miércoles, 14 de octubre de 2015

EL REY DEL JUEGO


Hoy aparece en librerías y otros enclaves de perdición (analógica o digital) mi nueva novela: EL REY DEL JUEGO.

La editorial ANAGRAMA dice sobre ella en la contraportada:

Esta novela desaforada, enloquecida y trepidante se puede leer como un thriller alucinógeno, un cómic sin viñetas o un videojuego literario que funciona sin necesidad de mandos. Una vez más, Juan Francisco Ferré aborda la realidad sociopolítica –en este caso española– huyendo del realismo –sea este garbancero o no– y elabora un artefacto (explosivo) que es un aquelarre narrativo, un capricho goyesco, un esperpento valleinclanesco, un delirio lúcido que mezcla ciencia ficción, erotismo, parodia, elucubraciones filosóficas, guiños culturales, teorías de la conspiración y juegos, de naipes y de vídeo. Siguiendo la senda abierta con Providence (Finalista del Premio Herralde de Novela 2009) y Karnaval (Premio Herralde de Novela 2012), el autor continúa el que es uno de los proyectos narrativos más ambiciosos, radicales y fascinantes de la actual literatura española y lleva la novela a una nueva dimensión desconocida.

Publico a continuación, en homenaje a mis lectores, un extenso extracto de la primera parte de la novela (Las cartas y los jugadores).


