[Alasdair Gray, Pobres
criaturas, Libros Walden, trad.: Francisco Segovia, 2023, págs. 344]
-Gray´s Elegy, Jonathan Coe-
Treinta y un años después de su publicación, el cine le ha dado una nueva
vida a esta prodigiosa novela del escritor escocés Alasdair Gray (1934-2019),
uno de los grandes fabuladores literarios del siglo XX. “Pobres criaturas” es
una de sus más originales creaciones, un híbrido novelesco irresistible: pastiche
de ciencia-ficción victoriana, utopismo socialista, erotismo femenino en todo su esplendor y
metaficción nabokoviana, con “Frankenstein” inscrito
al sesgo como modelo moral y temático. Quien se limite a ver la maravillosa
película de Yorgos Lanthimos, sin completar la experiencia con el conocimiento de
esta imaginativa novela, se estará perdiendo la oportunidad de gozar un orgasmo
artístico en plenitud.
Para empezar, “Pobres criaturas” es un artefacto narrativo
de una complejidad insólita que logra, sin embargo, presentar sus excesos y
desafueros con extrema levedad, como exigía Italo Calvino, derrochando humor y gracia
narrativa. Gray compone su novela por capas para mejor conducir al lector en el
viaje mental de la lectura, acumulando sorpresas y paradojas hasta la última
página. En primer lugar, la Introducción de Gray ya anticipa el tono y la
condición de la novela. El juego del manuscrito encontrado junto con otros
materiales asociados y la destrucción de los textos que conforman el libro
anuncian el irrevocable destino de la historia: el olvido total.
En esta introducción irónica, el conflicto entre
el historiador que encuentra los textos (Michael Donnelly) y el novelista que
los organiza y manda editar (Gray) es una ingeniosa iniciación en los misterios
del pasado y las versiones distorsionadas de los protagonistas. El historiador
Donnelly, precisamente, desautoriza el trabajo del novelista con la mejor
descripción posible de lo que es el libro: “una ficción de humor negro en la
que se entretejen hábilmente algunos episodios reales o históricos”. El
novelista, sin embargo, juzga el manuscrito encontrado como un pedazo de
historia auténtica.
La parte principal del libro la ocupa la materia
más inventiva y fantástica, la que adapta con exuberancia el film de Lanthimos.
La extravagante vida de Bella Baxter contada por su marido, el doctor Archibald
McCandles. La historia ocurre en Glasgow entre 1881, fecha del hallazgo del
cadáver de una mujer ahogada en el río Clyde, y 1909, fecha de la publicación
del libro titulado “Episodios de la juventud de un funcionario escocés de salud
pública”. La mujer embarazada que se suicida para huir de una vida de ignominia
conyugal con su marido inglés, el general Blessington, se llama Victoria al
morir y resucita como Bella en el laboratorio del doctor Godwin Baxter, genial demiurgo
de la trama, que le concede apellido y residencia. El renacimiento carnal de
Bella es, por otra parte, un experimento extraordinario: implantar el cerebro
de la hija nonata en el cráneo de la madre muerta.
El relato de McCandles, cómplice de los designios
de Baxter, narra la educación de Bella en total libertad. La ingenua y salvaje Bella,
como refiere ella misma en una extensa carta destinada a su creador (God es el apelativo cariñoso con que Bella se refiere siempre a él), se mueve con
desparpajo por un mundo decimonónico de prejuicios, tabúes y supersticiones al que
desafía y provoca constantemente, poniendo en cuestión sus nefastos valores y
estrecha mentalidad, con sus actos y opiniones de mujer liberada.
Y aún quedan dos partes esenciales que la película no incorpora. La carta final de la doctora Victoria McCandles, donde refuta la fantasiosa narración de su marido, examina su vida con realismo y se reivindica como pacifista y acérrima feminista. Y el epílogo compuesto por las anotaciones del autor, donde comenta detalles del texto central y completa el perfil biográfico de Bella/Victoria hasta el momento de su muerte en 1946 con un cerebro sesenta y seis años más joven que su cuerpo nonagenario.
Posdata: La mezcla de historia y ficción (autoficción, metaficción histórica y pura fabulación) sirve a Gray para dar cuenta de un mundo que ya no es posible retratar con las categorías de la novela realista (decimonónica) al uso. Las mentiras del siglo XIX, como las de cualquier otro siglo, se ocultan tras la fachada de la realidad y del realismo convencional. Y todo este despliegue narrativo de signo libertino solo sirve para introducir la duda en nuestra mente sobre si hemos logrado o no salir de la era (moral y cultural) victoriana…
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