[Publicado en medios de Vocento el martes 14 de diciembre]
La pandemia remite, los vacunados se infectan y
la última variante, de nombre ominoso, mata menos que un resfriado, pero las
restricciones aumentan como si el peligro fuera extremo.
Escucho a un portavoz de la derecha cultural
atacar la Constitución acusándola de incongruente y me doy cuenta, por primera
vez, de que la libertad depende de la preservación de la incongruencia como
valor democrático. Según el orondo bocazas, la Constitución es mala o está
viciada de origen porque incita al ciudadano a ser lo que se le antoje, pero la
legislación vigente, al mismo tiempo, le prohíbe serlo plenamente. Si
reflexiones de esta clase son las que cabe esperar de gente que presume de
inteligente e instruida, qué podemos exigirle al podemita indocumentado o al
okupa desahuciado.
Es cierto que la incongruencia conduce a
errores como los de la vicepresidenta Yolanda Díaz, estrella emergente del
comunismo Dior. No me refiero a la estilización de su imagen de marca y la
glamurización de su figura pública, no soy un anticuado. Me refiero a su
escandalosa revelación de que ella contaba con un plan contra la pandemia que
el gobierno de Sánchez rechazó para celebrar sin límites los fastos feministas
del 8-M. Díaz fue más previsora que ninguno de sus colegas, pero no fue
coherente con la información que manejaba sobre la amenaza vírica. Resignarse a
la negativa presidencial y no acudir a la manifestación por precaución, en
lugar de dimitir como protesta, es un grave acto de incongruencia. Como que
haga pública ahora esa discrepancia y siga sin dimitir. Y que Sánchez no la
cese por evitar el descrédito definitivo.
Estamos tan acostumbrados al simulacro de los
discursos y la simulación de los actos que nada nos extraña. Que el ministro
Garzón, avatar de la izquierda más insulsa, produzca una “toy story”
panfletaria para denunciar el sexismo de los juguetes ya solo funciona como
ridícula fantasía. El gesto retórico apesta a impotencia política. Igual sucede
con la “memoria histórica” y la ley de género. Si no puedes construir una
sociedad acorde con tus ideas y deseos, programa mentes, a través de la
educación y la propaganda mediática, que perciban el mundo utópico como si
fuera real.
Celebremos, pues, el cincuentenario de “La naranja mecánica” de Kubrick como se merece. Y no solo por su originalidad cinematográfica. Ese estrafalario mundo feliz se parece cada vez más al nuestro. Un mundo donde la incongruencia se ha vuelto sistémica y ya ni siquiera es noticia.
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