[H. P. Lovecraft, La
búsqueda en sueños de Kadath la Desconocida, Alpha Decay, trad.: Javier
Calvo, 2014, págs. 176]
Randolph Carter no es Indiana Jones. Recuerdo
que cuando era joven y fan del simpático aventurero concebido por Spielberg y Lucas
descubrí un día, en la vieja edición de Alianza, a Randolph Carter y la serie
completa de sus “viajes al otro mundo”.
El impacto fue similar al de un lector de novelas policiales o
fantásticas al uso cuando descubre a Borges. Se acabaron las tonterías. Empieza
la emoción genuina.
Recuerdo que lo que me fascinaba más del ciclo
de Carter era la idea romántica de la “Dream-Quest” (la “búsqueda en sueños”,
como traduce Calvo). Una exploración en que el aventurero, imitando al héroe de
la novela de Xavier De Maistre Viajes
alrededor de mi cuarto, no precisaba abandonar los confines de su espacio
doméstico para emprender la más excitante de las aventuras mentales. Los viajes
de Randolph Carter por el mundo de los sueños tienen la singularidad de
plantearse como inmersiones en el inconsciente individual, luego en el inconsciente
colectivo y, finalmente, en esa fase definitiva que precede a la lucidez total,
traspasando las lindes subjetivas y avanzando más allá, adentrándose en una
tierra de nadie, el territorio del imaginario puro y la pura especulación
fantástica.
Sabemos que Coleridge, en su célebre tratado Biographia Literaria, nos invitó a no
confundir los dominios antagónicos de la Imaginación y la Fantasía. Lovecraft
es el escritor del siglo pasado que de modo más creativo se esforzó por hacer imposible
al lector del nuevo siglo entender las diferencias existentes entre esas dos
modalidades estéticas de la invención literaria.
Esta última entrega del ciclo transporta al
aventurero Randolph Carter a un viaje lisérgico en pos de la ciudad perdida de
Kadath. Por tres veces Carter ha podido divisar en sueños la silueta majestuosa
de la ciudad y por tres veces la pierde sin remedio. Convencido de que no
existe nada más trascendental en su vida, emprende la búsqueda porfiada de la
sublime ciudad a través de un paisaje onírico digno de El Bosco, Max Ernst o
Dalí: criaturas grotescas, ciudades míticas, bosques y mares alucinantes,
ruinas lunares y otros paisajes imaginarios.
Desde el principio, el héroe intuye que la
ciudad de la belleza y el deseo guarda relación con la infancia y así la
aventura delirante en tierra extraña se transfigura en un regreso al origen
olvidado. Solo al final, cuando parece derrotado por las fuerzas oscuras del
caos y los monstruos de la profundidad, Carter comprende que Kadath es una
recreación arquitectónica de las sensaciones imborrables y experiencias mágicas
de su infancia en Nueva Inglaterra.
Como dice Javier Calvo en su excelente prólogo:
“hay pocas novelas del siglo XX tan indescriptibles”. Una posible causa de la
escasa atención que ha merecido esta fabulosa novela sería la reconocida influencia
en ella de uno de los precursores de Lovecraft, el victoriano Lord Dunsany. Muchos
críticos la menosprecian por error considerándola un ejercicio de estilo demasiado
mimético respecto de la sintaxis alambicada y la nomenclatura fantástica del
escritor irlandés.
Solo lectores afines a Lovecraft han podido
captar la necesidad íntima que este experimentó, al retornar a Providence en
1926, de glosar los principios fundacionales de su literatura a través de la
recuperación narrativa de los poderes evocadores de la infancia. Su amigo
Robert Howard, el padre de Conan, que había consagrado su portentosa imaginación
a fabular las eras oscuras de la historia humana, habría entendido el gesto
perfectamente. Como entendió su originalidad
artística el escritor belga Thomas Owen: “lo que me maravilla es el lado mágico
de su delirio verbal, rico en palabras enteramente cinceladas por la belleza de
su consonancia y el poder conjurador de su arquitectura sonora”.
POSDATA:
Suscribo punto por punto las tonificantes invectivas de Javier Calvo en el
prólogo contra escritores fantásticos como Dunsany (reliquia victoriana) y Tolkien (mero entertainer cristiano)
y su apología absoluta de Lovecraft.
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