martes, 11 de octubre de 2022

ANATOMÍA DE LA MELANCOLÍA


 [Eloy Fernández Porta, Los brotes negros, Anagrama, 2022, págs. 132]

           Este libro no lo ha escrito Fernández Porta, el yo autobiográfico que lo firma. Este libro tampoco lo ha escrito Eloy, el yo singular que lo acompaña en el terrible viaje. Este libro lo ha escrito Eloy/Fernández Porta, es decir: el yo singular del autor saboteando los planes del yo autobiográfico en su tentativa de conferir sentido y verdad a una experiencia extrema del dolor de ser y de vivir que no tiene fáciles comparaciones en la literatura española actual. El autor habla de sí mismo y las palabras delatan al confidente desdoblado que quiere contarnos la traumática verdad de su vida. La verdad y la mentira. La verdad de las mentiras y las mentiras de la verdad. En su aguda melancolía, cuando el autor habla sobre su vida se desploman las categorías, convenciones y consensos que encubren la desnudez integral de la vida.

Si utilizo las nociones del neurocientífico Antonio Damasio sobre la multiplicidad mental del yo para explicar el modo de escritura del libro, es para demostrar que no es un manual de autoayuda emocional, ni una autobiografía psíquica al estilo de Hermann Broch, ni una confesión de fracaso, aunque sea todo eso también, entre líneas. Este libro brota del deseo del autor de entender los motivos por los que, a partir de un momento crítico de su vida, su mente decidió naufragar haciendo pagar al cuerpo el precio de ese hundimiento. Los síntomas estaban ahí desde siempre, pero no se hicieron visibles hasta el momento en que ya fue demasiado tarde para diagnosticarlos y curarlos. El autor hace bien en recordarle al lector que la terapia y la farmacología forman parte de las rutinas de su enfermedad y quizá no le sean ajenas. Cualquier intento de cura posible roza la locura de lo imposible en la medida en que la normalidad es un engaño clínico.

Pero el autor no se limita a realizar una anatomía en vivo de sus dolencias y males, vicios y manías. El “aullido” de este libro no resuena como el “grito” mudo de Munch, al que cita como icono de la ansiedad y la angustia históricas, sino como el “aullido” estridente de Allen Ginsberg, el poeta revolucionario que en los años cincuenta transmitió a la poesía los gritos desgarradores de los locos encerrados en los manicomios americanos en nombre de la sacrosanta normalidad. El autor de “Los brotes negros” se hace eco también del aullido de frustración e impotencia de los mejores cerebros de su generación, la más preparada de la historia, la primera verdaderamente posfranquista. Esos jóvenes malogrados padecieron sucesivas experimentaciones educativas en que la exigencia de competir y ser los mejores se adornaba con los valores contraculturales al uso. Esa bipolaridad de la disciplina y el hedonismo los ha condenado a la precariedad, el trabajo a destajo, los escasos ingresos, la soledad, la desubicación y el triste reconocimiento de las redes sociales como única alternativa.

Las paradojas e incongruencias del mundo social y cultural aparecen retratadas al fondo de este autorretrato saturnino como causas colaterales del sufrimiento del autor. Eres un cerebro superdotado, un escritor brillante, pero el mundo te trata con desprecio, como a un perturbado, un tarado, un inútil o un desgraciado, o con condescendencia, como a un incapaz, un discapacitado para la vida mediocre, el trabajo y el amor. Un desecho, en suma, de un modo de vida convencional en el que no puedes encajar ni integrarte sin sentirte, como les pasó a Antonin Artaud y a Leopoldo María Panero, otro paciente del síndrome de inadaptación.

En este sentido, la experiencia de su lectura puede ser tan difícil para el lector como la experiencia de su escritura para el escritor. La gran diferencia es que el escritor conoce desde el principio lo que el lector solo descubre al final. Este pequeño, gran libro es un espejo trucado donde uno no puede mirar impunemente sin reconocerse enseguida.

 

Posdata extrapolada: El grito de Eloy es otra versión del grito de Munch, sí, pero pasada por los filtros de la sensibilidad afterpunk. Eloy se identifica con la figura de Charlotte Corday, la religiosa del puñal, como la llamaba Michelet, pero ya no tiene a un Marat al que matar en su bañera como signo de rebelión contra la institucionalización de la Revolución. Solo persisten en el oído de Eloy los gritos y aullidos de los locos que la jalean en el manicomio concebido por Peter Weiss, con Sade al mando de la representación, y lo incitan a cometer un crimen imaginario contra sí mismo…


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