lunes, 22 de junio de 2009

DAR EN LA DIANA


Muchos de los que conocen la obra anterior de Julián Ríos se habrán sorprendido al oírle presentar su nueva novela[i] señalando, como motivación de su escritura, a la Princesa de Gales, la popular estrella Diana del imaginario mediático, muerta en compañía de su amante Dodi Al-Fayed tras estrellarse en el túnel del Pont de l´Alma en París el 31 de agosto de 1997. [La sorpresa se atempera cuando uno recuerda el modo en que en Amores que atan se entremezclaba la jugosa reescritura de los grandes clásicos de la modernidad novelística con la búsqueda de la amada ausente en medio de un diluvio mediático de sucesos y anécdotas coetáneas. O el relato "Crucigrama" (Álbum de Babel), donde las experiencias eróticas del protagonista implicaban una búsqueda de sentido en la prosa efímera de los periódicos y la resolución irónica de un crucigrama sobre el tetragrámaton monoteísta.]

En Puente de Alma, el cuerpo y el alma de Diana, la princesa malograda del cuento de hadas, se hacen “carne de novela”, conforme a las concepciones de Ríos: el verbo literario como “resurrección de la carne”. No obstante, Ríos ha preferido esta vez ceder el control de la narración a su instinto fabulador y se muestra tan ingenioso en el manejo de esta red de historias (apócrifas o reales) que va urdiendo alrededor de la figura mitificada de Diana como antes con los juegos de palabras. Los retruécanos amplían aquí la retranca de su alcance humorístico y se transforman en larvados procedimientos narrativos, al estilo de sus maestros Lewis Carroll o Raymond Roussel.

De ese modo, el crucigrama estético de Ríos, ese modo exigente de ir ajustando en distintos niveles y planos de intersección las teselas del mosaico verbal a fin de crear una trama cruzada de sentidos, se consuma en la construcción en octaedro de esta sorprendente novela. El número cabalístico de capítulos, fundándose en la polisemia del verbo “contar”, es esencial a su propósito: en vertical, el ocho indica un entrelazado gráfico, reproduciendo el nudo traumático de la ficción; mientras en horizontal repite el bucle originario y lo amplifica al expresar su proyección al infinito. Esta reversibilidad novelística favorece la constitución de un dispositivo enciclopédico: una red capaz de contener toda la información necesaria, y, al mismo tiempo, funcionar como un mecanismo de relojería narrativa de altísima precisión.

La trama simétrica permitiría así calificarla de novela “redonda” y no sólo cíclica o periódica, por más que su composición musical vaya integrando elementos relacionados de manera tan recurrente como ocurrente. Y es que la novela comienza con el narrador de mil nombres recién instalado en una mansión sita en la Plaza de Alma, justo enfrente del puente homónimo sobre el Sena, la fatídica noche en que asiste por azar al accidente mortal de la princesa, y concluye un año después, con su mudanza a una casa en las afueras, río abajo, en la ribera de los impresionistas donde vive Ríos.

Hay dos capítulos, en especial que me parecen sintetizar las cualidades literarias más sobresalientes del libro. En primer lugar, “Operación Dent”: un jeroglífico, tan brillante como enrevesado, donde se narra el encuentro con un americano de apodo indio (“Tipi”) intrigado por las circunstancias del sospechoso accidente. El desconocido de siglas alusivas se adivina que es Thomas Pynchon, cuyos poderes chamánicos como novelista creador de grandes redes conspirativas transnacionales son invocados por Ríos con el fin de enunciar la arriesgada tesis novelesca de que Diana enamorada y su amante egipcio fueron víctimas de una trama criminal ejecutada por pilotos profesionales (uno de ellos, “Nicky”, con su figura de jockey, su gorra sempiterna y su cara quemada, podría ser o no el corredor retirado Nicky Lauda). El capítulo es un homenaje a Pynchon, sin duda, por quien fue su primer editor español, pero el acierto al incorporarlo a esta novela urbana de misterios, epifanías y transmigraciones redunda en el doble guiño irónico con que Ríos presenta una versión “conspiranoica” del suceso sin necesidad de suscribirla. En segundo lugar, “Bonzo”, lograda variación temática sobre vidas paralelas y metempsicosis paradójicas, arranca con la conjetura fantástica de que Diana, nacida el mismo día de su muerte, era la reencarnación del Dr. Destouches, el escritor y médico más conocido como Louis Ferdinand Céline, uno de los mayores novelistas franceses del siglo XX.

Todo esto ya daría una idea de la audacia y libertad supremas con que Ríos ha escrito esta narración fabulosa que tiene como destinataria privilegiada a otra “Princesa” díscola, que sólo al final revelará su auténtica naturaleza, tan fugitiva y libre como la Diana Spencer que le presta el título y quizá el espíritu. Como se ve, en esta novela excepcional Ríos se las arregla para perpetrar, con materiales insólitos, un elogio transversal del cosmopolitismo, el arte y la cultura. Único medio de remediar la barbarie que late en el corazón delator de la ficción: la muerte de esta Diana deificada del mundo globalizado.


[i] Julián Ríos, Puente de Alma, Galaxia Gutenberg, 2009, pág. 373.

2 comentarios:

pepe montero dijo...

Un estupendo tiovivo, es esa novela, para mi, una cobra maestra conformada por personajes que re-cobran vida en ese relato escedario y un estupendo resumen que suma, el tuyo.

Un abrazo.

(El estilo del Ríos, es contagioso)

Juan Francisco Ferré dijo...

Muchas gracias, Pepe. Por la visita y el comentario. La complicidad de Ríos gana amistades caudalosas...

Un abrazo.