miércoles, 1 de marzo de 2023

LITERATURA TOTAL (2)


 [Cormac McCarthy, Stella Maris, Random House, trad.: Luis Murillo Fort, 2022, págs. 620]

          Nadie esperaba que un autor como Cormac McCarthy entregara dos novelas de esta envergadura y ambición después de tantos años de silencio creativo. Y no a causa de sus ochenta y nueve años. Estos son solo la explicación eficiente de la sabiduría y lucidez contenidas en ambas novelas en una cantidad suficiente como para avergonzar a cualquier autor americano de la última década, con la excepción de Pynchon.

En “El pasajero”, la más extensa, ambientada en 1980, McCarthy construye una falsa novela de intriga, cargada de resonancias de thriller paranoico, en sintonía con el cine y la literatura de la época, y una trama criminal con ramificaciones gubernamentales y corporativas, que acaba resolviéndose como una huida beckettiana hacia la invisibilidad, la inacción contemplativa y el exilio mental y físico, al estilo de “El reportero” de Antonioni. El protagonista, Bobby Western, se refugia en Formentera para vivir sus últimos años entregado al duelo infinito por la muerte de la hermana amada y la aceptación de un universo incomprensible para la mente humana, por más que la ciencia intente dar cuenta de su extrañeza (o de su banalidad, como diría Borges) con teorías abstrusas y ecuaciones inútiles.

La segunda novela, aún más fascinante, se titula “Stella Maris”, que es el nombre de la clínica de Wisconsin consagrada al cuidado de pacientes psiquiátricos en la que ingresa voluntariamente su protagonista, Alicia Western, en octubre de 1972, tras el accidente automovilístico que ha sumido a su hermano Bobby en estado de coma. Este aspecto relativo a la temporalidad de la historia es esencial para comprender que la primera novela se desarrolla, de principio a fin, bajo la sombra del suicidio de Alicia mientras la segunda, invirtiendo la cronología, se sitúa en un período anterior, en el que Bobby parecería abocado a morir mientras Alicia se debate al borde del abismo. Esta asimetría cronológica es uno de los grandes logros narrativos del conjunto.

Si hubiera que buscarle un parangón histórico al díptico testamentario de McCarthy, creo que el lugar más fecundo para hallar obras de análoga trascendencia sería el canon novelístico de Faulkner y, dentro de él, dos paradigmas de la misma exploración de la descomposición familiar como secuela de la decadencia social y el incesto culpable y la expiación como detonantes literarios de la tragedia como “El ruido y la furia” y “¡Absalón, Absalón!”.

“Stella Maris” se estructura en siete partes que corresponden a otras tantas grabaciones de las conversaciones entre el doctor Cohen y la paciente Alicia Western, aquejada de una esquizofrenia mal diagnosticada. En esos diálogos excéntricos a dos voces, sin acotaciones ni indicaciones de ningún tipo, el psiquiatra y la enferma abordan fragmentos significativos del historial de esta última y, para completar el cuadro, exploran la mente superdotada y el alma torturada de Alicia, poniendo el foco en dos aspectos antagónicos: la genialidad matemática de su cerebro y las alucinaciones grotescas que padece desde la primera menstruación.

Con esta exigente concepción narrativa, la novela permite observar la vida humana desde una perspectiva insólita, tan alejada de lo humano como distante de la divinidad, un punto de vista que solo la inteligencia que ha alcanzado sin temor los límites del conocimiento y la racionalidad es capaz de enunciar con cierta lógica. Esta dimensión cognitiva de “Stella Maris” demuestra que el género novelístico, contra lo que piensan sus practicantes más convencionales, puede convertirse en el metalenguaje de todos los lenguajes existentes, asumiendo en su matriz lingüística las formulaciones de la ciencia y la filosofía, la historia y la psicología, la política y la antropología. Literatura total, como pedía Hermann Broch.


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