La vuelta al mundo emprendida por la narrativa literaria en las últimas décadas está generando una brillante reinvención de su diálogo artístico con una realidad contemporánea tan mutante como explosiva. Entre las propuestas en español más valiosas de esta tendencia innovadora se encuentra 2666 (Anagrama, 2004), la obra póstuma de Roberto Bolaño, un paradigma de novela total de una nueva especie: en este inmenso proyecto narrativo, la aproximación concreta y cruda a lo real se enriquece con una apuesta radical por los poderes imaginativos de la ficción.
La ambiciosa construcción de 2666 es producto del ensamblaje aleatorio de cinco novelas comunicantes y también convergentes. “La parte de los críticos” encierra una broma irónica sobre la literatura: en pos del escritor alemán Benno von Archimboldi, cuatro profesores expertos en su obra viajan al centro geográfico y moral de la novela, la ciudad de Santa Teresa (un trasunto de la auténtica Ciudad Juárez), sin apenas reparar en los masivos asesinatos de mujeres que allí tienen lugar. “La parte de Amalfitano”, ambientada en esta aciaga ciudad mexicana, dirige un descarnado sarcasmo hacia la filosofía y la geometría y muestra un paisaje irracional en el que despuntan los grandes motivos de la novela: la omnipresencia de la muerte y la intersección de los rituales ancestrales y sanguinarios con la modernidad industrial incontrolada y voraz del capitalismo.
La tercera parte (“La parte de Fate”) orienta su trayectoria narrativa hacia la misma ciudad espectral, sólo que esta vez el guía es un periodista afroamericano, heredero de toda una historia de violencia y opresión racial al otro lado de la frontera, que viaja a Santa Teresa para cubrir un desigual combate de boxeo y acaba descubriendo en carne propia algunos entresijos íntimos de la abyecta serie de asesinatos. Pero más escalofriante y siniestra es la cuarta novela, “La parte de los crímenes”: un relato magistral donde se aborda sin tapujos el asunto de las mujeres masacradas a través de una trama entrelazada y cruel constituida por la autopsia de cada una de las muertes y las erráticas investigaciones de policías, periodistas, políticos y jueces. El resultado es un híbrido de Twin Peaks (la ubicuidad del mal, la complicidad colectiva, la violencia y locura social manifiestas) y la novela policíaca de última generación, con James Ellroy y La dalia negra como grandes paradigmas de este nuevo realismo truculento (el registro objetivo y clínico del informe forense subvertido por el surrealismo macabro y patológico de los crímenes).
Por último, “La parte de Archimboldi” se focaliza en la biografía novelesca del extravagante escritor que apasiona a los cándidos críticos de la primera parte. La trayectoria vital de Archimboldi es una síntesis imaginaria de la historia europea del siglo veinte, con todo su horror, barbarie y maligna banalidad. Cobra por ello una dimensión alegórica inusitada la circunstancia narrativa de que Archimboldi (el escritor procedente de un mundo que a fuerza de no comprenderse ha emprendido un irreversible proceso de autodestrucción) viaje finalmente a la ciudad de Santa Teresa a intentar descifrar el horrible jeroglífico de los crímenes.
Las cinco trayectorias confluyen así en un viaje iniciático, en cierto modo inconcluso, al tenebroso corazón urbano de la novela: la ciudad fronteriza donde todos los vertederos, suburbios y descampados se pueblan de cadáveres del sexo femenino, a menudo irreconocibles, la ciudad con nombre de mujer donde las mujeres están siendo torturadas y aniquiladas impunemente, sólo por el hecho genético de serlo, mujeres adultas, jóvenes o niñas y además proletarias, prostitutas o estudiantes, en una tarea de exterminio genérico, de matanza indiscriminada, de sacrificio sistemático. Como se dice en la novela, señalando la herida incurable: “Nadie presta atención a estos asesinatos, pero en ellos se esconde el secreto del mundo”.
La literatura, que había quedado malparada en la primera parte por la indiferencia o ceguera de los críticos (una pulla con la que Bolaño se ceba en la discutible autoridad de sus criterios y métodos), recobra toda su creatividad, y también su dignidad moral y capacidad de denuncia, en este diálogo desnudo con la esencia inveterada del mal, un duelo del que la filosofía, la política o la ciencia han sido excluidas necesariamente. Este es el compromiso ético con que la novela de Bolaño, sin renunciar a sus fabulosos artificios, imposturas novelescas y estrategias retóricas, consigue rearmar a la literatura y renovar su validez estética al menos hasta que se cumpla ese sombrío futuro que el título profetiza. Su magnífica lección no debería caer en el vacío.
1 comentario:
´imposturas novelescas´me parece una definición perfecta de los trucos que a Bolaño a veces se le caen de las mangas, como a un jugador de naipes precipitado.
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