Cuando una autora recibe el Premio Nobel
y esa autora pertenece, además, a una literatura periférica, como ocurre con
Han Kang, escritora coreana de prestigio internacional ya antes de la
nobelización, o con Olga Tokarczuk, escritora polaca de envergadura mundial, la
ocasión debe ser celebrada doblemente: que sea una mujer y que proceda de
literaturas excéntricas, que suponga, en este sentido, la afirmación de una
voz original en una lengua singular y minoritaria. En el contexto de la
literatura mundial, la globalización de la novela como género principal
favorece esta clase de reconocimientos.
No se puede leer esta novela de Han, la undécima
suya, publicada en Corea en 2021, sin conectarla, como exige la autora, a una
novela anterior, Actos humanos,
publicada en 2014 y traducida al español en 2018. Muchos elementos de esa
novela reaparecen en esta, estilizados e intensificados. Donde antes la
polifonía narrativa estructuraba un relato colectivo sobre el dolor y la
memoria ante una masacre histórica como la de la ciudad de Gwangju en 1980,
bajo la dictadura militar, ahora es la voz íntima de un avatar ficcional de la
autora la que canaliza la recuperación de la memoria de una matanza situada en
la isla de Jeju en los años de la Guerra de Corea.
Pero Han es una novelista con una poderosa tendencia
a la escritura poética, como demuestran La
vegetariana (2007), su obra más conocida y celebrada, y Blanco (2016): el registro lírico,
cargado de metáforas y símbolos, ancla su prosa en una dimensión espaciotemporal
difusa, donde el pasado y el presente, lo temporal y lo intemporal, lo natural
y lo histórico, lo real y lo onírico, se entremezclan hasta constituir un mundo
de compleja belleza. Un mundo, por cierto, donde la belleza apenas compensa el
horror y el dolor de estar vivo. No es casual, por tanto, que la novela comience
con el sueño recurrente de una escritora que parece indicar que la terrible
temática de su libro recién terminado no consigue cicatrizar, como una herida,
y sangra todavía.
Esta evocación del período en que Han trataba de
liberarse de la pesadilla de escribir Actos
humanos sirve de prolegómeno a los sueños invasivos que la arrastran de un
modo inexorable a escribir Imposible
decir adiós, estableciendo una filiación umbilical entre ambos libros. En
este caso, la mediación la establece la relación entre la narradora Gyeongha y
la amiga fotógrafa, Inseon, natural de Jeju, y los traumas de su madre, Jeongsim,
que perdió siendo una niña a su hermano mayor, asesinado en apariencia durante
el genocidio anticomunista de los isleños.
El relato onírico impregna la novela y le confiere
a la narración una apertura psíquica por la que se filtran el inconsciente
individual y el colectivo, la evocación más o menos distorsionada de las
matanzas y las secuelas sociales de las mismas, la recurrencia del mar como
símbolo de la profundidad de la memoria y el olvido, los sueños obsesivos y,
sobre todo, la comunicación extrasensorial, la transferencia de historias,
entre las dos mujeres: una, Inseon, postrada en la cama de una clínica de Seúl,
recuperándose de un accidente que le ha amputado los dedos de una mano, y la
otra, Gyeongha, encerrada en la casa familiar de Inseon en Jeju, recopilando
toda la información y los recuerdos subjetivos de la tragedia, bajo las
acometidas de una tormenta de nieve y un apagón eléctrico.
La historia es horrible, como decía Sartre, algo
en lo que vivimos atrapados y de lo que solo deseamos escapar, y siempre
implica una victoria del poder sobre la justicia y la libertad de los pueblos. Esta
hermosa e inquietante novela de Han Kang comparte la idea y demuestra que la
memoria histórica no cura las heridas, pero sí la memoria poética, la memoria
novelesca de los actos atroces que unos seres humanos cometen contra otros
seres humanos en nombre de falacias y entelequias ideológicas. La literatura
contra el olvido y la desmemoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario