[Publicado hoy, 135 aniversario de Kafka, en medios de Vocento]
La
realidad es una pesadilla kafkiana, seas culpable o inocente. Eso da igual. La
pesadilla es infernal en cuanto se vuelve mediática, según dicen algunos ingenuos.
En un aeropuerto los pasajeros somos terroristas o narcotraficantes hasta que el
escáner demuestra lo contrario. Cuando la UCO te pilla con las manos en la
masa, sin embargo, cae sobre ti la bendita presunción de inocencia como
salvaguarda de tus chanchullos y corruptelas. Si tienes a tu servicio un
magnífico bufete de abogados, ya puedes dormir tranquilo en la celda preventiva,
con el dinero a buen recaudo en varios paraísos fiscales y el pasaporte
caducado. Los novelistas somos abogados del diablo y no creemos en la
presunción de inocencia, ni en el linchamiento mediático. Todo el mundo es
falso culpable o falso inocente, como prefieras.
En el infame
caso de La Manada, ciertas voces puritanas apuntan con el dedo erecto al porno
y sus polvos grupales como culpables de la felonía y de sus ingentes imitadores.
Pero nadie se atreve a denunciar a la televisión basura y sus contenidos obscenos
como inductores inconscientes. Se dice que el fallo es educativo, se acusa a la
psique patriarcal, y se excusan así las torpes sentencias judiciales. En el
futuro, será más temible el veredicto de la opinión pública emitido a través de
los medios masivos que el de un triste tribunal amparado en vetustos códigos
legales y una jurisprudencia obsoleta. Ciertas leyes se han quedado antiguas y
ya no sirven para juzgar asuntos sensibles. La justicia es lenta y los
legisladores son como la liebre de la fábula esópica. Mientras la vida muta a un
ritmo diabólico, ellos se adormecen en sus debates partidistas, confiados en
ganar la carrera electoral sin esfuerzo. Y luego pasa lo que pasa.
Una parte
de la complejidad actual se genera a diario en platós y despachos televisivos.
El abogado de la horda violadora lo sabe y va de programa en programa defendiendo
su causa. Y la víctima, en su famosa carta, desperdició la oportunidad de
darnos una versión personal de los hechos, quizá por temor a los deslices gramaticales.
Un lapsus verbal, un adjetivo equívoco o un sustantivo ambiguo reabrirían las
heridas impúdicas del suceso. En estos casos delicados, tendrían que pedirnos colaboración
profesional a los escritores y escritoras. No valemos mucho, es cierto, pero
podemos poner en limpio un relato veraz, transmitir sentimientos sin cursilería,
darle sentido moral a las historias más escandalosas, expresar emociones
confusas, desnudar conductas indecentes y pulsiones brutales. A juristas y
legisladores les recomendaría, como iniciación, la lectura veraniega del
“Santuario” de Faulkner. Para novelistas como Faulkner o Roth, el diablo a
defender no es la verdad objetiva sino la impureza de la vida. Con rabo o sin
él, como reclaman algunas manifestantes airadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario