lunes, 11 de junio de 2012

MICROPOLÍTICAS (1): PASOLINI CONTRA TODOS


En cada autor, en el acto de inventar, la libertad se presenta como exhibición de la pérdida masoquista de cualquier certeza. En el acto inventivo, necesariamente escandaloso, se expone a los otros: al escándalo justamente, al ridículo, a la reprobación, y, por qué no, a la admiración, aunque sea algo sospechosa. Se afirma aquí el “placer” que se encuentra en toda actualización del deseo de dolor y muerte.
Un autor no puede ser más que un extranjero en tierra hostil. Habita en efecto la muerte en lugar de habitar la vida, y el sentimiento que suscita es un sentimiento, más o menos fuerte, de odio racial.
-P. P. P., Empirismo eretico-
La ambigüedad importa mientras vive lo Ambiguo.
-P. P. P., Transhumanar y organizar-

Para bien y para mal, Pasolini posee una actualidad crítica intempestiva. En su tiempo fue un intelectual y un artista comprometido de una nueva clase: un marxista heterodoxo, esto es, un miembro disidente de la izquierda cultural, independiente y singular, irreductible tanto a los dogmas de los partidos oficiales como a las consignas del poder establecido. Pasolini personificaba la figura carismática, no exenta de ambigüedad, cuyo poder de denuncia y cuestionamiento sirve de revulsivo ideológico a una multitud de lectores y espectadores ("La libertad específica del espectador consiste en gozar de la libertad de otro", escribe Pasolini contradiciendo la demagogia retórica del Espectáculo). Su necesidad hoy, cuando el intelectual padece la presión insoportable de los partidos, los grupos mediáticos y la dictadura del mercado, no puede ser más acuciante. Frente a esta crisis que está desnudando todo el sistema, dejando al aire todas sus mentiras e infundios, desvelando la perversa alianza de la política y las finanzas con que se pretende someter a los ciudadanos a un estado de servidumbre económica definitiva, el pensamiento insurgente de Pasolini, incluyendo sus errores y mixtificaciones ocasionales, sería tan fundamental como incómodo para los poderes tecnocráticos y financieros que ya denunció en su momento como nuevo fascismo. El neofascismo de la sociedad de consumo.
Pasolini cumplía con el papel de anticonformista subversivo, disidente de todas las causas gregarias, cuyo lema es de una honestidad e intransigencia ejemplares: “Es intolerable ser tolerado”. De este carácter indómito da prueba la evolución dramática de su pensamiento: enfrentado al cambio social en curso, con la implantación del consumo como cultura dominante de una clase proletaria en fase de aburguesamiento acelerado, Pasolini anuncia el melancólico final de una concepción estrechamente política y populista del arte (con Gramsci como inspirador principal de su ideario) en la que había creído hasta entonces y, en consecuencia, la pretensión, bastante paradójica para un marxista como él, de hallar un refugio elitista donde preservar las herejías del pensamiento y la estética de la corrupción de las masas. En cierto modo, este aspecto podría considerarse el punto muerto de toda una idea del arte y la cultura del siglo XX. Una antinomia intelectual que, en pleno triunfo de la globalización económica y tecnológica y el dominio incontestado del mercado, estaría acendrando aún más sus nocivas contradicciones.
La muerte violenta impuso silencio a la insumisión moral de su discurso el 2 de noviembre de 1975, pero confirió sentido trágico a su vida, en una de esas paradojas y oxímoros que tanto le complacían, como poeta, como pensador y como cineasta. En Empirismo eretico (1972), libro escandalosamente no traducido al español, a pesar de tratarse de uno de los grandes tratados de teoría del cine del siglo pasado, afirmaba que “la muerte realiza un montaje fulgurante de nuestra vida”, estableciendo así un vínculo entre el cine y la muerte muy poderoso: “Morir es pues absolutamente necesario, puesto que mientras estamos vivos, no tenemos sentido…El montaje efectúa pues sobre el material del film la misma operación que la muerte realiza con la vida”.
