[Publicado ayer en
medios de Vocento]
Estamos
a punto de colapsar. Se siente la inminencia en todas partes. Todos los signos así
lo indican, pero esto nunca ocurrirá más que de manera fantasmal. Vivimos en un
mundo que juega en permanencia con sus límites y se pone a prueba. Se
revoluciona y entra en crisis periódicas para conocerse mejor. El sistema capitalista
se resetea a diario, fuerza su capacidad de resistencia al máximo y aprende a
superar sus errores sin eliminar las causas.
Es más
probable que el coronavirus sea un producto de laboratorio, diseñado para
infiltrarse en las costuras de este mundo con peligrosa facilidad, que un organismo
natural incubado por algún pobre animal explotado. Solo los intereses de
quienes desean sacar partido de esta crisis impiden averiguarlo con certeza. El
ruido mediático confunde a los ciudadanos. No les permite comprender con exactitud
qué ha pasado, o está pasando, qué terrible información les ocultan para no
asustarlos, qué males les cabe esperar en el futuro inmediato. Hasta la farsa
del destierro real es un señuelo para distraer la atención colectiva en este
paréntesis aciago. Como dentro de un año no haya vacuna, la situación será desesperante.
El
siglo XXI se ha quedado antiguo de repente. La realidad cotidiana adquiere
texturas de ciencia ficción. De ahí la oportunidad de una serie como “El
colapso”, que habla de todo esto. De quién sobrevive al desastre y de quién no,
y en qué condiciones. Episodio tras episodio, el espectador ve los efectos del
hundimiento del sistema en zonas neurálgicas de la realidad, presentando con
realismo extremo ocho escenarios locales de una catástrofe global. El relato es
demoledor. Los que tienen, como las élites económicas y políticas, se salvan. Y
los que no, se condenan. Así de simple. Los dueños y señores de este mundo gozan
de una segunda oportunidad sobre la tierra baldía. Una isla lejana y lujosa,
acondicionada como un hotel arábigo, donde exiliarse cuando el sistema sucumbe.
Y a los otros, los miserables y parias de nuestro tiempo, la inmensa mayoría,
sin distinción de raza, edad o sexo, solo les queda morir solos o sobrevivir en
circunstancias intolerables.
Es la serie
de moda. Se ha hecho viral durante los meses de la pandemia y el confinamiento.
Pudo concebirse en principio como una fantasía pesimista para alertar al
espectador sobre el fin de nuestro modo de vida. Ahora todo ha cambiado. Así funciona
el sistema. Los que carecen de imaginación, como decía Godard, se refugian en
la realidad.
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