Hace dos años publiqué esta nota
introductoria en un post
de homenaje a Flann O´Brien. La recupero aquí en parte para presentar La saga del sagú de Slattery (Nórdica, trad.: Antonio Rivero Taravillo, 2013), la inconclusa
novela póstuma de O´Brien:
El
pasado 5 de octubre se celebró el primer centenario de Flann O´Brien (1911-1966), uno de
los novelistas más originales e inventivos del siglo XX y también de los menos
conocidos. Un verdadero genio del humor literario que ha influenciado a maestros
de la novela cómica y metanarrativa como Cabrera Infante, Gilbert Sorrentino,
Julián Ríos y William Gass, por citar sólo algunas cumbres del género. Aún
recuerdo el pasmo con que leí En Nadar-dos-pájaros,
allá por 1989, cuando Edhasa se atrevió a editar este libro genial por primera
vez en español en medio de un clima de opinión literario que no parecía muy
propicio a estos excesos narrativos, a pesar de la nota entusiasta de Borges,
uno de sus primeros lectores hispanos, reproducida en la contraportada ("He enumerado muchos laberintos verbales: ninguno tan
complejo como la novísima obra de Flann O´Brien: At Swim-Two-Birds"). Desde
entonces, lo he releído íntegro al menos en dos ocasiones, para no olvidar lo
que puede la literatura cuando no se deja domesticar por los lugares comunes, y
no pasa un año sin que relea algún fragmento, comenzando por el principio,
entre los más sorprendentes de la historia de la literatura. Y no sólo porque
incluya una reflexión tan provocativa como ésta: “Que un libro tuviese
un principio y un final era una cosa con la que yo no estaba de acuerdo. Un
buen libro puede tener tres aperturas completamente distintas e
interrelacionadas sólo por la presciencia del autor, o en realidad cien veces
otro tanto de finales”. Un mundo donde no
se lea ya a autores como O´Brien me parecería una pesadilla. Aún peor que una
cárcel. Espero que no sea ese el futuro que nos aguarda…
¿Puede un hombre reírse de la muerte gastándole
una broma pesada a su país hasta el final de sus días? Así ocurrió con Flann
O´Brien hasta que, enfermo de cáncer, se le paró el corazón gaélico la mañana
del 1 de abril de 1966. Esa efeméride singular corresponde al día de los tontos
y los locos en el calendario de fiestas folclóricas, así que O´Brien tuvo acierto
cómico hasta para morirse. Antes de desaparecer, O´Brien se moría de risa
tratando de acabar la novela de título aliterativo e intención mordaz con la
que soñaba triunfar en Estados Unidos. Esta novela sarcástica se le había
ocurrido tras el asesinato de Kennedy como respuesta al enigma que suponía el
peso demográfico y cultural de los irlandeses emigrados a suelo norteamericano.
O´Brien era un misterio compuesto de muchos
nombres y una sola identidad reconocida: un escritor extraordinario, borrachín
y bromista, que se llamaba en realidad Brian O´Nolan. Con ese seudónimo como
enseña creativa, O´Brien era el gran continuador de la tradición narrativa de
Swift, Sterne y Joyce. Como prueban En-Nadar-Dos-Pájaros
(1939), El tercer policía (1967), y Crónica
de Dalkey (1964), tres portentosas muestras de la revitalización
moderna de la sátira menipea caracterizadas por la más extravagante vitalidad y
carnavalesco sentido de la comedia humana.
En Crónica de Dalkey, O´Brien ya había ridiculizado las lacras
endémicas de la sociedad irlandesa: el tradicionalismo, el atraso histórico, el
vetusto ideario católico, el odio cerril a la ciencia y el arte y la
ineficiencia económica. En esta novela póstuma e inconclusa tuvo la lucidez de
avanzar en una nueva dirección y enfrentar, con ironía soterrada, los viejos
vicios del país a su versión americanizada a través de una historia paródica y crítica
al mismo tiempo.
En toda comedia que se precie, el
dinamismo cómico procede de los personajes. La
saga del sagú no es una excepción a esta regla. Como en todas las novelas
de O´Brien el casting de personajes es
tan excéntrico como desternillante la trama en que se dejan enredar. Tim
Hartigan, ingenuo capataz de una hacienda situada en pleno campo irlandés,
recibe una carta inesperada del dueño, Ned Hoolihan, comunicándole que recibirá
pronto la visita de Carter McPherson y debe ponerse a su servicio. Hoolihan es un
agrónomo emprendedor que, antes de emigrar a Texas y convertirse en magnate del
petróleo, trató en vano que los vagos campesinos de la región cultivaran una variante
modernizada de la patata tradicional.
Para gran sorpresa de Hartigan y de los otros vecinos
del terruño, incluido Eustace Baggeley, un médico terrateniente adicto a experimentar
con drogas, McPherson resulta ser una recia mujer escocesa que viene decidida a
introducir una revolución de dimensiones nacionales para modificar de una vez
por todas, a través de la agricultura y la alimentación, los nocivos hábitos de
los irlandeses y evitar así que sigan corrompiendo Norteamérica al emigrar. Mi
sumario da una idea parcial de la hilaridad de las situaciones y los diálogos
así como de las posibilidades truncadas de la desternillante narración. Baste
decir que la visión de Estados Unidos, donde ocurrirían dos tercios de la
novela proyectada, es igual de incisiva y ácida que la parte irlandesa.
Mientras O´Brien escribía la novela fantaseaba
con una adaptación cinematográfica dirigida por un director famoso como John
Huston. Contradiciendo el sueño hollywoodiense del autor, diría que el gran
cineasta ideal para trasladar a la gran pantalla esta farsa grotesca habría
sido John Ford, un americano socarrón dotado con un genuino humor irlandés,
como muestran sus películas La salida de
la luna y, sobre todo, una obra maestra como El hombre tranquilo, emparentada con el jocoso espíritu de O´Brien.
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