La americanización cultural del mundo se ha
traducido en la segunda mitad del siglo XX en ese monopolio creciente sobre las
imágenes y sobre los sueños…Es toda una nueva geopolítica de los
contenidos la que aparece bajo nuestros
ojos. Y el principio de las guerras culturales que se anuncian (p. 248).
Nos encontramos solo al comienzo de una larga revolución
mucho más decisiva aún: la transformación total de la cultura y la información
en la era de la reproducción digital…Paradójicamente, lo digital e internet han
fortalecido el mainstream en lugar de debilitarlo (pp. 560 y 561).
-Frédéric
Martel, Mainstream. Enquête sur la guerre
globale de la culture et des médias, Champs, 2011, edición revisada [la
traducción es mía]-
Entre las muchas guerras reales que existen, hay
una incruenta, expansiva y visible solo por sus efectos colaterales. Es la guerra
mundial de los contenidos, como la denomina el sociólogo Frédéric Martel, ese
conflicto declarado que se desarrolla a través de los medios por el control de
la información, en las televisiones por el dominio de los formatos
audiovisuales y en la cultura para la conquista de nuevos mercados en los que
explotar productos cinematográficos, editoriales, musicales o informáticos. Es
una batalla sostenida por grandes corporaciones y grupos mediáticos con el fin
de imponer sus contenidos, según los casos, a la audiencia local, regional o
global. En este contexto competitivo, la cultura de la globalización está
implicada, para bien y para mal, en los mismos mecanismos socioeconómicos que
el resto de bienes y mercancías que circulan en el mercado.
De esta guerra de múltiples frentes y combates
no siempre espectaculares, aunque no lo reconozca abiertamente, trata al sesgo este
interesante libro de Antonio J. Gil González (+ Narrativa(s). Intermediaciones novela, cine, cómic y videojuego en el
ámbito hispánico, Ediciones Universidad de Salamanca, 2013) donde se
examinan, tomando muestras significativas de todos los campos del consumo
cultural, las interrelaciones entre diversos formatos narrativos (novela, cine,
televisión, cómic, videojuegos, etc.) con la intención de cartografiar una
fracción significativa de esa nueva geopolítica de la cultura en la era
digital. Tras la estimulante lectura del libro se hace evidente que la primera
clave de análisis de la cultura contemporánea la constituyen los contenidos y,
en especial, su doble poder efectivo: primero, de contagio o influencia sobre el
público, con lo que se aseguran el éxito masivo y la alta rentabilidad, y, después,
de flexibilidad o plasticidad para la adaptación a diversos soportes y medios. Mientras
la segunda clave de esta mutación la representaría la complicidad de las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación en la producción y difusión de
tales contenidos.
En este sentido, no hay nada más paradigmático
de la cultura mainstream que el
trasvase de contenidos de un formato a otro. El prototipo paródico de este
fenómeno sería una novela superventas que se convierte en miniserie televisiva
antes de ser adaptada en un blockbuster de Hollywood, distribuido por todo el
orbe, para luego transformarse en videojuego y dar lugar a una secuela literaria
que reiniciará el ciclo, quizá no en el mismo orden, dando lugar incluso a la
creación de una novela gráfica o abriendo una nueva franquicia de películas y series derivadas y
videojuegos basados en los avatares de uno de los personajes secundarios. Pese a esto, una de las cualidades más llamativas de la cultura mainstream la constituye su irónica o
cínica voluntad de reciclar viejos contenidos (mitologías antiguas, cuentos de
hadas, relatos bíblicos, superhéroes mesiánicos, fantasías caballerescas, tramas seudohistóricas, etc.)
en nuevos continentes tecnológicos que fabrican, con su fascinante mediación,
la falsa novedad de lo arcaico y tradicional.
Las numerosas ideas que Gil suscita con sus
agudos comentarios sobre notorios artefactos culturales de nuestro tiempo deberían
servirnos, al menos, para revisar y corregir muchos prejuicios vigentes sobre
la cultura actual. Estamos asistiendo, sin ser plenamente conscientes de las
consecuencias, a varios finales escenificados al mismo tiempo. Al final definitivo
de la cultura impresa (la “galaxia Gutenberg”), pero también a la liquidación
del régimen mediático convencional (la “galaxia McLuhan”), y al surgimiento incontrolable
de una nueva cultura digital (la “galaxia Gates” o, usando una acepción igualmente mainstream pero más hipster, la gemela "galaxia Jobs"). Un nuevo universo saturado de la
producción y el consumo de contenidos, según las teorías más optimistas, o un
devastador agujero negro, según las más pesimistas, que acabará por devorarlo
todo. En el fondo, a lo que asistimos, hipnotizados por la magia espectacular y
los efectos especiales de las nuevas tecnologías, es a la redefinición no solo
de la cultura sino de lo humano y de lo que significa ser humano.
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