[Jeff VanderMeer, Aniquilación, Booket, trad.: Isabel
Margelí, 2018, págs. 237]
¡Oh dicha, oh felicidad!
He visto nacer la vida y comenzar el movimiento. Tan fuertemente late la sangre
de mis venas que va a romperlas. Ansío volar, nadar, ladrar, mugir, aullar. Quisiera
tener alas, un caparazón, una corteza, exhalar humo, tener una trompa, retorcer
mi cuerpo, esparcirme por todas partes, estar en todo, difundirme con los
perfumes, desarrollarme como las plantas, fluir como el agua, vibrar como el
sonido, brillar como la luz, acurrucarme bajo todas las formas, penetrar en
cada átomo, bajar hasta el fondo de la materia, ¡ser la materia!
-Gustave Flaubert, La
tentación de San Antonio-
Pensemos en ello como
una espina, tan enorme que se clava bien hondo en el costado del mundo.
Inyectándose al mundo. Y de dicha espina gigante emana una necesidad incesante,
quizá automática, de asimilar e imitar. Asimilador y asimilado interactúan a través
del catalizador de una escritura, unas palabras que alimentan el motor de la
transformación. Tal vez sea una criatura que vive en perfecta simbiosis con
multitud de otras criaturas. Tal vez sea “tan sólo” una máquina. Pero en todo
caso, si posee inteligencia, es muy distinta a la nuestra. Crea, a partir de nuestro
ecosistema, un nuevo mundo, cuyos procesos y objetivos son en extremo ajenos;
un mundo que funciona mediante actos supremos de reflejo y manteniéndose oculto
de muchas otras maneras, todo ello sin renunciar a los fundamentos de su “otredad”
al convertirse en aquello que encuentra.
-Jeff VanderMeer, Aniquilación-
Desde fines del siglo pasado y a todo lo largo
del siglo XXI hemos visto brotar del suelo de la cultura, como hongos de
textura rugosa, una forma de escritura literaria nueva. O un nuevo género, como
también se podría definir al “New Weird”, con ramificaciones reconocidas en todo
el mundo. Esta innovadora literatura de lo extraño, o nueva ficción extraña, no
era nueva en el sentido histórico, ya que heredaba muchos recursos de la
fantasía, el terror y la ciencia-ficción de épocas anteriores, sino una fecunda
renovación del lenguaje narrativo a la luz de los avances y descubrimientos más
sorprendentes de la ciencia y los desarrollos de una cultura donde la
diferencia entre fantasía e imaginación había sido abolida.
Jeff VanderMeer es uno de sus principales
representantes norteamericanos y “Aniquilación” es la entrega iniciática de la
trilogía “Southern Reach”. Su inventiva y originalidad como ficción fueron
reconocidas con el prestigioso Premio Nébula en 2014. Su reciente adaptación al
cine por Alex Garland la ha devuelto a la actualidad, convirtiendo a esta saga
fabulosa en un fenómeno mediático que choca con los gustos adocenados del
público y la crítica. En las dos secuelas (“Autoridad” y “Aceptación”), se
resuelven los misterios e interrogantes suscitados por “Aniquilación” y se descubren
detrás de la trama las maquinaciones de una poderosa agencia corporativa, cuya intención
es someter a control y explotación capitalista las inefables maravillas del Área X.
En la fascinante “Aniquilación” se narra la
duodécima expedición científica a esta zona inusitada del mapa de la realidad
(con resonancias del “Stalker” de Tarkovski basado en el “Pícnic extraterrestre”
de los Strugatski). El Área X es una aberración surgida en el paisaje de la
costa noroccidental americana por causas desconocidas. Un ecosistema expansivo donde
las leyes naturales han sido radicalmente alteradas y reconfiguradas. Un mundo nuevo
donde rige la anomalía como principio biológico. Las expediciones anteriores
fracasaron en su tentativa de explorar y cartografiar el enigmático territorio,
aunque algunos de sus miembros regresaron para contarlo. Esta última misión imposible
está integrada por un cuarteto de mujeres anónimas y antagónicas: una
psicóloga, una antropóloga, una topógrafa y una bióloga, narradora y
protagonista de la aventura, que se enfrentan entre ellas con violencia
mientras afrontan la extrañeza absoluta que las aguarda en esa región habitada
por múltiples monstruos y prodigios.
Cuando llega el espeluznante desenlace y la
bióloga se enfrenta al fin, cuerpo a cuerpo, al misterioso morador del Túnel
que la obsesiona, uno piensa en Lovecraft y sus truculentos relatos sobre
visiones y revelaciones de monstruos abominables. Pero VanderMeer es un
Lovecraft del siglo XXI: un escritor especulativo que observa la realidad a
través del microscopio de las teorías científicas que han revolucionado la
visión humana de lo que es la vida como proceso innovador en movimiento y
cambio permanentes. En este sentido, VanderMeer es un Lovecraft de su tiempo, un
fabulador consciente de vivir en el Antropoceno: ese período en que la
naturaleza ha sido humanizada por su contacto promiscuo con los productos y
subproductos de la vida humana, pero también en que la humanidad se expone como
nunca a las fuerzas biológicas y geológicas que ha liberado su acción
incontrolada.
Esta inquietante novela se sitúa así bajo el
signo de la metamorfosis. Todas las criaturas que pueblan el Área X participan
de los atributos genéticos de especies heterogéneas y se multiplican con
fantástica facilidad. Por esto la bióloga confiesa su fascinación total por los
secretos de la nueva vida surgida aquí como un desafío a la inteligencia. “No
voy a volver a casa”, dice la línea final de su narración. O lo que es lo
mismo: tras descubrir la monstruosa belleza de la vida desde una perspectiva inhumana
quizá no encuentre otra respuesta que sumergirse en ella todo lo posible. Hasta
el fondo de la materia viva y su infinita plasticidad, como el San Antonio de
Flaubert[*].
[*] La última novela de VanderMeer (Borne, 2017; editada aquí por Colmena Ediciones)
lleva hasta los límites de lo insospechado, con prodigiosa imaginación, esta
visión fantástica de la materia y convierte a su autor en el gran fabulador del
final del Antropoceno y el comienzo de una nueva era aún innombrable.
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