[Peter George, Dr. Strangelove. La Fuga ediciones, trad.: Manuel Manzano, 2019, págs. 234]
Es lógico que una guerra de disuasión como la Guerra Fría
acabara generando una guerra de ficción. Una guerra simulada o un simulacro
bélico. Era lógico que el escenario amañado de la guerra entre la URSS y los USA
se consumara en una pantalla de cine, en las imágenes de una película repleta
de humor negro, sátira feroz y diálogos desternillantes. Hablo de la famosa ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú, en
la más bien ridícula o grotesca traducción española. Su título original era
mucho más sugestivo y enigmático, como el de esta novela: Dr. Strangelove, o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba.
Es muy acertado publicar este libro en español ahora
que se cumplen 20 años de la muerte de Kubrick. El cineasta americano, además
de un creador extraordinario, siempre mantuvo una sensibilidad exacerbada a los
problemas de su tiempo y era capaz de encontrar obras pertinentes como la
novela de George en que se inspiró para escribir el guion, recurriendo al propio
George y a la colaboración creativa de Terry Southern, uno de los ingenios más
corrosivos de esa perversión cómica que es el humor negro. [Años más tarde, Southern escribió una novela estupenda (Una peli
porno; 1970) para reírse de su amigo Kubrick (o para complacerlo, nunca se sabe con el irónico maestro) y sus peculiares relaciones
con la pornografía (o con el sexo y las chicas), como se prefiera.]
El humor negro, que tuvo su momento estelar durante la contracultura de los sesenta y setenta, se burla de lo terrible y hasta lo horrible, lo más dramático y
hasta lo trágico, la muerte traumática, el accidente, la catástrofe o el
apocalipsis. Es el humor de tiempos turbulentos y caóticos. Es una risa festiva
y catártica. El paradigma perfecto del género procede, precisamente, del asombroso epílogo
de la película Dr. Strangelove, cuando las explosiones nucleares que
destruyen la vida en la Tierra son ironizadas por una canción muy popular de
Vera Lynn (“We´ll Meet Again”).
La extraña historia del libro también alerta
sobre el espíritu que alienta la película. Al comienzo, está la novela de Peter
George, titulada Alerta Roja, que es un thriller serio e informado sobre la
guerra atómica y cuyos aspectos técnicos fascinaron a muchos, entre otros
Kubrick, por cómo abordaba cuestiones relativas a protocolos de actuación,
dispositivos militares y tecnológicos y operaciones bélicas del más alto nivel.
Cuando el trío compuesto por Kubrick, George y Southern se pone a trabajar en
la adaptación cinematográfica transforma la trama original en una hilarante
sátira sobre la Guerra Fría y sus sórdidos aledaños políticos y militares.
Tras esta metamorfosis radical, George publica
con su nombre la novelización de la película reteniendo el tono irónico y las
líneas fundamentales de la trama, organizada de manera muy eficaz y poderosa en
torno, sobre todo, a tres lugares clave de la acción: la base aérea de
Burpelson desde la que el demente general Ripper, encarnación de la locura
americana de la época, desencadena la hecatombe nuclear; el “Lazareto”, el avión
B-52 cuya obediente tripulación va a consumar sus planes catastróficos, descargando sobre suelo ruso sus dos tesoros más preciados, las bombas atómicas “Hell-o” y “Lolita”; y, por
último, la sala de guerra desde la que el presidente demócrata intenta a toda
costa abortar el ataque y minimizar sus secuelas, en colaboración con las
autoridades soviéticas.
El definitivo golpe de ingenio que
convierte al libro en un artefacto insólito consiste en presentar al lector la
crónica sarcástica de los últimos días de la humanidad como un manuscrito
hallado por una civilización alienígena muy interesada por lo que denomina “los
mundos muertos de la antigüedad”. Pero
esta novela no sería tan singular sin la presencia en el foco de su historia de
un personaje estrambótico y fascinante, el Dr. Strangelove que le da título. El
Dr. Strangelove es un espécimen excéntrico, una anomalía racionalista: un
científico inválido, dotado con una psique esquizofrénica, víctima del
bombardeo aliado de la base nazi donde se estaban fabricando los cohetes V-2,
que vive obsesionado con las posibilidades de la destrucción total y ha concebido un proyecto delirante de vida subterránea, expuesto en
las páginas finales con maniático detalle, que garantice la
supervivencia y el nuevo comienzo de la especie humana tras el
apocalipsis radiactivo.
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