miércoles, 16 de octubre de 2013

AMBIGUOS SIGNOS DEL PRESENTE


Tengo estómago, siempre lo tuve, por eso me aguanto la arcada y pienso que esta gente, obviando todo lo que nos separa, han querido invitarme esta noche, antes de condenarme como un idiota al desahucio moral, para parlamentar y comunicarme el plan de urgencia que han concebido entre todos, en asambleas convocadas en todo el mundo, en plazas urbanas y en foros de internet, para tratar de impedir que el mundo prosiga la deriva autodestructiva en que lo ha sumido la situación económica. Un decálogo infalible de soluciones a la crisis, eso me dice el líder parlanchín y gesticulante, un barbudo sudoroso que habla un inglés cavernario, entregándome en presencia de sus correligionarios el maletín metalizado que contiene las demandas venidas de todas partes como una voz única de indignación universal y las respuestas elaboradas por él y algunos reconocidos expertos para lograr un mundo más justo y equitativo, sin infamias flagrantes como la de Grecia, me dice ahora, guiñándome un ojo, antes de afrontar en poco tiempo la necesidad impostergable de una revolución. Esta palabra mágica el líder de todas las bandas y grupos presentes la repite en todo momento, como un mantra leninista, enfatizando con su mala pronunciación la separación entre el prefijo y el resto de la palabra, ese descabezamiento simbólico enfervoriza a la masa cada vez que se produce y es como si la idea material de la revolución se traspasara entonces de boca en boca, sílaba a sílaba, como una consigna subversiva que prende la mecha de sus acusaciones y quejas. El líder preconiza la instrucción del lumpen, el inmigrante y el excluido como la tarea política más relevante del nuevo siglo. Quién de entre todos vosotros quiere pertenecer al pasado, que levante la mano y será fusilado con nuestro desprecio. Risas y abucheos, aplausos y proclamas estentóreas. Este discurso incendiario y esta reacción explosiva consiguen asustarme al principio, lo reconozco sin rubor, como burgués y como mandatario, pero la excitación colectiva es contagiosa, no soy insensible a esa clase de estímulos y experiencias, más bien al contrario, siendo un individualista con conciencia social, los momentos orgiásticos de cualquier sublevación colectiva me atraen tan poderosamente como mis orgasmos privados. No se escandalice con mis palabras. Como comprenderá, en mi situación es fácil sentirse más allá de los tabúes corrientes. La franqueza expresiva es mi nueva racionalidad, no me queda otra opción. Lástima que no pueda aplicar los beneficios de ésta a la vida política, esa terapia sería saludable, el sistema se hunde, está podrido y nadie cree ya en él. Se requieren líderes que hablen con libertad, sin ataduras institucionales, despojados de la obligación de ser políticos responsables y moderados. Se necesita con urgencia un discurso más radical y menos complaciente sobre el estado de cosas. Y aquel estrafalario mitin, se lo aseguro, fue uno de esos momentos cenitales en que uno siente de verdad en todo el cuerpo que las cosas podrían cambiar y ser de otro modo si nosotros, los que gobernamos el mundo velando sólo por nuestros intereses y los de nuestros poderosos amigos, no estuviéramos al mando para impedirlo. Y la gente está aquí, siento su peso y su fuerza gravitando sobre mí, aplastada contra las bóvedas y paredes estrechas de esta estación de metro clausurada, como en muchos otros lugares del planeta en ese mismo momento, dando testimonio de pertenencia a la multitud de los desfavorecidos, dando cuerpo a una nueva clase social y a una nueva categoría política, monstruosa, si la observamos con mirada clásica, demagógica, si la juzgamos con criterios partidistas, pero con un porvenir prometedor si sabemos canalizarla entre todos con inteligencia en la dirección conveniente…Tengo serias sospechas de que el individuo que, aquella noche de mediados de mayo, ejercía como líder y orador principal en el mitin de la estación de metro es un filósofo mediático de origen centroeuropeo, si no me equivoco, residente en Nueva York desde hace años por razones más que dudosas. Creo haberlo visto en televisión alguna vez, aunque no pueda acordarme de su nombre. Es un hombre muy peligroso para nuestros intereses. Escuchándolo mientras aleccionaba a la multitud a base de chistes groseros y soflamas grotescas comprendí que había transformado su locura en pensamiento.
-Karnaval, págs. 87-89 y 91-

