En homenaje al gran Philip Roth, fallecido ayer, publico de nuevo este post sobre “El
profesor del deseo” que escribí en 2008. Todo lo que digo en él me sigue pareciendo válido hoy y el título original de la reseña (“Lecciones de placer”) define para mí a la perfección la
experiencia de lectura de las obras maestras y la filosofía vital del maestro americano[1].
Hemos
tenido que esperar más de treinta años y, sobre todo, hemos tenido que esperar
a que Isabel Coixet dirigiera una versión emasculada y sentimental de "El animal
moribundo" para recuperar la segunda parte de la trilogía que Roth había consagrado
a David Kepesh, el “profesor del deseo”. Conviene recordar que el nacimiento
literario de Kepesh es uno de los más extraños no sólo de la obra de Roth sino
de la literatura moderna. Hasta que Roth decidió conferirle una autobiografía
“convencional” con esta segunda novela (completada después con "El animal
moribundo"), Kepesh era sólo el desconcertado protagonista de la novela corta "El
pecho", donde se transformaba en su objeto de deseo preferido, un enorme pecho
femenino. Lo que podría parecer un chiste propio del primer Woody Allen (quien, como es sabido, debe mucho a Roth) y una reelaboración edípica de "La metamorfosis" de Kafka, se transmuta al leer "El profesor del deseo" en una metáfora grotesca
del malestar íntimo que afecta a Kepesh al final de esta novela.
Entonces,
¿quién es este David Kepesh de vida tan anómala? Si en "El animal moribundo" nos
reencontrábamos con un sexagenario de pensamiento y actitudes libertinas, un
adulto que ha redescubierto, frente al desafío de la muerte, las puertas
mentales y físicas del placer, esas mismas que cuando era joven no supo abrir
del todo por indecisión o temor; en "El profesor del deseo" el lector asistirá a
la genealogía moral de este singular personaje escenificada como debate
constante entre la pulsión libidinal y su medroso apego a un orden de vivir que
podría ser una forma de sabiduría si no implicara también tantas renuncias,
frustraciones y sacrificios.
En este
sentido, esta bella novela de Roth no es sólo un apasionante relato de
formación o deformación del carácter masculino sino una parábola filosófica
sobre la trascendencia del deseo erótico en la constitución de la subjetividad.
Roth ha expresado esta idea fundamental a través de otros personajes (Nathan
Zuckerman, su alter ego de tantas novelas, o Mickey Sabbath, el rabelesiano
antihéroe libidinal de "El teatro de Sabbath", una de las obras maestras del arte
erótico de todos los tiempos), pero quizá no de un modo tan lúcido e intenso
como aquí. En suma, Kepesh, mostrando su afinidad con el seductor de Kierkegaard,
encarnaría la convicción estética de que el deseo y el placer, como consumación
de ese vibrante vínculo de atracción con el otro, son el instrumento idóneo
para construir una identidad plena en relación satisfactoria con el mundo. Y el
placer, ese factor de gratificación inmediata, es sólo la secuela tangible de
que el “yo” ha sabido definir frente al “nosotros” una diferencia
significativa, que, sin embargo, no se traduce en indiferencia o apatía.
Es muy
hermosa, por esto, la paradoja irónica de concluir la narración con la
parálisis vital de Kepesh, unido ahora a Claire, la joven maternal de grandes
pechos y belleza apolínea que va a procurarle toda la serenidad y la dicha
carnal de que es capaz, anulando otro aspecto decisivo del deseo: su poder
radical para trastornar la estabilidad afectiva y sexual, como hacía la
fascinante Helen, su primera mujer. Pero aún más hermosa es la idea paralela de
que la literatura, como gran discurso del deseo reprimido y la transgresión,
ayude finalmente a Kepesh a desenredar el bucle moral que lo atenaza (con el
sueño desternillante de la prostituta que conoció a Kafka como detonante
psíquico). Me refiero, en especial, a ese curso de narrativa comparada que
Kepesh prepara “en torno al tema del deseo erótico” (“esas inquietantes novelas
que tratan la más inicua y lasciva sexualidad” o de “pasiones ilícitas e
ingobernables”) y que lo convertirá en el “profesor del deseo”.
El
“profesor del deseo”, al contrario que sus anodinos colegas de profesión, es el
que ha aprendido a enseñar, en conexión con la desvergonzada impureza de la
vida, lo que hay en la literatura de menos inofensivo, de más escandaloso y
audaz. Del mismo modo que Kepesh acaba siendo ese profesor vocacional, Roth es
el escritor del deseo, como John Hawkes y Milan Kundera, maestros en el arte de
la lucidez sexual. Lo sabíamos ya desde "La contravida", esa suprema ficción
sobre el poder liberador de la ficción, sobre la realidad de la fantasía y las
fantasías de la realidad. Y lo confirma esta brillante novela, una provocativa
lección sobre las relaciones entre vida y literatura, placer e inteligencia,
hedonismo y cultura, digna de figurar en el voluptuoso canon de Kepesh.
[1] Mis novelas favoritas de Roth, sin
discusión: La mancha humana, La
contravida, El teatro de Sabbath, La conjura contra América, El profesor del
deseo y quizá, con muchos matices, Operación
Shylock. En cualquier caso, como se comprenderá, Roth es uno
de los novelistas del siglo XX para los que el sexo y el erotismo, como se
prefiera, dista de ser un tema gratuito o intrascendente y se convierte en
todas sus grandes novelas en una categoría fundamental de la vida psíquica de
sus personajes y una dimensión determinante de sus tramas narrativas. Lo que lo hace para
mí un novelista aún más admirable, por su rechazo al fariseísmo y a toda clase de
puritanismo, tan propios del estamento literario, académico y cultural. Solo por esto le negaron el más que merecido Premio Nobel durante decenios…
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