XXIX
Vista desde dentro del coche la carretera era una larga cinta gris avanzando por delante y por detrás entre masas de sombra en movimiento donde cada uno, en función de la dosis administrada, podía proyectar lo que quisiera, figuras evanescentes o bultos agresivos.
-¿Qué es eso, hermano? ¿Qué es eso?
Los nervios se apoderaron de Willy de repente, giró el volante a derecha y a izquierda, perdiendo el control del coche, y casi nos saca de la oscura carretera y nos sume en el abismo ubicado, según mis cálculos, más allá del arcén.
-Allí. ¿Es que no lo veis? Allí está. No me lo puedo creer. ¿Veis lo que os decía? Está empezando. Es el principio del fin. El apocalipsis, hermano.
No lo vimos hasta que miramos en la dirección adecuada que Willy nos indicaba con gran despliegue de gestos. A la izquierda. Muchos metros fuera de la carretera.
Un coche volcado con todas las luces encendidas y un segundo coche estampado contra un árbol en las inmediaciones.
A medida que nos aproximábamos todo se hacía más irreal y al bajarnos del coche le dimos la vuelta completa a la realidad y la chocante puesta en escena del accidente actuó sobre nosotros con violencia inesperada.
Ahora veía una figura en equilibrio inestable merodeando alrededor del coche volcado, otro cuerpo con la cabeza colgando hacia el exterior por una de las ventanillas, la cara manchada de sangre.
No tengo tiempo de ver más antes de que Danny se desmaye a mi lado.
-A tu hermano le pasa algo.
Tendríais que haber visto lo que es un amigo cuando otro amenaza con abandonarlo a su suerte. Un amigo tendido, respirando con dificultad, noqueado por el espectáculo de la muerte o el sufrimiento de otros, cuyos cuerpos están malheridos o destrozados. Ese amigo era Willy arrojándose sobre el cuerpo de Danny para devolverle la vida o la parte de vida que pudiera estar perdiendo. Bien aprendidas las lecciones de salvamento de urgencia.
Mientras tanto, sabiendo que Danny se repondrá tarde o temprano del choque emocional, me acerco al otro vehículo, un BMW negro con el capó despachurrado contra el grueso tronco de un árbol. Desplomado sobre el volante con el airbag reventado contra las costillas, atrapado bajo la presión del cinturón de seguridad, un cuerpo masculino inerte pero todavía vivo. Me acerco más para comprobarlo a través de la ventanilla destrozada por el golpe brutal.
¿De qué me suena esa cara de muñeco pelón que se vuelve hacia mí ahora con los ojos despavoridos?
Quiere decir algo. Sus labios balbucean sin articular palabra. Cuando estoy a punto de identificarlo, o de entender al fin qué pretende decirme, alguien viene por detrás y me pone una mano en el hombro.
Pienso que es Willy para darme noticias de Danny, ya recuperado del desmayo, y me vuelvo sin precaución.
Una cara ensangrentada, con una brecha atroz en la zona alta de la frente, el cuero cabelludo despegado del hueso y el pelo reluciente por efecto de la sangre vertida, trata de pegarse a la mía con extraño ahínco.
Me aparto bruscamente, tropiezo y caigo de espaldas.
-No hables con él. Es un hijo de la gran puta. Ni lo escuches.
Veo sentado desde el suelo, sin poder evitarlo, me falla la voluntad, me faltan las fuerzas, estoy impresionado, no puedo moverme, cómo el superviviente malherido del otro coche, tambaleándose como un zombi, se acerca al solitario conductor del BMW y, aprovechándose de que no puede defenderse, comienza a retorcerle la cabeza con torpeza, como si quisiera desnucarlo, y luego a estrangularlo con las dos manos apretando el cuello y golpeándole la cabeza contra el volante a continuación. A ver qué medio de acabar con su vida se muestra más efectivo.
-¡Willy, socorro! ¡Willy!
No soy un espectador, así que participo del único modo que me parece posible en ese momento. Grito como un desesperado sin saber dónde está Willy ahora. Cuando aparto la mirada de la escena para buscarlo, lo veo a lo lejos extrayendo cuerpos con Danny del otro vehículo. Cadáveres o cuerpos maltrechos. Ni siquiera me oye, ni me puede ver, concentrado en ayudar. Hay un tercer individuo con ellos, un superviviente.
-Como digas una palabra de esto, te mato.
El verdugo ha hecho el trabajo sucio. Bien o mal, eso importa poco. El que paga sólo valora resultados, eficacia, contabilidad, no perfección ni belleza. Eso lo sabe todo el que quiere hacer carrera. Es la economía del universo. El orden del mundo, como dijo aquél.
-Él quería matarnos. Por eso estamos aquí. Ahora es él el que está muerto.
-Qué pasa, tío. ¿Mal rollo?
Por fin Willy acude en mi socorro. No entiende lo que está pasando. Cuando ve el mal estado del asesino se conmueve. La camisa empapada de sangre, la cabeza hendida.
-¿Necesitas ayuda?
-No. Todo va bien. Sólo hablaba con tu jefe.
¿Jefe yo? No estoy en condiciones de discutir tal nimiedad. Tirado en el suelo, acabo de asistir a un acto infame que me ha dejado sin argumentos racionales. Mi pasividad es sospechosa, sin duda, pero no tengo recursos para contestar. Guardo silencio. Dejo hacer. Que se ocupen otros del problema.
-Sólo tú y el otro os habéis salvado. Los demás están muertos.
-Ya me lo imaginaba. Tenían mala pinta cuando salí del coche. No respiraban, no...
-Uno de ellos era casi un niño, no lo entiendo. ¿Qué coño hacía un niño metido en esto?
-Cállate, gilipollas. Qué sabrás tú de nada. No quiero oírte una palabra más, no, no quiero…
Se interrumpe otra vez, se le cierran los ojos y le flaquean las piernas. Ha gastado sus escasas energías en asesinar al conductor del BMW. No tarda en caer de rodillas. Mantiene la cabeza agachada, los brazos caídos, alineados a ambos lados del torso, los puños apretados contra el suelo en señal de crispación.
-Estás mal. Voy a llamar a una ambulancia. Necesitas que te miren esa herida. Tiene muy mala pinta.
-Tú no llamas a nadie.
-Tío, te vas a desangrar.
-Que te den por el culo. Mátame si tienes huevos.
Era una tentación, desde luego. Y más cuando Willy y yo nos damos cuenta desde la distancia que nos separa de que Danny se está peleando cuerpo a cuerpo con el otro superviviente. Revolcándose por el suelo como perros y dándose puñetazos o golpes que apenas distinguimos a quién pertenecen por la confusión y la polvareda que levantan.
-¿Qué está pasando aquí, joder? ¿Me puedes decir de qué va esto?

