viernes, 31 de octubre de 2008

LA DICTADURA DE LA BELLEZA

Hay que reconocer la superioridad de la narrativa francesa, sobre sus homólogas de la eurozona, en lo que se refiere a reflejar y explorar la cultura y las mutaciones del presente. Es así, como se sabe, en el caso singular de Houellebecq. Y también en los de otros narradores afines como Beigbeder y Dantec. Ya la novela anterior de Beigbeder (Windows on the world), centrada en los acontecimientos del 11-S, podía considerarse un brillante paradigma de la novelística del siglo XXI.
Esta nueva novela (Socorro, perdón) es la secuela parcial de otra (13´99 euros) donde ya afloraban todas las cualidades de Beigbeder para dar cuenta del devenir publicitario del mundo a través de las experiencias satíricas de un publicista llamado Octave Parango, tan capaz de penetrar los más ocultos mecanismos de funcionamiento de las agencias de publicidad y las compañías comerciales que las contratan como las patologías individuales de sus ingeniosos servidores. Beigbeder era un exitoso publicista hasta que esta espléndida novela, escrita con plena conciencia del riesgo de publicarla, le granjeó la enemistad doctrinal y la expulsión del seno de la secta más poderosa del momento. Me refiero, por descontado, a la religión de la belleza consumista y el espectáculo totalitario, la plutocracia deseísta, como denomina Beigbeder, citando al filósofo Sloterdijk, a este subproducto del triunfo incontestable de la razón cínica sobre el orden social.
Por fortuna para sus lectores, Octave, tras una breve estancia en la cárcel, está de vuelta como narrador para prolongar el sarcástico inventario de los males que la ideología publicitaria está causando a la vida humana. Si en el primer episodio el occidente europeo y americano, como región luminosa del sistema, constituía su ámbito preferente de acción, en este segundo la ficción se traslada a la zona oscura del capitalismo globalizado, la siniestra Rusia de Putin y los clanes mafiosos, donde los extremos salvajes y refinados de la máquina capitalista se alían para producir un modelo híbrido de explotación implacable que amenaza con ser exportado a otros lugares del planeta. En esto Beigbeder se une a novelistas como Pelevin y Sorokin, a quienes cita, para denunciar el laboratorio de experimentación biopolítica y tecnológica en que se ha transformado la antigua URSS (más parecida al gulag sádico de películas de horror como Hostel que a la imagen turística propagada por los folletos al uso).
En el fondo, esta novela se propone representar “una época en que la única utopía era física”. Beigbeder acuña el neologismo fashismo (fashion + fascismo) para caracterizar la ideología estética de este período de la historia humana en que se ha impuesto como dogma de vida la concepción elitista de la belleza propuesta desde los magazines y las pasarelas de moda, las imágenes ubicuas de la publicidad, la cosmética y la perfumería, la cirugía plástica y las medidas ideales de un cuerpo modélico, sometido a racionamiento y constipación, como garantía de que las apariencias “son las que mandan” sobre la realidad. De ese modo, Beigbeder muestra que su ficción se dirige a lectores que lo saben todo sobre la cultura de la celebridad y, por ende, son avezados seguidores de Nip/Tuck (“La serie de televisión que mejor resumía el primer decenio del siglo XXI”).
Por si fuera poco, la novela contiene una explosiva historia de amores prohibidos. Beigbeder se propone una reescritura caprichosa de la Lolita de Nabokov acudiendo al origen traumático de esa ficción cosmopolita. Octave es el caza talentos que cae prendido en las redes sublimes de una nínfula rusa que simula tener catorce años para explotar, como modelo publicitaria, la inocencia de su irresistible belleza y rentabilizarla conforme a los patrones de una sociedad y una cultura fascinadas, paradójicamente, con la minoría de edad.
Gracias a esta inteligente dosificación de ingredientes circunstanciales, Beigbeder ha escrito una divertida novela sentimental que puede leerse también como una alegoría geopolítica sobre las realidades más tenebrosas del presente. Como no podía ser menos, el terrorismo sanciona con su irrupción truculenta una trama que no puede pasarse sin muertes multitudinarias ni conspiraciones de poder. Todo esto para decir que Beigbeder se atiene con talento al mandato artístico de ser absolutamente contemporáneo.

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