[Philip K. Dick, Podemos
fabricarte, Minotauro, trad.: Juan Pascual Martínez, 2022, págs. 328]
Como
la novela realista, la ciencia ficción también padece la acción del tiempo.
Este test crítico permite comprobar qué novelas realistas quedaron atrapadas en
su época, sin poder saltar la barrera del tiempo, o cuáles pueden ser leídas
siglos después sin preocuparse en exceso por la coyuntura que les dio origen.
Así pasa con la ciencia ficción. En este género tan particular, la imaginación
del futuro a menudo no es más que recreación del presente o reinvención del
pasado. Pero pocas veces, como en Dick, intuición profunda de las mutaciones en
curso en la realidad y comprensión de los mecanismos de construcción de esta.
Otro aspecto interesante a subrayar. Se trata de la segunda (y excelente) traducción al español de We Can Build You, esta novela fundamental del canon dickiano, obra de Juan Pascual Martínez, y ya solo el cambio de título de una traducción a otra (de Podemos construirle a Podemos fabricarte) indica un recorrido posible (y apasionante) de la lectura de la misma.
“La realidad es aquello que no desaparece cuando dejas de pensar en ello”.
“Cuando el tiempo acabe, las aves y leones y ciervos de Disneyland no serán simulaciones y, por primera vez, un pájaro real cantará”.
-PKD, “How to Build a Universe”-
Qué
significa vivir en un mundo alterado por la tecnología, o cómo condiciona la
existencia humana el hecho de tener que convivir con productos tecnológicos
cada vez más sofisticados, como máquinas o robots, que terminan afectando a la
definición de lo humano, ya sea para expandirla o para transformarla. Esta es
una de las grandes aportaciones de Dick a la ficción y a la novela, en
particular, donde confirió a sus especulaciones sobre el tema la extensión que
requerían. Por qué Dick no pudo desarrollar sus grandes motivos hasta que
abandonó el formato de la novela realista y se atrevió a asumir metáforas y
técnicas de la ciencia ficción es la pregunta insistente que la cultura popular
sigue haciéndole a la cultura académica desde hace mucho tiempo, sin obtener
otra respuesta lógica que el silencio o el desdén.
“Podemos
fabricarte” es la primera novela donde Dick aborda la cuestión de los
simulacros, es decir, seres sintéticos creados a imitación y semejanza de los
humanos. En este caso, los simulacros son el presidente Lincoln y su
colaborador político Stanton. La historia fue inspirada en parte por el impacto
imaginario que le causó al autor su visita a Disneyland y la visión de los
robots allí presentados. Dick escribió esta novela en 1962 y vio como todas las
editoriales especializadas se la rechazaban. La razón principal de este rechazo
era, según aducían, la carencia de desenlace de la trama. Hasta 1969 no pudo
ver publicado su texto, serializado en la revista Amazing Stories con
el título de “A. Lincoln, simulacro”. Y solo en 1972 aparecería como libro, una
década después de su escritura y cuatro años después del otro gran libro de
Dick sobre la cuestión (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?;
escrito en 1966 y publicado en 1968). Esta odisea textual da una idea de cómo
los planteamientos de Dick desconcertaban a todo el mundo, ya fuera dentro de
los límites de la literatura canónica o en la narrativa genérica.
Qué
hay de tan original en esta novela dickiana. Primero que nada, como han
resaltado estudiosos y admiradores como Fredric Jameson (“uno de los más sublimes
logros de la obra de Dick”), un tratamiento de los androides tan humano que
excede con mucho las virtudes de cualquier humano. Stanton y luego Lincoln han
sido fabricados por una pequeña empresa de órganos musicales eléctricos que
atraviesa una grave crisis estructural y comercial. La idea es usarlos para
construir un gigantesco simulacro sobre la guerra civil americana que podría
convertirse en espectáculo nacional o, en una segunda opción más lucrativa, en
juego bélico con un sistema de apuestas acoplado. Los dos androides demuestran
a lo largo de la trama una humanidad en el modo de relacionarse con los humanos, o en la manera de aconsejar a estos sobre sus turbulentas vidas, que los
convierte en paradigmas de un humanismo inteligente que la Historia habría
dejado atrás, por desgracia para todos. Y esta reflexión irónica y desengañada
sobre la Historia, y no solo americana, no es un tema menor en la novela sino
uno de sus motivos esenciales.
Otro
atractivo de “Podemos fabricarte” es que, mientras los simulacros son juiciosos
y justos, muchos de los personajes padecen trastornos sintomáticos que muestran
cómo la condición humana básica también ha entrado en una crisis profunda.
Estamos en la América de un imaginario 1982 donde la tecnología ha avanzado tanto
como el diagnóstico y tratamiento médico de la psique humana, vigilada y
controlada por el Estado con un poderoso aparato institucional. El narrador
subjetivo es Louis Rosen y actúa como mediador empático que transmite al lector
las claves emocionales de la historia desde una perspectiva demasiado
comprometida. Rosen descubre el abismo mental que oculta su cerebro cuando se
enamora de Pris Frauenzimmer, la hija esquizofrénica de su socio y diseñadora
artística de los androides. Pris, a su vez, expresa en todo momento su
admiración y fascinación por el antagonista de Rosen: Sam Barrows, el eximio
capitalista, un magnate corporativo radicado en Seattle que ve las inmensas
posibilidades económicas de construir simulacros para repoblar otros planetas y
sustituir a los humanos en tareas indeseables.
“Podemos fabricarte” es, en este sentido, una visionaria aproximación al mundo contemporáneo en toda su complejidad psicológica y tecnológica. Y cuando uno conoce el ambiguo y desolador final se hace evidente por qué ninguna editorial de ciencia ficción de los sesenta pudo entenderlo. Supera las estrechas categorías del género en el que se inscribe contra su voluntad. Es pura literatura y también filosofía fabulada.
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