Te defines como un “agente provocador” de la literatura. ¿Qué te propones
provocar?
Provocar hoy es tan fácil que no tiene ningún mérito proclamarte
o, peor aún, que te proclamen “agente provocador”. Nunca me ha excitado mucho
eso de epatar al burgués o al pequeñoburgués. El pequeñoburgués nació epatado
y espantado y no merece la pena quitarle el sueño con bagatelas artísticas. Lo
que sí me gustaría es provocar a los amos, los dueños del negocio, pero estos,
por su propia supervivencia, no suelen frecuentar el arte ni el pensamiento
contemporáneo. Por otra parte, provocar es una forma de incitar el pensamiento
de los otros, así como una forma de resistir a la función moral que se asigna
hoy a los artistas en una sociedad cada vez más hipócrita, regida por valores
contradictorios. Cuando más la depredación campa por sus respetos en la escena
social, más tienden todas las voces autorizadas a describir la carnicería como
si fuera un picnic dominical en una pradera de Disney o de Pixar. Cuando el
Bien se ha transformado en la máscara o el camuflaje del Mal, el artista con un
mínimo de inteligencia crítica tiene la obligación de no jugar a este juego
amañado, no participar de la farsa colectiva más de lo imprescindible, incluso
dinamitar el escenario donde la impostura más descarada se presenta como única
realidad posible. Pero cuidado, debe hacerlo sin tomarse a sí mismo por un
profeta ni un mesías, responsable de denunciar los males de este mundo. Este es
el peligro de su posición. En el momento en que se tome muy en serio su papel
de enemigo del sistema, por un perverso bucle muy típico de esta cultura, el
mismo sistema se encargará de recuperarlo y explotarlo en su beneficio. Nada se
valora más en los mercadillos financieros de la creación que la postura pública
del antagonista insobornable e intransigente, el intelectual responsable que
vocea sus denuncias en todos los foros a los que lo invitan. Se vende muy bien
y es muy eficaz esa actitud. Se puede incluso explotar moralmente, sin
perjuicio de sus beneficios económicos. Al carecer de trascendencia real, las
críticas del insurgente y el revolucionario se transforman en monerías y
bufonadas ante un espejo complaciente. Así que tampoco deben contarse la
inocencia ni la ingenuidad (Beckett existió para algo) entre los atributos del
artista contemporáneo...
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la entrevista con Rubén Pujol en Revista
Madriz]
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