Nadie esperaba que un autor como
Cormac McCarthy entregara dos novelas de esta envergadura y ambición después de
tantos años de silencio creativo. Y no a causa de sus ochenta y nueve años.
Estos son solo la explicación eficiente de la sabiduría y lucidez contenidas en
ambas novelas en una cantidad suficiente como para avergonzar a cualquier autor
americano de la última década, con la excepción de Pynchon.
En “El pasajero”, la más extensa, ambientada en 1980,
McCarthy construye una falsa novela de intriga, cargada de resonancias de
thriller paranoico, en sintonía con el cine y la literatura de la época, y una
trama criminal con ramificaciones gubernamentales y corporativas, que acaba
resolviéndose como una huida beckettiana hacia la invisibilidad, la inacción contemplativa
y el exilio mental y físico, al estilo de “El reportero” de Antonioni. El
protagonista, Bobby Western, se refugia en Formentera para vivir sus últimos
años entregado al duelo infinito por la muerte de la hermana amada y la
aceptación de un universo incomprensible para la mente humana, por más que la
ciencia intente dar cuenta de su extrañeza (o de su banalidad, como diría Borges) con teorías abstrusas y ecuaciones inútiles.
La segunda novela, aún más fascinante, se titula
“Stella Maris”, que es el nombre de la clínica de Wisconsin consagrada al
cuidado de pacientes psiquiátricos en la que ingresa voluntariamente su
protagonista, Alicia Western, en octubre de 1972, tras el accidente
automovilístico que ha sumido a su hermano Bobby en estado de coma. Este
aspecto relativo a la temporalidad de la historia es esencial para comprender
que la primera novela se desarrolla, de principio a fin, bajo la sombra del suicidio
de Alicia mientras la segunda, invirtiendo la cronología, se sitúa en un
período anterior, en el que Bobby parecería abocado a morir mientras Alicia se
debate al borde del abismo. Esta asimetría cronológica es uno de los grandes logros
narrativos del conjunto.
Si hubiera que buscarle un parangón histórico al
díptico testamentario de McCarthy, creo que el lugar más fecundo para hallar
obras de análoga trascendencia sería el canon novelístico de Faulkner y, dentro
de él, dos paradigmas de la misma exploración de la descomposición familiar
como secuela de la decadencia social y el incesto culpable y la expiación como detonantes
literarios de la tragedia como “El ruido y la furia” y “¡Absalón, Absalón!”.
“Stella Maris” se estructura en siete partes que
corresponden a otras tantas grabaciones de las conversaciones entre el doctor
Cohen y la paciente Alicia Western, aquejada de una esquizofrenia mal diagnosticada.
En esos diálogos excéntricos a dos voces, sin acotaciones ni indicaciones de
ningún tipo, el psiquiatra y la enferma abordan fragmentos significativos del
historial de esta última y, para completar el cuadro, exploran la mente
superdotada y el alma torturada de Alicia, poniendo el foco en dos aspectos
antagónicos: la genialidad matemática de su cerebro y las alucinaciones
grotescas que padece desde la primera menstruación.
Con esta exigente concepción narrativa, la novela
permite observar la vida humana desde una perspectiva insólita, tan alejada de
lo humano como distante de la divinidad, un punto de vista que solo la
inteligencia que ha alcanzado sin temor los límites del conocimiento y la
racionalidad es capaz de enunciar con cierta lógica. Esta dimensión cognitiva de
“Stella Maris” demuestra que el género novelístico, contra lo que piensan sus
practicantes más convencionales, puede convertirse en el metalenguaje de todos
los lenguajes existentes, asumiendo en su matriz lingüística las formulaciones
de la ciencia y la filosofía, la historia y la psicología, la política y la
antropología. Literatura total, como pedía Hermann Broch.
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