XXX
Willy es insuperable como actor, debo reconocerlo.
Tenemos frente a nosotros a una hiena hedionda, una hiena repulsiva que se ríe como sólo se ríen las hienas, con risa insidiosa, se ríe de nosotros y de la hermosura futura de nuestros cadáveres, la frescura de la carne recién muerta y ya tasada por el carnicero, se ríe de la muerte, de ésa también, a carcajadas, y de sus oropeles de fiesta perpetua y sanguinaria, y de la vida contada que nos queda a cada uno, cronometrada al segundo.
-A ver si nos aclaramos un poquito. O me pegas un tiro en la sien o te lo pego yo en cuanto recupere las fuerzas. O me dejas aquí para que me devoren los zombis. Tú eliges, capullo, pero no digas que no te di la alternativa.
La tenemos enfrente, a unos palmos apenas, esa cara angulosa de matarife que nos desafía ahora con todo el descaro, esa cara obscena que nos examina de arriba abajo con su chulería de sicario, su cinismo barato de pistolero a sueldo, y Willy, hijo privilegiado de la cultura del buen rollo a toda costa, lo trata con deferencia, con respeto, con educación.
-Tú de qué vas, colega. Aquí nadie quiere matar a nadie. Esto es un malentendido.
-Si serás imbécil. Yo ya estoy muerto, a ver si te enteras. El que nos ha embestido en la carretera está tieso, ya me he encargado yo de ello. Mi amigo, si sobrevive a tu cómplice, tarde o temprano estará muerto. Y ese cobarde de ahí tiene las horas contadas. ¿Qué te crees? ¿Que no sé quiénes sois?
Increíble el poder de recuperación de un cuerpo. Alucinante el poder de destrucción entregado a un muerto.
-¡Me cago en Dios! Me los voy a cargar a todos como esto siga así.
Hace unos minutos cualquiera, sin ser forense, hubiera firmado el finiquito sin indemnización del individuo. Y ahí estaba ahora, profiriendo amenazas de muerte en todas direcciones y en especial contra nosotros, a quienes culpaba, en pleno delirio, de todos sus males presentes, pasados y futuros.
-¿Te crees que me he tragado vuestro montaje de tíos enrollados? Hace dos horas recibimos el aviso. Sois el puto comando terrorista que, en este momento, tiene en jaque a toda la inteligencia española.
Era la fuerza de la maldad expresándose con frases retorcidas. Esa energía demoníaca que se apodera de los cuerpos muertos y los devuelve a la vida para realizar los designios del mal, los planes maquiavélicos del Maligno.
-Venga, tío. Déjame llamar a la ambulancia. Se te está yendo la olla.
Nadie conoce las ideas que cruzan por una cabeza en el momento de su agonía definitiva. Es angustioso pensar en toda la basura que puede salir a flote en esos minutos trascendentales. Películas, teleseries, novelas populares, videojuegos. Cada cual sabrá, cuando llegue su hora, con qué mierda rellenó su cerebro mientras lo mantenía activo. Era evidente que este fascista moribundo, una de dos, o se había tragado toda la propaganda ministerial de las últimas décadas, o era un fanático encubierto de las series policiales más famosas de la televisión nacional e internacional.
-Sois vosotros. El comando sin identificar que se dirige a la capital para matar al nuevo rey…

1 comentario:

El Doctor dijo...

Excelente, amigo. Karnaval, La vuelta al mundo y ahora El rey del juego, lejos, muy lejos de la historia de Norman Lewinson con Steve McQueen, el perdedor nato por excelencia.Leyendo lo que nos has regalado y antes de adquirir tu novela (mañana a más tardar)me ha hecho pensar en la novela de Richard Morgan Leyes de mercado, un mundo, una sociedad enferma, llena de contradicciones y arrastrando sus propios fantasmas. Creo que eres el J.G.Ballard previo a la obra de Ballard. Tú escribes: "Es angustioso pensar en toda la basura que puede salir a flote en esos minutos trascendentales. Películas, teleseries, novelas populares, videojuegos." Es como el fin de una era para dar entrada a Ballard lejos de establecer el orden, el personaje ballardiano percibe el cataclismo como un foco de atracción y se muestra dispuesto a aceptar las reglas que esa nueva realidad le impone, aunque eso suponga renunciar a su propia identidad, a la cordura e, inevitablemente, a su supervivencia. Lo que está en juego no es tanto la autodestrucción, sino la reducción del cambio y el tortuoso camino hacia la plenitud psicológica.
Seguro que no estarás de acuerdo, pero como lector me gusta y me complace imaginar puentes subterráneos entre los grandes creadores.

Suerte y un fuerte abrazo.