jueves, 11 de junio de 2020

ETERNA JUVENTUD


[Frédéric Beigbeder, Una vida sin fin, Anagrama, trad.: Joan Riambau, 2020, págs. 345]

     Desde el principio de este extraño libro, una amalgama de géneros tan compleja como algunas de las combinaciones biomoleculares o celulares que se mencionan en abundancia en sus páginas, Beigbeder reconoce una obviedad que le sirve de justificación: “Hoy la ficción es menos disparatada que la ciencia”. Esta premisa abre la puerta a escribir la primera obra de un género que se me antoja nuevo: la auto(ciencia)ficción. Beigbeder es un escritor inteligente, siempre lo ha sido, un representante eximio de esa inteligencia parisina que funda sus facultades y méritos en la cultura burguesa y la educación elitista. La autoficción ha formado parte de la estrategia de sus novelas en la medida en que estas, de un modo u otro, eran una excusa para proyectar su ego hipertrofiado y vulnerable en una plataforma privilegiada de exposición al otro. Y la ciencia ficción, para qué negarlo, forma parte ahora del devenir del mundo, se ha fundido con sus texturas hasta hacerlas hiperreales.
Este ego de Beigbeder es el de un “pijo libertario”, como lo llama su psicoanalista, o un hedonista posmoderno, un personaje mediático que vive entre la borrachera de la fama y la resaca del glamour. Y pasa que un buen día, como si tal cosa, en medio de sus correrías de coca, su vida sexual enloquecida con modelos y actrices y sus programas televisivos para espectadores embrutecidos, la conciencia de su mortalidad lo ataca en la boca del estómago como un puñetazo de lógica aplastante. El personajillo mediático siente entonces la agudeza del aviso como una invitación a pensar en la vida eterna. Y así la trama de la novela se construye como un doble periplo, interior y exterior, por diversos centros mundiales (clínicas, hospitales, laboratorios, balnearios, etc.) en pos del remedio científico más avanzado contra el envejecimiento y la muerte. Y lo encuentra, pero sus resultados son más parecidos al vampirismo feroz que a una terapia eficaz.
Una parte importante de la novela se plantea, de ese modo, como una docuficción en torno a encuentros reales con grandes especialistas en investigaciones punteras sobre medicina y teorías biológicas asombrosas. La otra parte, como era de esperar, supone un salto a los territorios más imaginativos de la ciencia ficción y el terror biopolítico. Beigbeder riega de humor e ironía sus excitantes pesquisas y hasta sus descubrimientos más atroces, como que la eugenesia es el ideario dominante de nuestra época.
Pero esta novela se sostiene sobre dos golpes de ingenio unamuniano. El primero es plantear por primera vez si una existencia como la del sujeto protagonista merece ser inmortalizada, es decir, si el abusivo yo que ocupa con su vanidad y arrogancia el foco del relato, con sus opiniones agotadoras sobre lo divino y lo humano y sus vivencias a cual más insignificante o trivial, es digno de aspirar a la inmortalidad como desea a toda costa, o se reduce a ser una simple fantasía ególatra. Una más en el hipermercado capitalista.
El segundo golpe se refiere a la debilidad del ateísmo y la reconversión a la fe católica que experimenta en un momento climático el ateo Beigbeder en pleno corazón monoteísta de la Jerusalén terrestre. Este regreso al pesebre religioso se plantea no solo como un rechazo a todo lo que había configurado el encanto de una vida compuesta de tiempo perdido, experiencias evanescentes y placeres efímeros, sino también como retorno a los paraísos de la infancia ferviente desde una posición de cincuentón socavado por las dudas de la edad y el desengaño existencial. La metafísica es la falsa solución a una vida pasajera que descubre con terror sus limitaciones y su inexorable finitud. Y la apuesta final por la felicidad familiar y la creencia cristiana suena a impostura irónica.

1 comentario:

Juan Carlos dijo...

No conocía al escritor y tampoco, claro, su libro. Muchas gracias, Juan Francisco, por esta reseña que me incita a leer a Beigbeder. Quiero pedir disculpas por desconocer a este autor; intentaré solucionar esta carencia.
Me agrada tu blog y comienzo a seguirlo.
Saludos