[Ryū Murakami, Piercing,
Ediciones Escalera, trad.: Ana Lima]
Para el extranjero o gaijin, como llaman con cierto desprecio los nativos del filiforme archipiélago a todo el que viene de fuera, no hay instrumento mejor que el
cine o la literatura para radiografiar el Japón contemporáneo, ese imperio de
los signos paradójicos cuya apariencia bulliciosa y caótica suele despistar al
turista ocasional. Una forma inteligente podría pasar por la frecuentación
de su cine más reciente, adentrándose en los mundos extremos y turbulentos de
directores como Sion Sono, Shinya Tsukamoto, Kiyoshi Kurosawa o Takashi Miike
(quien, por cierto, adaptó en Audition la inquietante novela homónima de Murakami). En ese caso estaríamos seguros de recibir dosis
alucinógenas de estimulación visual y penetración mental en las agonías y
traumas de sus personajes. A pesar de la originalidad de este nuevo cine nipón,
que tan poco atrae al espectador español, no conozco guía más perspicaz en ese
mundo poliédrico y fascinante que el escritor y cineasta Ryū Murakami (1952), gran
cronista del malestar y la decadencia
japonesa de las últimas cuatro décadas, un avatar tenebroso del otro Murakami,
pero mucho menos popular y rentable.
En cierto modo, la fuerza narrativa de Murakami
nace de un insólito cruce entre su predilección estética por los motivos escabrosos
y las historias transgresoras y su polémica vocación de moralista del presente
de su país y de su cultura. Esta faceta de su personalidad se expresa, sobre
todo, en los postfacios de sus novelas, donde suele esclarecer las fuentes de inspiración
de las mismas y también las reflexiones personales que acompañaron su creación.
En el elocuente postfacio de Sopa de miso,
una de sus novelas más reconocidas, Murakami confiesa que la realidad pone a
prueba su imaginación, hasta el punto de confesar su incapacidad para poder seguir,
novela a novela, el escandaloso “hundimiento de la sociedad japonesa”. En el postfacio
de Piercing, excluido por razones
incomprensibles de esta edición, Murakami anuncia el designio moral de toda su narrativa:
la traducción artística de “los gritos y susurros de los que se asfixian”,
faltos de palabras para expresar la desesperación y la anomia en que se debaten
sus desgraciadas vidas. Como novelista concienciado, Murakami se arroga,
además, la difícil tarea de reciclar la basura
social y cultural de su tiempo.
En Piercing,
novela anterior a Sopa de miso, la
lucha entre el silencio del sufrimiento y la liberación por el grito, entre la
aceptación muda del dolor y la expresión lacerante de los males que afligen a
los individuos, se hace materia misma de la narración, carne y sangre de las palabras
y las frases con que Murakami va tejiendo esta historia desgarradora hasta
conducirla a grados de tensión verbal y crispación psicológica insuperables. Un
modesto dibujante publicitario, Kawashima, maltratado en su infancia por una
madre despótica y cargada de odio, siente un día la tentación de amenazar la
vida de su hija de cuatro meses con un punzón picahielos con el que ya había
apuñalado, en su juventud, a una amante madura con la que mantenía una relación
tortuosa, tan edípica como perversa. Para no dañar ni a su bebé ni a su mujer, una
hacendosa cocinera de panes y pasteles, decide urdir un meticuloso plan digno
de un psicópata: sacrificar a una joven prostituta a fin de desviar la pulsión
criminal hacia esta víctima expiatoria y salvar así la amenazada integridad de su familia.
La consumada inteligencia novelesca de Murakami logra que la figura antagónica de
la prostituta Chiaki sea tan enfermiza y fascinante como catártico su encuentro
privado con el esquizofrénico padre de familia.
Esta parábola introspectiva y perturbadora sobre
las perforaciones de la carne y la
psique acaba convirtiéndose en un exorcismo ritual de conjuración de los
traumas individuales y colectivos, donde el punzón del crimen actuaría como el
hacha de Kafka taladrando la congelación anímica de ambos personajes. El corolario
negativo de ese combate simbólico de caracteres lo expresa Murakami en el
postfacio de Sopa de miso: “la
decadencia no hará más que acelerarse mientras se refuerzan fenómenos de orden
reaccionario y regresivo”.
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