[Publicado en medios de
Vocento el martes 11 de enero]
Acaba la Navidad y se acaban los cuentos pueriles.
Volvemos a la realidad. El culebrón de la pandemia, pese al caso Djokovic, no
da para más, pero los políticos se atan a sus efectos secundarios para no ceder
en la opresión social que tantos beneficios procura. La gran noticia navideña,
no obstante, es que las mascotas son reconocidas al fin por la ley como seres
sensibles y no como objetos decorativos.
Comparto la simpatía franciscana por los
hermanos animales desde la infancia y leo con placer estos días, pura
coincidencia, una novela que especula sobre un mundo de bestias parlantes. La
historia empieza como acción ecologista, implantando chips en vacas, y termina expandiéndose
hasta provocar una guerra a muerte entre animales inteligentes, animalistas y
humanos comunes. Es la versión siglo XXI de “Rebelión en la granja” de Orwell. Se
titula “Bête”, fue escrita por Adam Roberts con ironía inglesa y alguien
debería traducirla antes de que los animales hablen en nombre propio y pongan en
su sitio al ministro Garzón o a sus adversarios.
El signo del siglo es la revancha histórica.
Todos los colectivos humillados, explotados o maltratados exigen ahora reparación.
Sin embargo, el instinto asesino los humanos no lo hemos ejercido más sobre los
animales, sino sobre nosotros mismos. Aprovecho el tiempo vacacional para
descubrir “Quo Vadis, Aida?”, la película europea de 2021. La dirige una mujer
bosnia, Jasmila Žbanić, y relata con sobriedad la masacre de Srebrenica, donde ocho
mil bosnios fueron asesinados por militares serbios sin que la comunidad
internacional hiciera nada por impedirlo. Hace un cuarto de siglo y nadie
recuerda el horror de la guerra de Bosnia, otro episodio vergonzoso en el que
Europa sucumbió a sus peores vicios políticos. Tampoco se recuerda el fraude
cometido por mandatarios occidentales con las armas de destrucción masiva para
legitimar la invasión de Irak hace solo veinte años. Entre tanto, la opinión
pública practica hoy en medios y redes el linchamiento moral de quienes no
comulgan con la versión oficial de la pandemia.
Como animales o como personas, tendemos a ser crueles y mezquinos. Es el designio genético de la especie. Oscilamos entre la infinita capacidad de destrucción y la tontería y cursilería igualmente infinitas. En medio está lo más valioso de nuestra condición. El arte, el pensamiento, la ciencia. No lo olvidemos. Cuando gobierna cualquiera de los dos extremos de nuestra naturaleza, o ambos a la vez, estamos perdidos.
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