Las guerras obligan a tomar partido. Ponerse de
un lado, apoyar a un bando sin pestañear. El furor de las guerras hace olvidar el
mecanismo que se oculta detrás de su estallido. Tomar partido es peligroso en
tiempos convulsos. Es un acto revelador de la actitud militante de algunos en
un mundo global donde la ceguera se alía con la incongruencia hasta extremos
deplorables.
Así, estoy dispuesto a entender que Rusia está
sufriendo el ataque más salvaje e injustificado de su historia. Y que la
organización criminal de la OTAN y sus gánsteres desalmados están infligiendo
al pueblo ruso una crueldad abusiva. Comprendo también, con amargura, que la
pasividad cómplice de la UE y la indiferencia culpable de la opinión pública europea
ante la violencia de la agresión son un grave síntoma de cinismo político. La demostración,
en suma, de que la democracia liberal solo causa conformismo y degeneración
moral en la ciudadanía.
El horror que acontece delante de nuestros ojos
no tiene perdón y la historia nos juzgará con severidad. Ver a Putin y a sus ministros
clamar en vano por sus derechos en la esfera internacional, reclamando ayuda a
la ONU con desesperación, suplicando la intervención de fuerzas mediadoras que
pongan fin a las hostilidades, no deja de ser una repetición de los trágicos traumas
de la Europa del siglo XX. Por otra parte, el silencio mediático, la censura de
imágenes e información sobre una guerra injusta, confirma, por si aún fuera necesario,
la nula calidad democrática de un sistema que naufraga sin remedio. Putin pretende,
en definitiva, liberarnos del yugo opresor de la OTAN y nos negamos a
reconocerlo con soberbia infinita.
Para colmo, que los ominosos oligarcas y los poderes corporativos del capitalismo que sojuzgan a la sociedad occidental hayan decidido ponerse de parte de los nazis ucranianos en contra de Rusia, no hace sino dar la razón a quienes culpan al carnicero de Washington, como les gusta llamarlo, de todo el mal que extiende su hegemonía por el planeta. No se puede ser europeo, declaran voces autorizadas, sin tomar conciencia de la complicidad ideológica con la barbarie en curso. Debemos alinearnos contra ella sin ambigüedad. Esta guerra defensiva pone a prueba, una vez más, el valor de nuestras convicciones y compromiso ético. Quitémonos las anteojeras y veamos la realidad tal cual es. Que no lo olviden sus partidarios. Nadie se ha esforzado tanto en favor del futuro de la Alianza Atlántica como Putin. No se lo podemos perdonar.
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