre. Y permitimos esa infamia, como la carnicería de los toros y la mortificación de los caballos. La barbarie ancestral. El corazón de las tinieblas. El horror, el horror.
No hay comentarios:
Publicar un comentario