[Hoy se cumplen treinta y cinco años de la muerte de Luis
Buñuel. Valgan estas reflexiones personales como reconocimiento a la influencia
seminal (intelectual y creativa) de su cine sobre mí.]
Antes, estaba el ojo, el
ojo cualquiera, programado, puritano, ciego y muerto de un navajazo. Y luego
nació un nuevo ojo y, con él, una nueva mirada sobre el mundo, la de un
cineasta que ha intentado operarnos de una catarata crónica.
-Jean-Baptiste Thoret-
Sobre Buñuel, tan diseccionado como malentendido
por cierta crítica perezosa, sólo apuntaría que es el cineasta que menos
respeto ha demostrado, desde sus comienzos, por el modelo narrativo
convencional como consecuencia del escaso respeto que muestra en todas sus
películas y en sus opiniones a los modelos morales mayoritarios (los extraídos
de los códigos maniqueos y judeocristianos tanto como de los códigos modernos
de la creencia en el progreso y los derechos humanos, por no hablar de los
establecidos por la estupidez humana, la cualidad más hostil a su cine junto
con la seriedad dogmática). La secuencia final de Tristana, cuando la muerte de
Don Lope descompone el sistema narrativo decimonónico (galdosiano) de la trama
(invirtiendo el orden cronológico de los planos y los tañidos fúnebres de la
banda sonora), es la más evidente exposición de sus corrosivos efectos e
intenciones. Un cineasta formado en la lectura de Sade y Lautréamont no podía
sino ofrecer un cuadro sulfúreo del orden social y las relaciones humanas. Si
sólo fuera por esto, ya Luis Buñuel ocuparía para mí el pináculo de un arte
como el cinematográfico tan supeditado habitualmente, incluidas muchas de sus
muestras más brillantes, a los imperativos del conformismo y la servidumbre a
la mediocridad. Para hacerse una idea de la amplitud de su talento, ofrezco una
lista de películas imprescindibles de Buñuel (aunque ninguna de las otras me
produzca indiferencia o desprecio). Sin ellas, mi concepción del cine, como
equivalente estético de la literatura o las artes plásticas, no sería en
absoluto la misma.
Las doy en orden cronológico para no desvirtuar
su importancia individual:
Un perro andaluz
La edad de oro
Él
Ensayo de un crimen
Viridiana
El ángel exterminador
Simón del desierto
Belle de Jour
La Vía Láctea
Tristana
El discreto encanto de
la burguesía
El fantasma de la
libertad
Ese oscuro objeto del
deseo
Se echarán en falta en esta lista
esencial Tierra sin pan, Los olvidados y Nazarín, sobrevaloradas por muchos
beatos buñuelianos a causa de su supuesto realismo, para mí son logros
parciales que cuentan con secuencias magníficas e ideas ingeniosas, pero no
llegan a la altura estética e intelectual de estas otras películas. En todas
ellas se contiene el específico del cine de Buñuel con unos grados de pureza e
intensidad irrepetibles: la mirada penetrante sobre la naturaleza humana, el
sentido del humor omnipresente, la insolencia y la falta de respeto
generalizada, el dispositivo estético más imaginativo. En este sentido, El
ángel exterminador, El discreto encanto de la burguesía y El fantasma de la
libertad son auténticos manuales de instrucciones sobre el funcionamiento del
orden social. Y El fantasma, en particular, supone, además de una burla
ofensiva del ideal humano más inalcanzable (la libertad), la taxonomía
gramatical más sistemática de la arbitrariedad de los signos sociales puesta en
imágenes por un lingüista perverso.
Belle de Jour y Ese oscuro objeto del deseo, por
si fuera poco, se cuentan entre las películas más eróticas de la historia, aquellas
que han abordado el erotismo y la sexualidad humana del modo más desinhibido y
lúcido; mientras Los ambiciosos y Susana, carne o demonio, son dos piezas
menores sobrecargadas de erotismo fetichista y malicia sexual gracias al
tratamiento naturalista que Buñuel concede a sus actrices respectivas (la
seductora María Félix y la "diabólica" Rosita Quintana). Y es que
otro de los indiscretos encantos de Buñuel radica, precisamente, en esta
insinuante presencia de lo femenino, como encarnación del deseo dentro y fuera
de la pantalla, entre los múltiples monstruos (masculinos) de su áspero cine.
Además de las citadas, la nómina de actrices es extensa y variada: Lia Lys (La
edad de oro), Katy Jurado (El bruto), Lilia Prado (Subida al cielo), Estela
Inda (Los olvidados), Miroslava Stern (Ensayo de un crimen), Silvia Pinal
(Viridiana, El ángel exterminador y Simón del desierto; para mí, la neumática
Pinal es la número uno, ex aequo con Deneuve, de la galería buñueliana de
actrices), Lucía Bosé (Cela s´appelle l´aurore), Simone Signoret (La muerte en
ese jardín), Jeanne Moreau (Diario de una camarera), Key Meersman (La joven),
Catherine Deneuve (Belle de Jour y Tristana), Stephane Audran (El discreto
encanto de la burguesía), Angela Molina y Carole Bouquet (ambas, como cara y
cruz del deseo, reverso y anverso de la misma mujer fatal, en Ese oscuro objeto
del deseo). Como se puede ver, el corpus cinematográfico de Buñuel es el más
erotizado y no sólo el más transgresor y subversivo de la historia.
No pocos críticos y espectadores, de los
considerados estilistas, se impacientan con las negligencias técnicas de
Buñuel, mientras alcanzan el éxtasis reverente con directores de mundos tan
limitados y valores morales tan chapados a la antigua como Ford o Capra. La respuesta,
como tantas otras veces, la tiene Hitchcock, que siempre admiró a Buñuel por su
ingenio fílmico, pero estos cinéfilos de sacristía no se atreven a preguntarle
por miedo a descubrir la verdad de su error. La supuesta informalidad de Buñuel
es la patente manifestación de que los moldes narrativos que violentaba con sus
postulados le quedaban exiguos (como muestra el ejemplo de Tristana mencionado
más arriba). Es la entera tecnología narrativa que nace de Griffith y se
apodera de la totalidad del cine (con su moralina suplementaria: Las dos
huerfanitas o Lirios rotos como paradigmas de una defensa ingenua de la
castidad femenina que habría hecho reír a carcajadas al Sade de Justine, y
acarreó la condena hipócrita de Stroheim tras perpetrar las orgías mundanas de
Esposas frívolas, La viuda alegre o Merry Go Round), la que sería corrompida
por la mirada libertina de Buñuel a fin de hacer pasar en ese formato más o
menos convencional una visión iconoclasta del mundo que, un siglo antes, sólo
habría sido posible expresar en la literatura más atrevida o en la filosofía
más intempestiva.