El futuro
ya no es lo que era, dijo el poeta Paul Valéry y se quedó mirando el cielo en
busca de nuevas estrellas, como un vulgar productor de Hollywood. El futuro es
global, dijo el presidente Sánchez y se quedó atrapado en un bucle temporal,
como un androide de última generación, preguntándose qué ingenio publicitario
había concebido la estrategia. Para sacarlo del bloqueo de la propaganda progre,
se les ocurrió invitar a una escritora a quien suponían afín y se toparon con la
voz del alma vieja del pueblo. Sensatez castiza en estado puro.
El futuro
es la mercancía favorita de los mercaderes de sueños e ilusiones. Como todos
los creyentes en el progreso, Sánchez tenía tanta hambre de futuro que se comió
crudo el porvenir de la gente y ahora le vende las sobras a precio de saldo.
Eso pretende la magia de la agenda “España 2050”. Sacarnos del presente hipotecado
y proyectarnos en un futuro de precariedad y subarriendos. Sánchez no calcula
bien sus gestos de prestidigitador. Después de la pandemia, solo un ingenuo se
tragaría el alegato vacío sobre el mañana efímero. La fe en el progreso es el
Prozac de las clases pensantes, escribió John Gray, y también de los políticos
sin ideas propias. Quien tiene el futuro garantizado con este discurso
fantasioso es Sánchez. Sus cómplices globalistas ya le reservan un puesto de privilegio
en la vanguardia de los elegidos que residirán en una plataforma celestial,
tras abandonar la vida pública, lejos del ruido mediático y la suciedad insostenible
del planeta de sus desdichas.
El contraste entre el populismo pueblerino de Ana Iris Simón y el globalismo elitista de Sánchez es irónico, como si el destino de España fuera un drama costumbrista de Azcona o una distopía futurista al estilo de “Blade Runner”. Pese a su edad, Simón me recuerda a mi difunta abuela, también manchega y apegada a las virtudes del pueblo llano. Es el fracaso ideológico de la izquierda y la derecha de hoy. Sus luchas espurias en nombre de la desmemoria histórica solo han conducido a este país a dar un salto cultural regresivo a una provincia atrasada donde sobrevive una juventud en paro técnico que no se ha enterado aún de que la realidad de sus ancestros ya no existe más que en sus cabezas amuebladas por Ikea. Es historia viva de España, la más triste de todas las historias tristes, y termina mal. En 2050, si se cumple lo previsto. En este contexto, los indultos suenan a insultos. Qué pena que no haya elecciones mañana. Qué pena que no haya mañana.
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