[Publicado
en medios de Vocento el martes 19 de junio de 2018]
Comienza
el Mundial y el mundo se desnuda. Los futbolistas corren por el campo
persiguiendo lo mismo. Y no es la pelota, aunque los espectadores lo crean para
preservar la ilusión del juego. Es la golosina sagrada de los dioses de este
mundo. Dinero, fama, mujeres, propiedades. Lo peor del capitalismo no es que
haga ricos a unos y pobres a otros. El fallo imperdonable del capitalismo es
que no nos hace ricos a todos, como quería el utopista Fourier. Lujo,
bienestar, ocio eterno y felicidad libidinal al alcance de las masas y no solo
de las élites. Como los Trump. Eso no es una familia sino una corporación
dinástica. Con lo que ganan podrían comprarse América al contado y hasta un
planeta desierto donde proyectar las fantasías megalómanas del patriarca Donald
sin peligro para la estabilidad mental de su mujer. Al prestigio de la marca
Trump le sobra la visibilidad del cargo político.
Basta
con observar las pomposas maneras de Putin como anfitrión del Mundial,
negociando en el palco acuerdos infames con socios saudíes, para diagnosticar
que en Moscú y Washington gobierna la testosterona autoritaria más histriónica.
En España, en cambio, manda la volatilidad emocional. En solo dos semanas,
estrenamos gobierno feminista, Urdangarin es encarcelado como chivo expiatorio
de una trama de privilegios monárquicos, expulsan al seleccionador madridista y
despiden al ministro cultureta. Ya este nombramiento indicaba la idea degradada
de la cultura que tiene en mente el líder socialista. Pero el cese violento de
Lopetegui tuvo más trascendencia mediática que la falsaria dimisión de Huerta.
Gracias a su picaresca fiscal, el fútbol le ha metido otro golazo populista al
cultureo de relumbrón.
Las
estrellas futboleras ganan cifras astrofísicas cuya exactitud los tertulianos
televisivos discuten con pasión indigna. El fútbol es un ejemplo para la
infancia, dicen sin sonrojarse, y es indecente comentar con quién liga un
futbolista liguero, pero no cuántos millones se embolsa por pegarle patadas al
fisco local y vengarse con goles, como Cristiano Ronaldo, de la España aciaga
que lo condena a pagar una multa escandalosa. El fútbol de élite es primitivo y
caprichoso. Millones de ojos vigilando la circulación de un balón que besa los
pies patrocinados de una manada de millonarios incultos. Así va el mundo.
Al
revisar este anecdotario carnavalesco, y viendo la pugna feroz en la cúpula de El Corte Inglés, dan ganas de reírse de los tristes dinosaurios del Jurásico.
La grotesca especie que los sucedió en el dominio del planeta es mucho más
peligrosa que sus mandíbulas. Los dinosaurios de Spielberg están hechos de
pasta gansa y no solo de píxeles espectaculares y ADN sintético. Esos monstruos
de película buscan imponer su poderío económico sobre el ecosistema mundial
como los Trump. Mamíferos y reptiles, todos quieren lo mismo. El alimento de
los dioses.
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