martes, 27 de diciembre de 2022

SED DE SANGRE

  

[Julie Légère, Elsa Whyte y Laura Pérez, El secreto de los vampiros, Errata Naturae, trad.: Regina López Muñoz, 2022, págs. 76]

           Borges decía que los escritores originales creaban a sus precursores. Algo similar pasa con Drácula. A partir de la existencia del famoso vampiro concebido por Stoker cabe imaginar una genealogía de criaturas vampíricas o monstruosas que lo precedieron o lo anunciaron con su apetito de vida inmortal y su sed infinita de sangre mortal. A ilustrar y comentar este linaje malvado está dedicado este espléndido libro narrado por la voz seductora de una vampira intemporal, a la que prestan sus conocimientos las dos autoras, Julie Légere y Elsa Whyte, y su talento visual Laura Pérez, capaz de recrear con acierto cada avatar o episodio vivido por los vampiros y sus víctimas a lo largo del tiempo.

          Hace dos años, al filo de la pandemia, la Cinemateca francesa y el CaixaForum de Madrid y Barcelona dieron a la luz una magnífica exposición dedicada a la trascendencia en el imaginario popular del cine y la literatura de la figura del vampiro, acompañada de un catálogo suntuoso escrito por algunos de los grandes especialistas internacionales en el tema. Este nuevo libro nos permite adentrarnos en los entresijos antropológicos y folclóricos de los vampiros, y en su devenir histórico, creando un perfil global de la polifacética criatura. Desde el “nukekubi” japonés, esa falsa mujer que cuando llega la noche separa su cabeza del cuerpo y se dedica a morder a los vivos, hasta el africano “adze”, un insecto succionador de hemoglobina, hasta el “jiangshi”, un vampiro chino disfrazado de mandarín siniestro o dama cortesana ávida de cuerpos vivos, el “vurdalak” bosnio y húngaro, el “strigoi” y el “nosferat” rumanos, la “tlahuelpuchi”, bruja y vampira mexicana, o el “soucouyant”, anciana diurna y bola de fuego nocturna que se cuela en los hogares antillanos y contagia del mal a sus moradores, plurales son las máscaras carismáticas que adopta en todas las culturas del mundo esta amenaza parasitaria que se cierne sobre los vivos para robarles la esencia vital.

La leyenda negra del vampiro es milenaria, como demuestran figuras terribles como la legendaria Lilit del Génesis gnóstico y del poema “Eden Bower” de Rossettilas serpentinas lamias y las empusas romanas, Vlad el Empalador, supuesto modelo de Drácula, y abarca toda la geografía terrestre, como hemos visto, con modalidades locales y regionales de enorme interés, como el travieso “vetāla” de los antiguos cuentos sánscritos, pero hasta la llegada del romanticismo con tonalidad gótica, contra el imperio de las luces, como señalan con acierto las autoras, no alcanzó las formas definidas que lo actualizarían y transformarían en un icono de las culturas modernas. Es aquí donde conviene pronunciar el sonoro nombre de Polidori y su célebre vampiro byroniano Lord Ruthven, primera encarnación de esta nueva variante del tipo ancestral, a comienzos del siglo XIX. A lo largo de este siglo de predominio de los valores burgueses, la metamorfosis del vampiro, título del poema de Baudelaire que celebra el poder demoníaco de una amante vampira, se convierte en uno de los capítulos más logrados por su riqueza temática y la variedad de personajes literarios o reales que lo encarnan. El vampiro se vuelve entonces una criatura subversiva y transgresora, en respuesta a las mutaciones de la época, mujer fatal o dandi peligroso, reniega del realismo estético, y se impone en la poesía maldita (Maldoror) o en las narrativas de género fantástico.

La Geraldine del poema “Christabel” de Coleridge se anticipa setenta y dos años a la Carmilla de Sheridan Le Fanu, dos vampiras adictas a la bioquímica erótica de las vírgenes adolescentes, como lo era también la condesa sangrienta Erzsébet Bathory, pero ambas demuestran que el vampirismo femenino, incitado por el deseo lésbico y destructor del orden patriarcal y familiar, incorpora un signo (pos)feminista de relevancia contemporánea. Mientras que la virilidad clásica del Drácula de Bram Stoker y las interpretaciones cinematográficas de Max Schreck, Bela Lugosi, Christopher Lee y Gary Oldman no deberían eclipsar la deriva posmoderna del Lestat homosexual de Anne Rice, o el romanticismo adolescente de la saga “Crepúsculo” de Stephenie Meyer. Los cazadores de vampiros también son homenajeados en estas páginas y, muy en especial, la gran Buffy Summers, la más poderosa y encantadora protectora de los humanos en su guerra secular contra el poder de los parásitos de colmillos aguzados.

Este estupendo libro no es, sin embargo, una enciclopedia sobre los vampiros. Es un álbum fascinante y seductor como las criaturas que describe, un álbum diseñado con esmero para saciar con los ojos, una y otra vez, nuestra sed de sangre. Quiero decir, de tinta. 

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