martes, 8 de noviembre de 2022

VELOCIDAD Y ÉXTASIS


  [Jack Kerouac, En la carretera, Anagrama, trad.: Jesús Zulaika, 2022, págs. 400] 

Así define Jack Kerouac (“todo en él era velocidad y éxtasis”) la vida de su camarada Neal Cassady al final del Tercer Libro de “En la carretera”, cuando están a punto de emprender el viaje que los llevará al final del camino de la juventud.

Se reedita ahora esta novela mítica, en pleno centenario del nacimiento del autor, la única novela que merece ser calificada sin desprecio como un “rollo” integral. Kerouac compuso la primera versión del libro entre el 2 y el 22 de abril de 1951 como un rollo interminable de papeles mecanografiados. El “rollo original”, como se le conoce sin ironía entre los expertos. Kerouac pretendía con ello que la experiencia de escribir fuese ininterrumpida, un teclear continuo conectado al pálpito de la vida en movimiento. Gran admirador de los músicos de jazz, Kerouac encontraría en el arte mecanográfico de la “prosa espontánea” el equivalente literario del saxo, la trompeta o el clarinete: un instrumento rítmico de transmisión automática de la emoción y el aliento del artista que lo toca sin normas previas.

Durante décadas circuló una versión expurgada y manipulada del libro, donde los nombres de Kerouac, Cassady, Ginsberg y Burroughs eran sustituidos por seudónimos más o menos ingeniosos y el formato original se ajustaba a dimensiones convencionales. Disfrutamos desde hace catorce años de la versión íntegra, en un solo párrafo, de esta novela “enrollada”. Las últimas páginas del manuscrito, perdidas hasta entonces, aparecen en un apéndice que permite leer, como Kerouac deseaba, la evocación inicial del amigo más íntimo (“Conocí conocí a Neal”) reiterada en la obsesiva frase final (“pienso en Neal Cassady, pienso en Neal Cassady”) como metáfora de un coche que arranca con dificultad y, al cabo de un largo viaje, acaba parándose en seco.

La cartografía inmensa e intensa que despliega el rollo de Kerouac corresponde a un circuito geográfico de ida y vuelta: Nueva York, Chicago, Denver, San Francisco, Los Ángeles, Carolina del Sur, Florida, Luisiana, Texas y México, antes de regresar a Nueva York, donde Kerouac encuentra una esposa, Joan, y pone fin provisional a su huida incesante. Ese circuito de múltiples pistas compone, pues, una “línea de fuga” de la vida convencional en un momento histórico en que el sueño americano de los fundadores estaba siendo expropiado de raíz por el capitalismo financiero y la cultura del consumo.

La única utopía que Kerouac y Cassady imaginan durante el sinuoso trayecto es la de una carretera infinita que dé la vuelta al mundo. Una carretera sin fronteras ni policías, un espacio-tiempo de libertad absoluta donde el paisaje, el coche y los pasajeros, invocando el panteísmo fraternal de Whitman, se fundan en una sola dimensión ilimitada. Como sabemos, desengañados habitantes de un mundo desprovisto de otros sueños que los de la publicidad y el turismo, esa gesta de libertad genuina y amor universal estaba condenada al fracaso en un entorno cada vez más controlado. Y William Burroughs, oficiando como gurú kafkiano de toda una generación, lo proclama con lucidez en la novela: “Burocracia…No queda nada más que burocracia”.

Este espíritu intransigente, lo más valioso del libro junto con la poesía visionaria de sus imágenes y ritmos, lo expresa Kerouac al comenzar la apasionante aventura de escribir esta novela rodada: “la única gente que me interesa es la que está loca, la que está loca por vivir, por hablar, ávida de todas las cosas a un tiempo, la gente que jamás bosteza o dice un lugar común, sino que arde, arde, arde como candelas romanas en mitad de la noche”. 

4 comentarios:

Ramón Buenaventura dijo...

Como sin duda sabes, aunque no lo menciones aquí, Juan Benet utilizó el sistema de rollo sin marcha atrás en Una meditación, con la que ganó ¿el Biblioteca Breve? Molina Foix, uno de sus discípulos más adepto, lo explica bien en este artículo: https://www.elboomeran.com/upload/ficheros/noticias/claves_articulo176benet.pdf

JUAN FRANCISCO FERRÉ dijo...

Gracias por el apunte, Ramón, recordaba haber leído la anécdota en el libro Ensayos sobre lo real de Molina Foix, sí, pero no me pareció relevante comentarlo, la cronología jugaba a favor una vez más del beat norteamericano en contra del faulkneriano ibérico...
Un abrazo!

Ramón Buenaventura dijo...

Por supuesto, Juan Francisco: en tu artículo no venía a cuento hablar de Juan Benet. Por eso añadí el comentario. Abrazo :-)

JUAN FRANCISCO FERRÉ dijo...

Gracias de nuevo, Ramón, por el apunte y el pespunte. La tabla rasa del covid me hizo citar mal el libro de Vicente Molina Foix: este cuenta la anécdota del rollo benetiano en un ensayo incluido en Enemigos de lo real. Máquina por máquina, recuerdo que Cortázar bromeaba en La vuelta al día con un "piantado" que había construido una máquina para leer Rayuela a la que había bautizado (cito de memoria) Rayuelomatic, o algo similar, estaba en el espíritu de los tiempos, como se ve...