[Sergi Sánchez, Hacia
una imagen no-tiempo. Deleuze y el cine contemporáneo, Ediciones
Universidad de Oviedo, 2013, págs. 308]
En cierto modo, uno siempre está en la punta extrema de la
ignorancia, y hay que instalarse precisamente allí, instalarse precisamente en
la punta de su saber o en la punta de su ignorancia, es lo mismo, para tener
algo que decir.
-Gilles Deleuze-
Allí donde la televisión fracasa, allí donde se deja
asfixiar por su función social, la literatura triunfa.
-Sergi Sánchez-
En un país donde notorios críticos cinematográficos
tienen gustos estandarizados y ostentan su ignorancia o sus prejuicios, sin
complejos, ante un público cómplice de sus crasas limitaciones, la figura de
Sergi Sánchez, crítico de Fotogramas
desde los noventa hasta la actualidad, es una excepción brillante.
Para los que seguimos con genuina
curiosidad la pluralidad artística del cine contemporáneo, las singulares críticas
de Sánchez son siempre un estímulo y una alegría, incluso en la discrepancia
ocasional. Películas fundamentales de las últimas décadas como El club de la lucha, Existenz, Kill Bill, Demonlover,
Olvídate de mí, Adaptation o Gerry
hallaron en él, en el momento de su estreno, al espectador inteligente y polémico,
analítico y comprometido que sus estrategias innovadoras de subversión cultural
y revolución visual requerían. Por fin Sánchez ha atendido la exigencia de sus
lectores y ha decidido sistematizar su pensamiento.
Comentando Gerry,
precisamente, anticipaba Sánchez algunos argumentos centrales de este magnífico
libro, una de las contribuciones más exhaustivas y rigurosas a la teoría
mediática de la era digital: “la diferencia entre mirar y ver radica únicamente
en nuestra capacidad para vivir el transcurso del tiempo, o lo que es lo mismo,
de sentir el tiempo cinematográfico como una posibilidad, exquisita e
irrepetible, de entender qué sentimos como espectadores, cuál es el efecto del
tiempo sobre nuestra mirada”.
El tiempo, en efecto, esa es la categoría esencial
que domina el discurso de Sánchez, el tiempo y su relación con la imagen antes
y después del advenimiento de la imagen digital. El libro se plantea aplicar,
de manera crítica, los conceptos filosóficos de Gilles Deleuze al cine del
presente. Los influyentes estudios sobre cine de Deleuze, publicados en los
años ochenta, se dividían en dos volúmenes: el primero analizaba la “imagen-acción”
(el cine clásico de Hollywood, así como el cine ruso, francés o alemán de los
años veinte y treinta) y el segundo la “imagen-tiempo” (desde Renoir, el
neorrealismo y la nueva ola francesa hasta el fastuoso cine de Welles, Ophüls, Kubrick,
Antonioni, Resnais, Robbe-Grillet, Losey, Fellini, Tarkovski, Garrel o
Syberberg).
Más ecléctico que el filósofo, Sánchez entiende la creación
cinematográfica contemporánea como síntesis de ambos tipos de imágenes, con
películas de una pureza absoluta en la plasmación visual del tiempo (cierto
cine europeo o asiático) o de una impureza también extrema en la apuesta por un
montaje de acción trepidante desprovisto de cualquier respeto lógico a la
temporalidad (el cine de Michael Bay o Tony Scott servirían de paradigmas).
Pero también advierte Sánchez la complejidad estética y tecnológica de la época
en el hecho de que un blockbuster consagrado
a la glorificación de la velocidad y la acción espectacular pueda contener imágenes
o secuencias de contemplación visionaria del tiempo (ejemplo reciente: ciertas secuencias
oníricas y nocturnas de Mad Max: Furia en
la carretera). O que la televisión, con su exitosa profusión de teleseries
de calidad, encarne a día de hoy la resurrección de un cierto clasicismo
narrativo.
No obstante, el punto inexorable hacia el que
converge el lúcido análisis del libro es el surgimiento de una visualidad
puramente digital, donde tiempo y espacio, ficción y realidad han alcanzado tal
grado de fusión que, como tal, puede calificarse como “imagen no-tiempo”. Una
imagen sin duración, una imagen despojada de los signos reales que la vinculan
con las percepciones de la sensibilidad humana. Una imagen sintética ubicada
más allá del tiempo cronológico y generada por la información numérica (los
algoritmos y los píxeles), como el producto hipertextual de una base de datos o
de un infinito banco de imágenes almacenadas en un cerebro cibernético.
Estamos aún en un período de transición y es evidente
que esas imágenes artificiales no se harán dominantes hasta que la mutación del
espectador se complete. Este cine inconcebible del futuro, un cine virtual para
androides o zombis posthumanos, tendrá como profetas impensables a directores
como Cronenberg, Greenaway y Lynch, baluarte este último, en palabras de
Sánchez, del devenir-mujer del espectador.
2 comentarios:
Le preguntaría a Sánchez ¿dónde fracasa la televisión? Y con más curiosidad aun ¿donde triunfa la literatura? Que me hablase de paises, ciudades, pueblos, aldeas, casas de vecindad, habitaciones... donde eso suceda. Datos, datos, datos. Sánchez, triunfalista al cabo, se imagina, o quiere imaginarse, que la vida es como él se la imagina ¡Cuánta imaginación!. Y habla de un cine del futuro inspirado por Cronenberg, Greenway y Lynch. Que existirá ya lo creo. Y que será degustado, y apreciado, por cuarenta oportunistas de vanguardia de los que, al final, solo cuatro “seguirán vivos”. Y la gente del futuro continuará entregada a las superproducciones de acción a punto ya de conseguir ese efecto especial -todavía no perfeccionado del todo- que va a permitirles a los espectadores sentir que son ellos los que atizan la hostia, los que cuelan la polla. En el futuro, la tendencia es inevitable, lo físico va arrollar definitivamente con lo psiquico, hasta el punto de que la filosofía se empleara únicamente para tratar a los psicópatas y los inadaptados, buscando su suicidio. Adorable inocencia la de Sánchez.
Sí, amigo Gracq, Sánchez habla de Arte y yo lo secundo en eso. Llámenos ingenuos, si quiere, pero más vale la inocencia del devenir, como diría el maestro, que el filisteísmo grosero de los amos del mundo y de sus risueños esclavos. Ya sé qué formas de espectáculo arrebatarán al populacho en el futuro, no necesitamos, ni Sánchez ni yo, su implacable pronóstico para saberlo, pero el pensamiento minoritario y la creación son capaces aún, en medio del rugido totalitario de las masas, de abrir las puertas de la mutación o la metamorfosis. Lo siento, en esto como en todo, es necesario elegir el bando en que uno (aunando mente y cuerpo) desea inscribirse…
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