La ficción científica de
los hermanos Borís y Arkadi Strugatski ha suscitado tanto entusiasmo entre
lectores y creadores que tuvieron el privilegio de ver sus principales novelas
adaptadas al cine por grandes directores rusos como Tarkovski (“Stalker”),
Sokurov (“Días del eclipse”; adaptación libérrima y bellísima de esta novela de
la que procede la ilustración) y Alexei Guerman (“Qué difícil es ser Dios”).
[A. y B. Strugatski, Mil
millones de años hasta el fin del mundo, Sexto Piso, trad.: Fernando Otero
Macías, 2017, págs. 168]
Como saben los expertos, la ciencia
ficción de los países del orbe soviético, ya se trate del polaco Stanislaw Lem
o de los rusos hermanos Strugatski, por citar los nombres de los creadores más
originales del género, siempre fue muy distinta de su homóloga occidental, a
pesar de que la influencia de Wells y Dick se dejara sentir en sus obras.
El extraño caso de los hermanos
Strugatski es el más revelador quizá en la medida en que su imaginación narrativa
se alimentaba por igual de clásicos de la ciencia ficción y de grandes autores
de la tradición canónica. Arkadi (1925) se formó como lingüista mientras Borís
(1933) estudió astronomía y trabajó como ingeniero informático. Uno vivía en
Moscú y el otro en San Petersburgo y, sin embargo, todas sus novelas, hasta la
muerte prematura de Arkadi en 1991, las escribieron juntos, ensamblando sus
mentes especulativas hasta producir un cerebro creativo de una poderosa unidad.
En esta inteligente novela, en
particular, una de sus más destacadas junto con “Qué difícil es ser Dios” (1964)
y “Picnic extraterrestre” (1972), no es difícil percibir la huella literaria de
Lem, así como de Swift, Zamiatin o Kafka, en las paradojas enunciadas sobre las
ilusiones, medios y fines de la razón científica, el porvenir de la humanidad y
los factores afectivos que nos hacen más o menos humanos.
“Mil
millones de años” (1977) posee rasgos de fábula filosófica y de irónica comedia
de situación, junto con una trama vertiginosa en la que la rareza de los
sucesos desencadenantes se combina con las múltiples interpretaciones suscitadas
en los personajes que los padecen. El argumento es intrigante y enrevesado:
cuatro investigadores que trabajan en distintos ámbitos del saber, desde la
astronomía a la lingüística, son víctimas de una serie de hechos misteriosos
que solo buscan interrumpir sus investigaciones en curso. Existe un ente que
desea evitar que culminen sus descubrimientos utilizando todo tipo de métodos,
desde la distracción sexual, la coacción y el suicidio a las llamadas
telefónicas, los telegramas y el envío de paquetes de vodka y caviar.
El protagonista es un astrónomo llamado Maliánov
que trabaja en una importante investigación sobre la densidad de la masa
estelar y el gas de la galaxia. Al principio la historia es contada en tercera
persona, con las absurdas desventuras de Maliánov en primer plano, y ya al
final, cuando todos los científicos excepto uno se resignan a su suerte,
Maliánov se transforma en la voz narrativa en primera persona que relata su
claudicación y permite clausurar la narración.
A medida que se suceden las peripecias y los enigmáticos
acontecimientos que perturban el trabajo y la vida de los investigadores, la
novela adquiere también trazas de indagación detectivesca. Cada uno de los científicos
trata de interpretar lo que está sucediendo a partir de su mundo de ideas. Así,
la trama maneja varias hipótesis a cual más desconcertante sobre qué pretende
poner fin a sus investigaciones: una supercivilización extraterrestre, celosa
de que la especie humana alcance un poder tecnológico superior al suyo en el
universo; una conspiración religiosa de nueve hombres justos que reinan sobre
el mundo y el submundo; o bien la misma naturaleza de la realidad, las leyes
del universo, poniendo freno a la voluntad de poder científico para protegerse
de la amenaza de ser descubierta e impedir que la civilización humana se vuelva
un superpoder, con el horizonte del fin del mundo como justificación.
Es posible otra interpretación más, relacionada
con la peculiar situación como escritores de los hermanos Strugatski en la
Unión Soviética de los años sesenta y setenta. Y es que toda la novela sea una
gran alegoría kafkiana sobre el poder de la represión y la censura comunista sobre
la vida y la libertad de los individuos más creativos.
Lo fascinante de la novela es que preserva la
ambigüedad más allá del final y deja abierta a la inteligencia del lector la
elección de la metáfora cognitiva más convincente.
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