martes, 22 de diciembre de 2020

EL EFECTO CHIANG


 [Ted Chiang, Exhalación, Sexto Piso, trad.: Rubén Martín Giráldez, 2020, págs. 343]

        Mientras la literatura convencional sobrevive encerrada en un invernadero de temas y técnicas, esterilizando su discurso hasta la trivialidad y la cursilería, la ciencia ficción es el único discurso narrativo que se plantea los motivos más trascendentales de la existencia, los que la literatura tiene en común con la filosofía y, en especial, con la ciencia. La literatura y la ciencia comparten el método de la extrapolación especulativa, como la llama Steven Shaviro en Discognition, es decir, la facultad de construir ficciones o hipótesis como modos de percepción y conocimiento de la realidad. La ciencia ficción es la forma de narrativa que funciona extrapolando a partir de los desarrollos científicos y tecnológicos, así como sociales o culturales, con el rigor teórico de la ciencia y la inventiva y la imaginación de la literatura. La ciencia ficción es, por tanto, la narrativa adecuada a una cultura cuyas cuestiones esenciales surgen de la interrogación de la tecnología y su impacto en la vida y la mente de los humanos.

En esto, Chiang es un maestro admirable. Un ingenio agudo, un portentoso inventor de fábulas, como dijo Borges de H. G. Wells, que desafían los límites de lo conocido y lo cognoscible y, sin embargo, aseguran los fundamentos de la posición humana en el mundo. El efecto que produce la lectura de cualquier texto de Chiang se podría describir así. Uno se deja arrastrar por las palabras de un discurso al que no es necesario prestar demasiada atención al principio para que nos vaya involucrando gradualmente, con una fase intermedia que combina la impaciencia paradójica y la relectura meticulosa, hasta alcanzar el momento supremo en que anticipamos con ansiedad creciente la información esencial que nos aguarda en las líneas finales.

En “El comerciante y la puerta del alquimista”, Chiang explora las secuelas de los viajes en el tiempo a través de portales mágicos que no cambian el signo de la línea temporal, pero en uno de los textos más extensos y logrados (“La ansiedad es el vértigo de la libertad”) plantea una fascinante fábula, digna de Borges y Dick, sobre temporalidades bifurcadas, realidades alternativas y la capacidad de establecer una comunicación interactiva entre los yos de esos mundos divergentes empleando un aparato tecnológico (“prisma”) que altera sus características cada vez que interviene con su energía cuántica y fuerza la interacción entre sujetos idénticos de vidas incomposibles. El mejor de los mundos posibles no sería un solo mundo, como creía Leibniz, sino un mundo plural compuesto de infinitas versiones de sí mismo, donde los mismos individuos actuarían libremente en todas ellas manifestando idénticos rasgos de carácter. En ambos relatos citados, el libre albedrío, en tanto categoría de difícil definición, es tratado como la diferencia entre la acción de la voluntad individual y el tiempo de esa acción, con secuelas morales impredecibles. En la parábola especulativa “Lo que se espera de nosotros”, en cambio, un dispositivo que manipula el tiempo y anula la libertad electiva conduce a ciertos individuos a la paralización crítica de cualquier iniciativa.

Otra narración extensa y magistral (“El ciclo de vida de los elementos de software”) aborda la IA y la vida artificial a través de una trama que implica criaturas digitales (“digientes”) con criadores humanos que establecen con estos entes relaciones paternofiliales, mediadas por la empatía, hasta extremos arriesgados para la vida afectiva y las relaciones personales. Pero Chiang dista de ser un apocalíptico al uso y, por tanto, sus reflexiones solo demuestran que los humanos perseveran en lo que los constituye como tales incluso en contacto íntimo con seres creados por la tecnología computacional más sofisticada. En “El gran silencio”, Chiang muestra cómo los científicos buscan vida extraterrestre con desesperación y apenas si escuchan el grito agónico de algunas especies terrestres como los papagayos puertorriqueños. Y en los dos relatos más metafísicos (“Exhalación” y “Ónfalo”) el sentido de la vida inteligente en el universo (humana o no humana) se vincula a la imperiosa necesidad de conocimiento del mecanismo cósmico que la hace posible a pesar de todo.

Escribiendo sobre artificios tecnológicos, tiempos alternativos, universos paralelos, experimentos científicos de sutil complejidad, o seres inconcebibles, Chiang logra que nos sintamos más humanos de lo que nos sentíamos antes de adentrarnos en su mundo imaginario. Más humanos, desde luego, y mucho más inteligentes.

1 comentario:

Mon dijo...

Totalmente de acuerdo.
Aún mejor su anterior antología "La historia de tu vida".
Es curioso que muchos disfrutemos la ciencia ficción en estos términos. Pero que mucha gente solo lo aprecia cuando salta al cine como la película "La llegada" pero la ciencia-ficción sigue teniendo este sesgo de género de segunda categoría.

Uno de sus problemas es que hay tantos subgéneros que no todo es Chiang o Greg Egan o China Mieville o Ian Bancks etc, y es fácil ver una novela de Warhmammer y pensar que todo es así. En fin una lástima, la historia pondrá en su sitio este género como se merece.

Muy buen artículo.