No es exacto, para empezar, que esta ficción
irónica de Vonnegut sostenga un discurso contra el descubridor de la Teoría
evolutiva, aunque hay páginas de la novela (publicada por primera vez en 1985)
que podrían utilizarse en cualquier seminario creacionista para refutar su
interpretación de la vida e imponer una visión más providencial, o
trascendente, de la misma. Contra Darwin o, más bien, contra los seguidores ortodoxos
y discípulos ideológicos de la teoría darwiniana. Tras concluir una novela tan seria y tan cómica como esta,
en la que Vonnegut recupera, tras años de devaneos gratuitos, una parte de su
humor más negro y el arsenal narrativo más juguetón, el lector atento descubre que
el autor dilapidó el talento que le quedaba tratando de demostrar, en pleno
triunfo de los valores neoliberales de la era Reagan, la inevitable deriva del
mundo hacia el darwinismo social, económico y político.
La trama es alambicada, aunque contada como lo hace Vonnegut parece un juego de niños malos, uno de esos juegos en los que las reglas van evidenciándose a medida que se juega y que oculta hasta el final el verdadero alcance de sus jugadas y lances. La idea enunciada desde el título es concentrar alrededor del famoso archipiélago la mayor cantidad de personajes excéntricos que pueda reunir un absurdo viaje en un barco llamado “Bahía de Darwin”. Esta nave planea una visita darwiniana a las islas pobladas de una fauna tan asombrosa como los pasajeros embarcados. Entre estos invitados se contaban, originalmente, famosos como Mick Jagger, Paloma Picasso y Jackie Onassis, antes de que una crisis financiera global y una guerra local entre Perú y Ecuador conviertan el periplo programado en una catástrofe mundial de secuelas impredecibles.
La perspectiva narrativa se sostiene en la voz de
un fantasma, lo que le da originalidad y realismo al mismo tiempo, narrando lo
sucedido con técnicas de cronista escrupuloso a pesar de hacerlo desde el
futuro más lejano, un millón de años después del apocalipsis, suficiente para
dotar a su mirada de cualidades darwinianas objetivas. Leon Trotsky Trout, hijo
de Kilgore Trout, escritor de ciencia ficción y alter ego de Vonnegut, es el
encargado de transmitir los meandros de la historia que conduce a la salvación
de la especie humana gracias a ese desgraciado itinerario al laboratorio
natural de las islas Galápagos. Leon Trout, desertor de Vietnam y muerto en un
accidente durante la construcción en Suecia del navío, se habría alojado post
mortem en las entrañas del mismo y, desde ahí, actuaría de testigo y
observador, como Darwin, de la disparatada cadena de peripecias y azares en las
que se jugaba, sin saberlo, el porvenir de la humanidad.
Al final, los pasajeros del barco (“la nueva arca
de Noé”) son los últimos habitantes humanos del planeta y los ancestros de una
nueva especie, generada por medio de las maniobras postcoitales de una
profesora de biología, Mary Hepburn, viuda reciente, casada en segundas nupcias
con un estafador agonizante, enviudada de nuevo y amancebada en última instancia con el capitán del
barco, Adolf Von Kleist. Este inefable personaje es el donante involuntario del
semen con el que la atrevida profesora logrará reiniciar la vida humana sobre
la Tierra, fecundando a sus congéneres supervivientes. Siguiendo las teorías de
Darwin, máxima ironía de Vonnegut, los humanos mutarían con el tiempo para
adaptarse a su refugio en la isla Santa Rosalía, transformados en mamíferos
acuáticos, desarrollando aletas en lugar de brazos y alimentándose de peces.
El mal, según Vonnegut, surge del gran tamaño de nuestro cerebro, que nos hace codiciosos, engreídos y violentos. Moraleja (anti)darwiniana: al disminuir ese cerebro, nos volveríamos más modestos y mucho menos peligrosos para la vida terrestre.
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