miércoles, 2 de diciembre de 2020

CIENCIA Y PACIENCIA


[Publicado ayer en medios de Vocento]

Nada suena creíble. Todo cuanto dicen y hacen parece improvisado. Vivir aterrorizados por la pandemia es una forma de mantenernos controlados. No seáis insolidarios, dicta el superyó colectivo. Por vuestra culpa puede morir alguien con quien convivís a diario. O alguien desconocido con el que os cruzáis para su desgracia. Eso también. El aerosol fatal. Sed responsables. No cometáis errores. No hagáis pagar a otros por vuestro egoísmo. Y esto lo dicen quienes no tomaron precauciones cuanto todo empezó. Ahora apelan a la autoridad científica los mismos que desdeñaron el rigor cartesiano en sus acciones iniciales. Los que volvieron la espalda a la racionalidad y negaron las evidencias, sí. Esos mismos, ahora, sin ironía, se proclaman firmes partidarios de la ciencia. La pandemia está en manos de políticos ineptos y así vamos. Como queda demostrado.

La discusión sobre la Navidad es para morirse de risa. Vienen las efemérides menos racionales del calendario y los gobernantes deciden aplicarles criterios científicos para determinar la cifra exacta de cuerpos reunidos que el virus chino toleraría sin inmutarse. Nadie le pregunta a él. Ocasión desperdiciada. El bicho maléfico que ha arruinado la vida de la gente en el último año lleva demasiado tiempo burlándose de nuestras chapuceras estrategias para frenar su actividad letal. Desde que el mítico murciélago lo evacuó de sus entrañas hasta hoy, cuando ya se anuncia el tercer tsunami a bombo y platillo como un mazazo terrible a la sanidad y la economía, no hemos aprendido ninguna lección seria. Lo fiamos todo a las vacunas mágicas, ese gran negocio financiero, y acabaremos no fiándonos de nada. Por conveniencia política, dadas las fechas, pretenden hacernos creer que la vacuna redentora es la única salvación en este bajo mundo. El remedio milagroso contra la pandemia. Tan real como el futuro formateado de una serie Netflix.

La verdad y la certidumbre no son científicas, es cierto. Y cuando lo son, como decía Einstein, es que no hablan de la realidad. Si la ciencia estricta, y no su manipulación ideológica, gobernara las medidas con que se quiere atajar la pandemia, todo sería diferente. Cada rueda de prensa, cada restricción de derechos y libertades, cada campaña gubernamental, cada muerte computada y cada vida ahorrada, serían tan inteligentes como un relato de Ted Chiang y no un insulto a la inteligencia. En esto la ciencia ficción supera siempre a la triste realidad. Más ciencia y mucha paciencia. 

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