En esta novela gráfica de Davide Toffolo (Pasolini, 451 Editores, 2012), el personaje de Pasolini aparece como lo que siempre fue: un espectro incisivo e incómodo, un fantasma fastidioso para todo el mundo, el áspero portador de una voz que volvía del otro lado de la vida, como el padre de Hamlet, para denunciar todas las ofensas y crímenes, agravios e injusticias, pero también encarnar la belleza, la inteligencia y la libertad, como el ángel seductor de Teorema. Este estupendo libro se encarga desde el principio de recordarnos las truculentas circunstancias de ese asesinato que aún hoy levanta sospechas. En especial cuando Davide, que se ha citado con Pasolini en ocasiones anteriores, acude a la última entrevista con él en Ostia, al borde del mar, el mismo lugar donde apareció su cadáver desfigurado y mutilado. Es allí donde Pasolini, antes de ser asesinado de nuevo, le expresa la verdad de su vida y de su amor verdadero, como diría Cernuda: su pasión incoercible por la realidad.
Esa pasión lo llevó de la literatura al cine en los años sesenta guiado por la convicción de que ese medio artístico, por su intrínseca impureza, era el más adecuado para mantener una relación más intensa y fetichista con la sagrada materialidad de la vida, los cuerpos, los paisajes y las cosas (“He dicho que si hago cine es para vivir según mi filosofía, es decir, las ganas de vivir siempre físicamente al nivel de la realidad, sin la interrupción mágico-simbólica del sistema de signos lingüísticos”). Lo irónico del caso es que este grandísimo cineasta no olvidó que el metalenguaje técnico del cine recorre el laberinto de las culturas humanas antes de desembocar en lo real y por esto mismo sus magníficas películas se organizan como complejas construcciones simbólicas cargadas de referencias pictóricas, mitológicas, históricas, filosóficas, religiosas y literarias que nunca pierden de vista la realidad en sus aspectos más sensoriales y crudos (“Hacer cine es escribir sobre un papel que arde”) sin incurrir en los vicios y taras del naturalismo cinematográfico (“Mi amor a las cosas me impide considerarlas naturales”). En las hermosas viñetas finales del Pasolini de Toffolo, Davide viaja a Madrid y se adentra en el esplendor del Prado en busca de un cuadro de Velázquez (La fragua de Vulcano) donde Pasolini reconoció la estética figurativa que le era propia. En ese instante cenital, Davide se siente reconocido por la mirada de su polémico ídolo.
Como a Toffolo, el Pasolini oscuro, desengañado y provocador de su última etapa (con el film Saló como culminación artística y filosófica de toda su obra) me parece un contemporáneo imprescindible. Sobre todo cuando, poco antes de morir martirizado, en una de las entrevistas incluidas en Las últimas palabras de un impío, declara que el humor, en tanto falta de ilusión, ha sustituido a la esperanza.

2 comentarios:

carlos maiques dijo...

El humor como sustituto de la esperanza es tal vez una salida (¿la única?, espero que no) posible al andar sin miedo ni esperanza tras los pasos de Spinoza.

A la espera de la segunda y supongo no última parte de micropolíticas me quedo. No sé si proseguirás con Pasolini o abrirás el objetivo hacia otros intempestivos o habitantes de las afueras.

Un saludo y hasta otra.



PS: Al parecer sí hay una traducción (de Esteban Nicotra) de Empirismo herético, publicada por ediciones Brujas, de Argentina, en 2005
http://www.editorialbrujas.com.ar/detalles.php?idlibro=115

JUAN FRANCISCO FERRÉ dijo...

Me alegro de que al menos en Argentina, en una editorial de la que no había oído hablar, hayan podido leer este libro fundamental, que, como verás, he citado en su título italiano original para fastidiar a la lengua que se negaba, según todas las apriencias, a alojarlo en su vientre...

Te anuncio desde ya, además, que Micropolíticas tiene previstas varias entregas, no solo dos. Espero que te interesen.

Un abrazo,
JF