[Publicado hoy en
medios de Vocento]
Un golpe
de calor es un golpe de calor, y a veces un ataque de lucidez. Ves cosas
entonces que no sospechabas y tu conciencia las reconoce ahora como ciertas.
Cosas curiosas como los datos custodiados en los ordenadores de Bárcenas antes
de que los martillazos de Thor los destruyeran. El golpe de calor inflama tus
neuronas y te revela cosas extrañas. Información pura sobre el mundo global y
sus conexiones infinitas, como los negocios lucrativos que ya se urden en
Madrid al calor de los nuevos pactos comunitarios. Quién ha dicho que el calor
vuelve tonta a la gente. Hace cincuenta años, Borges, un conservador
inteligente, profetizó que en el futuro mereceríamos no tener gobiernos. Lo que
no imaginaba el imaginativo escritor es que con el tiempo no mereceríamos los
gobiernos que seguimos teniendo, por desgracia, ni los políticos que pretenden
formarlos.
Tras las
últimas elecciones, todo el sistema ha alterado su apariencia, como un milagro
o una catástrofe, sin que nada cambie realmente. Y pasan cosas raras. Fenómenos
anormales o paranormales y no son las anomalías nostálgicas de la serie Stranger Things. El escenario político es mucho más complicado. Es extraño lo
que pasa entre Iglesias, un comunista de salón, y Sánchez, un socialista de
sacristía. Es todo tan extraño que muchos podrían pensar que algo huele a
quemado en la democracia española y no son los incendios forestales. Está en
juego el retorno o no del bipartidismo y es a eso a lo que juegan todos en el
tablero de ajedrez, cada uno con sus estrategias y recursos, obstaculizando los
pactos y los gobiernos, volviendo ineficaz una estructura institucional que
cuesta demasiado como para enredarla en caprichos sectarios. De eso trata, nada
menos, el guion chapucero de esta comedia de situación que alimenta tertulias mediáticas
y aburre a muerte a los veraneantes.
Cosas
extrañas, cosas nunca vistas. Estamos acostumbrados a despachar los hechos más
estrambóticos con un encogimiento de hombros o un signo de perplejidad que solo
invitan a recuperar el sentido común y el valor antiguo. Así creemos conjurar
los peligros de la novedad y el riesgo de caer en modas pasajeras. Antes de
escandalizarnos con la criptomoneda de Zuckerberg, que ya tiene millones de
clientes feudales a su servicio, pensemos si los gobiernos, los bancos y los
estados no están complicando con sus leyes la vida de los ciudadanos del siglo
XXI más de lo debido. No es impensable que, en un momento dado, a los tristes
ahorradores les acabe tentando esa forma virtual de anarquismo capitalista liderada
por los magnates tecnológicos hartos de sufrir la opresión fiscal y el control
policial de su patrimonio y cuentas. Hay entusiastas del subversivo encanto del
dinero cibernético que hablan ya, sin sonrojo, de “criptocomunismo”. Cosas más
raras se han visto. Aquí y en Pekín.
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