Superado el “fin de los tiempos” pronosticado por los mayas (o, como diría Borges,  por los malos intérpretes de los mayas), ya podemos por fin volver a pensar en las cosas que están pasando o han pasado, las hayamos visto o no en alguna de las pantallas con que a diario los medios nos sirven la dieta informativa necesaria para mantener confiscada nuestra voluntad política. Es evidente que 2011 fue un año decisivo en la no-historia reciente por muchas razones, casi todas analizadas con su habitual agudeza dialéctica en este libro (El año que soñamos peligrosamente, Akal, trad.: José Antón Fernández, 2013, págs. 183) por ese peligroso provocador de la inteligencia contemporánea, el pensador impensable Slavoj Žižek (en este post explico con detalle esta denominación de origen).
El título, una parodia deliberada de una célebre película de los ochenta, sirve para anunciar el programa de la sesión de pensamiento intensivo a que el maestro paradójico va a someter a sus lectores. El pensamiento en su triple salto mortal más atrevido: cómo abordar las derivas del presente y la ingente información generada a su alrededor sometiéndolas a la violencia retórica de la tradición filosófica. El problema es, como siempre, la confusa y caótica realidad y los signos contradictorios que emite sin cesar, como una máquina de fabricar ilusiones, deseos, impulsos y anhelos estandarizados. Pues 2011 fue para Žižek el año en que se impuso en el mundo el signo de la insurrección popular con las revueltas egipcia y tunecina, los indignados españoles, las protestas contra el capitalismo financiero de Wall Street y contra las políticas de austeridad dictadas por la UE, etc. Y también cuando amenazas aciagas, señales ominosas y “sueños oscuros y destructivos” hicieron su siniestra aparición: la matanza de Oslo, la extensión del fermento racista y nacionalista a todo lo largo y ancho de Europa, sin olvidar los estragos cotidianos de la crisis económica y las soluciones erróneas para paliarla.
Pero es, en particular, en su enfoque dialéctico de todos estos fenómenos en el marco del antagonismo global dentro del capitalismo donde la estrategia analítica de Žižek alcanza sus puntos álgidos y sus mayores aciertos críticos. En definitiva, como demuestra el caso reciente de Detroit, la primera dictadura económica establecida en suelo americano, el verdadero peligro que nos acecha es el de la implantación de “un nuevo modelo socioeconómico”: “el modelo tecnocrático despolitizado donde a los banqueros y a otros expertos se les permite aplastar la democracia”. Ante este peligro real palidecen todos los demás. Es más, cabría entenderlos como secuelas del grave mal que corroe las democracias occidentales y que no es, a pesar de las escandalosas apariencias, la corrupción institucionalizada ni la nefasta gestión pública ni la degradación social ni la mediocre casta política, sino la aceptación resignada de las abstracciones financieras impuestas por el capitalismo neoliberal sobre la realidad.
En este sentido, como alerta Žižek desbordando con sus reflexiones los limitados planteamientos de la teleserie The Wire, el mundo se enfrenta a una situación digna de una película de ciencia ficción donde todos los habitantes del planeta tierra, sin distinción de sexos, razas, culturas o nacionalidades, padecen la invasión de un poder ubicuo que pretende hacerse de manera insidiosa con el control absoluto sobre sus vidas. El problema primordial radica, por tanto, en esa “violencia sistémica fundamental del capitalismo” ante la que las respuestas políticas convencionales se muestran impotentes. Con todo, en este escenario emergente de capitalismo a la asiática y decadencia americana Žižek atribuye un papel determinante a la débil Europa una vez supere, resucitando “su legado de emancipación radical y universal”, el impasse ideológico en que anda sumida.

3 comentarios:

Sico Pérez dijo...

Habrá un lugar para sudamérica en ese contexto que se avecina?

Elena Terol Sabino dijo...

"Violencia sistemática fundamental del capitalismo." El ser expulsado de tu casa, el que no te paguen por tu trabajo, el que de anciano te quiten el sustento...tantas violencias que no se etiquetan como tales. Pero claro, los que tienen la sartén por el mango definen qué es violencia, como definen qué es la vida, la familia, el trabajo, la raza, la nación...

Anónimo dijo...

Un muy buen artículo.