[Don DeLillo, Fin de
campo, Austral, trad.: Javier Calvo, 2018, págs. 283]
No te vas
a creer lo que acaba de pasar. Estaba ahí, de pie, preparándome para echar a
andar hacia el balón, cuando me ha invadido una sensación extraña. Estaba
mirando fijamente el balón. Lo he visto encima del apoyo. Y estaba a diez
yardas de él, mirándolo fijamente, esperando el silbato para arrancar a correr,
cuando me ha venido una intuición extraña. Ojalá la pudiera describir…He
sentido un conocimiento en el fútbol americano. He sentido un poder y una
tranquilidad extraños. El fútbol americano poseía conciencia. Sabía lo que
estaba pasando. Lo sabía. No me cabe ninguna duda…El fútbol americano sabía que
esto era un partido de fútbol. Sabía que era el centro del juego. Era
consciente de su propia futbolidad.
-DeLillo, Fin de campo,
p. 47-
Ningún
jugador es más grande que el juego. No es un juego en el que el hombre pueda
expandirse. El juego ha sido creado para demostrar la futilidad del esfuerzo individual.
-William Harrison, Rollerball-
La guerra es guerra, el deporte es deporte pero
a veces, como en el fútbol americano, el deporte es como la guerra y la guerra
como el deporte. La escritura novelesca participa de todo ello, de la guerra y
del deporte, del encarnizado combate con las palabras y la refinada
estilización de la sintaxis sobre la página impresa. Esta metáfora reversible
es obra del ingenio de uno de los mayores novelistas del último siglo, Don
DeLillo. En su segunda novela, sin complejos ni angustia, se enfrenta a los
mitos americanos (la nación, la guerra fría, el deporte, la democracia, la tecnología) y los
somete a un proceso de escritura de ficción tan atrevido y ambicioso que los
altera y transforma, haciendo que intercambien motivos y rasgos, recursos y
tropos. Se consuma así, anticipando “La
Estrella de Ratner”, una de las visiones más portentosas de cuantas ha
producido la literatura sobre las grandes mutaciones de finales del siglo XX.
“Fin de campo”, narrada y protagonizada por un
joven jugador universitario, Gary Harkness, cuenta las aventuras y desventuras
de un equipo mediano de fútbol americano, el equipo tejano del Logos College,
que se prepara intelectual y técnicamente para vencer en los partidos y
campeonatos y va a ser devastado por la derrota catastrófica frente al equipo
del Instituto West Centrex Biotechnical. La alegoría sobre la América contracultural y tecnócrata de su
época parece simple (la mente contra la vida, el intelecto contra la
experiencia, etc.), pero DeLillo acierta al concretarla, mediante una jugada insólita,
en el mundo del deporte, el mundillo de los jugadores universitarios y sus
experiencias peculiares, tanto respecto del saber y el conocimiento como del
amor, el sexo y la amistad, y en un contexto tan turbulento como finales de los
años sesenta.
En uno de los diálogos inteligentes de esta
novela delirante repleta de diálogos inteligentes, donde todo lo que dicen los personajes
se cumple con creces en el metódico plan de la ficción, Myna Corbett, la novia del narrador,
muy aficionada a la ciencia ficción y a las novelas de un escritor apócrifo, un
mongol exilado llamado Tudev Nemkhu, dice lo siguiente: “La Historia hay que
equilibrarla con la ciencia ficción. Es la única forma de conservar la salud
mental”. Esta reflexión encierra el propósito final de DeLillo, de su estética novelesca
y su concepción borgiana de la literatura, de su sentido del humor y del
absurdo, la ironía y la gélida comicidad de toda su obra (de la que esta novela
temprana es una muestra concentrada y consumada). El escritor aplica ficción y
ciencia sobre el mundo contemporáneo, ficción embebida de ciencia especulativa,
con el fin de revelar la matriz profunda del tiempo histórico. Esa verdad
inaprensible con que la (meta)ficción narrativa consigue hacer sentir al lector
el peso gravitacional del pasado sobre el presente, la irrupción traumática de
este sobre el campo de juego de la realidad y la violenta epifanía del futuro que habita
ya en todo acontecimiento.
Es filosofía envuelta en literatura y nada mejor
que el deporte y las vicisitudes y ritos de un deporte tan singular como el
fútbol americano para afrontar estas cuestiones por parte de un narrador que
apenas debutaba y ya tenía delante de sí una larga carrera en la que ir
extrayendo los conceptos e ideas que bullían en su cerebro. Una mente literaria
de primer nivel alimentada con Borges y con Nabokov, con Godard y con
Antonioni, pero también con colegas generacionales como Pynchon y Coover. Este, en particular, había publicado en 1968 una formidable novela ("The Universal Baseball Association, Inc.") sobre el béisbol como mito patriótico y sobre una
liga imaginaria de béisbol creada en el salón de su casa por un triste ejecutivo neoyorquino (J. Henry Waugh) para
entretener su ocio urbano de soltero aburrido y solitario que DeLillo debió leer en su momento con gran atención y asombro.
El genio novelesco de DeLillo alcanza el clímax novelesco en dos escenas épicas: la épica grotesca del sexo, cuando Gary seduce en la
biblioteca a la exuberante y felliniana Myna, y la épica bélica del deporte, en
la segunda parte, donde DeLillo rivaliza con el Homero de la “Ilíada” para
describir un partido de fútbol que es como una batalla cibernética dirigida con
exactitud matemática y lingüística desde satélites situados en órbita alrededor
de la Tierra y transcrita en la jerga popular de jugadores y comentaristas. Otra metáfora literaria fascinante. A dos años de la caída de
Nixon y a tres del fin de la guerra de Vietnam y el estreno cinematográfico de
“Rollerball”, esta brillante novela es una profecía que adopta el disfraz de la
sátira para seducir al lector.
1 comentario:
Después de haber leído varias obras de Delillo (cinco), sobre todo de los 70 y 80, pensaba meterme en las obras post-Ruido de fondo (Libra-Mao II-Submundo), así, en orden y con los rigores del verano. Tenía entendido que esta su segunda novela era un bajón con respecto a su rutilante debut y lo que vendría después, pero la pones más que interesante. La borraré de los descartes, pero irá a la cola.
Como siempre, notable reseña. Parte de la culpa de leer y admirar tanto a Delillo (y a Coover!) se lo debo a este blog. Siempre agradecido.
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