[Publicado ayer en
medios de Vocento]
Tres
cosas hay en la covida. Mala salud, dinero
escaso y unos supuestos presupuestos. Una tomadura de pelo. No es porque no
sirvan para nada sino porque solo sirven para lo que Sánchez quiere. Mientras
unos venden el alma empresarial por el beneficio económico, Sánchez solo
trabaja por el puro beneficio político. No hay más que estrategia y simulacro
en su renovado anuncio de negociación de presupuestos. Lo vimos hace dos años,
la jugada acabó en gatillazo electoral, y la historia se repite ahora como
farsa al servicio del sanchismo. Es incomprensible que los presupuestos cobren
esa trascendencia filosófica estando tan mal el país. Gobernar ya no es
necesario, presupuestar sí. Escuchas pronunciarse sobre la cuestión a los
tertulianos de un bando y otro y todos parecen a sueldo del dueño del BOE. La
libertad de expresión se asfixia, amigo Redondo, si no le das aire libre.
Hablando
de simulacros. Una amiga chistosa me pregunta por la fecha de la moción de
censura de Vox. Y le respondo sin pensarlo que la moción de censura no tiene
fecha, ni quizá la tenga, solo tiene facha. Es una fachada rocambolesca. Como
los presupuestos de Sánchez. Todo es fachada. Apariencia. Trampantojo publicitario.
Así en la extrema derecha como en la izquierda. Qué maldición. Con las cifras
del covid disparadas y la imagen de marca española bajo mínimos históricos. Hay
que ser el cejijunto doctor Simón para entender lo que está pasando. El círculo
vicioso de la economía y la salud. Nuestra ineficiencia para prevenir y
gestionar es máxima. Estamos quedando ante el mundo como un fiasco total. Decenios
luciéndonos en el faroleo sistemático y así nos va. Que la vida iba en serio,
ahora lo comprendemos mejor. Da vergüenza pensarlo. No sé si lo merecemos.
Es
evidente que le pedimos a la ciencia mucho más de lo que puede darnos. Hemos
creído que una vez que habíamos renunciado a esperar la ayuda de la Providencia
podíamos confiar en el socorro de la ciencia. No pidas a la ciencia lo que ni
siquiera te atreverías a pedirle en voz baja a tu dios favorito en un momento
de desgracia. La ciencia no es divina ni adivina. Ni lo pretende. Cuando se
toma por tal la cosa no suele acabar bien. Hay que agradecerle que la modestia
y la cautela se cuenten entre las virtudes de su método, pese a la soberbia de
algunos de sus portavoces. Cuando el ser humano deja de creer en Dios, no es
que crea más en sí mismo o crea en cualquier cosa, como decía Chesterton, es
que se lo cree todo al pie de la letra.
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