[Publicado ayer en medios de Vocento]
Primero fue la pandemia y ahora Rusia. No
levantamos cabeza. El siglo XXI promete ser tan atroz como el siglo XX. Debería
caérsenos la cara de vergüenza de permitir lo que está pasando en Ucrania. Qué
vergüenza vivir en un mundo que vuelve a tolerar esto, como hace décadas en Bosnia
y Chechenia. Vergüenza por las imágenes del dolor y la destrucción que vemos en
televisión sin poder hacer otra cosa que seguir mirando horrorizados a nuestras
pantallas. La posición pasiva del espectador es peligrosa en esta guerra. Puede
convencernos de que todo cuanto nos rodea es mejor.
No valen medidas económicas, al infame Putin solo
lo intimida la amenaza militar. Qué ridículo suena hoy el “No a la guerra”. Este
eslogan pacifista hace el juego sucio a los delirios imperiales del dictador ruso.
Lo único bueno de la invasión ucraniana es que ha dejado sin argumentos dialécticos
a sus defensores. Los dos extremos del espectro político, ultraizquierda y ultraderecha
unidas, han sido desarmados por Putin. Unos porque lo creían camarada de la
revolución mundial del comunismo resucitado. Qué bobos. Y otros porque se
extasiaban con sus arengas sobre la Iglesia y el ejército, su dogmatismo
cristiano y su cruzada contra la movida LGTBI, el aborto y demás signos de la
decadencia moral de Occidente. Qué ilusos.
Hay que reconocer a Putin el talento maquiavélico de encubrir sus creencias tras una pantalla donde cualquier necio podía ver reflejado el ideario propio. Con todo, los fachas se equivocaron menos que los comunistas. Putin ha traicionado a todos al evidenciar que ciertos ideales trasnochados solo se pueden defender a sangre y fuego, sin alambiques retóricos. Apuesto a que los cretinos de ambos bandos se van a quedar pronto sin macho carismático a quien invocar en sus fantasías autoritarias. Su tiempo está contado. El zar posmoderno, tan versátil, se la ha jugado a muerte en el tablero geopolítico, sacrificando piezas importantes, y está al borde del jaque mate devastador, como le ocurrió a su siervo el serbio Milosevic, antecesor eslavo en empresas de exterminio genocida.
Putin ha actuado como un matón revelando que la
ideología es apenas una máscara de la voluntad de poder. Qué favor nos ha hecho
recordándonos lo esencial. Qué bien se vive en la paz. La paz de la democracia no
se parece en nada a la paz de los cementerios con la que sueñan Putin y sus secuaces.
Caiga sobre ellos una condena implacable. No se lo podemos perdonar. Qué bien
se vive a este lado del paraíso.
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