Normal normal, lo que se dice normal, nadie lo es de verdad. Todos fingimos o aparentamos normalidad y así nos va. Hasta la idea de normalidad se corrompe con el tiempo y nuevas variantes de la norma imponen nuevos modelos de normalidad. La normalidad, por tanto, no es nueva ni antigua ni lo puede ser. La normalidad es lo que hay, lo que rige el destino de las comunidades y los individuos asociados. Lo normal es la norma, lo normativo. El mal es lo anormal, como sabía Foucault que estudió en la Escuela Normal Superior, pero no se cansó de escribir sobre los anormales y hasta dictó cursos sobre ellos. Los anormales eran para Foucault, precisamente, esas criaturas que no encajan en ninguna norma, inclasificables y monstruosos por definición, y ponen en cuestión con su existencia la normalidad social y encarnan aquello que las sociedades excluyen por sistema para consolidar el lazo comunitario.
La normalidad está de moda, avisa Fernández Porta
en este lúcido y divertido ensayo. Ser normal se lleva otra vez como disfraz de
última tendencia. Lo normal mola y es objeto de consumo vestimentario, musical,
literario, político y culinario. El arte escapa a esa contaminación, pero eso,
como diagnostica Fernández Porta, es producto de su aislamiento y elitismo. Lo
normal ya no se impone. Lo normal seduce y atrae con su discreto encanto. Lo
anormal, las anomalías y rarezas, han quedado desfasadas y no marcan
diferencias. Estas se establecen ahora como declinación entre los diversos
grados y matices de la normalidad vigente. Tiempo de normalidad como secuela de
épocas anteriores donde la modernidad impuso la distinción y la excentricidad como
normas de comportamiento y expresión libre.
La nivelación posmoderna habría supuesto una
inversión de categorías en la que la hegemonía de lo idéntico y la homogeneidad
constituirían el rasgo normalizador. Estándar quiere decir ahora estilo, como
indica la marca de ropa Desigual a la que Fernández Porta dedica una aguda disección.
El prefijo no engaña a nadie. Ser igual es el deseo imperativo de sus
compradoras para distinguirse como grupo y no ya como sujeto consumidor.
La normalidad es la ley de la realidad y la
nomografía su fundamento práctico. Este libro se publicó primero en inglés el
año pasado con ese título. “Nomografía” designa el dispositivo público que genera
los principios y valores que rigen la opinión y la conducta de los usuarios de medios
y metamedios (redes sociales). Es el arte supremo de crear normas en todos los ámbitos:
dar orientaciones normativas para no errar y modular el ideal de normalidad imperante.
Las redes sociales funcionan allanando el sendero de la opinión correcta, creando
consignas de consenso y etiquetas de aplauso y, sobre todo, dictando reglas no
escritas para el mundo consuetudinario de los intercambios y relaciones
digitales. El castigo viral por su incumplimiento es el ostracismo y la
soledad. La cancelación del infractor.
El sexo es el dominio de lo normativo por
excelencia, pero ya no contiene la verdad de la experiencia subjetiva al normalizar
las patologías que lo hacían atractivo. Cuando todo es normal, como dice
Fernández Porta en su espléndida glosa de la gran serie “Masters of Sex”,
desaparece la transgresión y el acto se vuelve anodino. “Genitalidad de la
norma”, diagnostica con agudeza gracianesca, “normatividad de los genitales”. A
batallas de amor, campo de codificación fatal. Meterse en la cama con alguien,
sea cual sea su asignación sexual, significa deslizarse en el laberinto
kafkiano del sentido. Deseamos la desnudez, la animalidad desenfrenada de los apetitos
y los órganos del goce, la deshumanización dichosa de los deseos, y nos vemos
atrapados en la maraña infinita de la ley, la psicología y la sexología más
prescriptivas.
Así de paradójica es la palpitante cuestión que
Fernández Porta analiza con humor singular, ingenio, pirotecnia retórica y
esgrima teórica. Esta anatomía festiva de la normalidad contemporánea se
transforma, de ese modo, en placer anómalo para la inteligencia.
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