Desde su primera novela publicada (“La higiene del
asesino”), la literatura de Amélie Nothomb, según confiesa su autora, no se
alinea con Adán ni tampoco con Eva. Instalada en la conflictiva encrucijada de
los sexos, practica la ambigüedad y la paradoja como recursos estilísticos para
radiografiar la escabrosa intimidad de las relaciones y la perversidad de las
emociones.
En esta tragicomedia sexual, donde la comedia de
diálogos ingeniosos y chispeantes (dignos de una screwball comedy de los años
treinta y cuarenta de Howard Hawks, Preston Sturges o Mitchell Leisen) se
combina con el trasfondo melodramático de la historia, Nothomb acierta a proporcionar
al lector una parábola sobre la superioridad femenina y la derrota masculina en
todos los ámbitos, desde los más privados a los más públicos. Una mujer joven,
Reine, tras una sesión amorosa de una intensidad superlativa, le dice a su
acompañante anónimo que planea casarse con otro hombre, Jean-Louis, que le
promete una posición confortable y próspera. Poco después, otra mujer joven,
Dominique, satisfecha de su soltería, conoce a un chico extraño que dice
llamarse Claude y le ofrece casarse de buenas a primeras.
A partir de ese momento, seguimos las vicisitudes
parisinas del matrimonio entre Dominique y Claude, desde las dificultades
iniciales con el dinero y los domicilios y los problemas de la maternidad hasta
el éxito económico y social. Claude triunfa en la filial de la empresa que
dirige y alcanza una situación óptima para ascender en la escala social mientras
sus relaciones con su hija Épicène, semejante a él en el físico y el
temperamento, se fundan en el odio mutuo. Es entonces cuando esta novela veloz
e intensa da un giro inesperado que ensambla, con maestría narrativa, todos los
hilos de la trama balzaquiana para desembocar en un descubrimiento terrible y
una venganza inevitable.
Los nombres de los personajes son esenciales a la
trama en la medida en que la condición de epicenos, es decir, su indistinción
sexual o genérica, es la que establece la igualdad de partida en la carrera de
la vida entre hombres y mujeres. La referencia culta de la novela, como siempre
en Nothomb, alude en este caso al dramaturgo Ben Jonson, autor de una comedia
transexual (“Epicena, o la mujer silenciosa”), donde un actor tenía que
interpretar a un chico disfrazado de chica, escenario que su coetáneo
Shakespeare explotó en sus comedias más equívocas. Esta curiosa obra de Jonson
tuvo la peculiaridad de ser representada en 1609 por una compañía de niños actores,
cuyas voces sonaban ambiguas y podían interpretar papeles de ambos sexos.
Esta referencia literaria se plasma en el nombre
de la hija de Dominique y Claude: padre y madre de nombre epiceno engendran una
hija a la que, por sugerencia paterna, llaman Épicène. Épicène es una criatura
portentosa, uno de los personajes más singulares de la literatura de Nothomb y
quizá su autorretrato imaginario más logrado. Niña hipersensible, estudiante
superdotada, lectora políglota, ella toma las riendas de la situación llegado
el punto crítico y venga los agravios maternos.
Como fábula sin moraleja, esta novela es una celebración de la feminidad en todas sus facetas: la maternidad, la filiación, la amistad. Y un alegato en favor de la dignidad y la autoestima femeninas. No es severa con los errores inveterados del sexo femenino en su secular subordinación al orden patriarcal, pero señala con inteligencia el camino a seguir para superar una situación de desventaja injustificable e inferioridad asumida que no corresponde a la potencia real de las mujeres. En el fondo, Nothomb hace pensar que la idea de la igualdad entre hombres y mujeres podría ser tramposa y encerrar, una vez más, una injusticia hacia las segundas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario